Es un gran avance para el país que se discuta ampliamente la reforma tributaria. Pese a la pretensión de algunos economistas, de unos tecnócratas y de unos burotecnócratas -que son los que, disfrazados de tecnócratas, van de gobierno en gobierno, gane el que gane, y que ya están tocando puertas en varias campañas presidenciales-, no hace falta tener un doctorado en macroeconomía para opinar sobre la propuesta de reforma tributaria. Faltaba más. Para votar no hay que tener estudios en ciencia política, para opinar de ciclismo no hace falta haber corrido el Tour de Francia. El desarrollo de las sociedades necesita de una sociedad civil fuerte y atenta, que discuta y opine, que presione por unos intereses, que haga contrapeso al poder de los gobiernos. Necesita también, al menos para los profesores Daron Acemoglu y James Robinson, un Estado suficientemente fuerte, que no permita que la sociedad caiga en la anarquía total. La reforma tributaria afectará la vida de las personas y qué mejor síntoma de que el país avanza, que la gente se ocupe de esa reforma y presente su posición. La alternativa es la de ir como borregos al vaivén de la instrucción de un pastor o la del sometimiento total, la renuncia a pensar y aceptar sin más lo que se decida en los pasillos de la Casa de Nariño.
Si mucha gente opina, por supuesto habrá opiniones basadas en mentiras, en prejuicios y que demuestran desconocimiento de hechos básicos. Eso es inevitable, pero tenemos que creer que, en medio del debate, esas opiniones irán perdiendo peso y quedarán en evidencia sus falencias. No veo cómo puede alguien decidir que defiende el desarrollo del país y de su democracia, pero no acepte la discusión amplia de los temas importantes. Cualquier visión optimista de la democracia debe partir de la base de que, en la controversia de las opiniones, el debate se va sofisticando y la gente va aprendiendo. Los mentirosos caen más rápido que los cojos, dicen.
Sorprende también la idea que sugiere que criticar aspectos de la reforma, implica querer que el país se quiebre o demuestre una oposición ciega al gobierno de turno. Habrá gente que quiere que el país se quiebre o que no piense por ser oposición, pero hay otro grupo de personas que revisa una propuesta del gobierno y escoge qué le gusta y qué no. Esa idea de que se apoya la reforma o se es un malintencionado, es lo que llama Roberto Mangabeira Unger, la tiranía de no tener alternativas. Es, también, la receta perfecta para el surgimiento de los populismos porque si hay algo fácil de hacer, es darle la vuelta a esa posición y asignar al gobierno, especialmente a uno tan flojo como el de Colombia, malas intenciones.
Colombia ha sido un país de muchas paradojas, una de ellas es su inusual estabilidad macroeconómica. Para dar un ejemplo, en medio de una guerra y de profunda agitación política, el país nunca vivió las monumentales crisis hiperinflacionarias de la región. Sin embargo, también es cierto que esa estabilidad no se ha traducido en tasas de crecimiento particularmente altas ni, mucho menos, en reducción de la desigualdades económicas o incremento significativo de la productividad. Es un problema interesante que solo puede entenderse si se analizan las instituciones políticas, formales e informales, del país.
Por eso, mi opinión es que cualquier discusión sobre la reforma tributaria debería enmarcarse en una discusión política. Es que si hay un asunto que va al centro del orden de político de una sociedad es quién paga los impuestos, cuánto paga, quién los recauda y para qué dice que los va a usar. Teorías clásicas de formación de estado sugieren que el estado se forma cuando un grupo de “bandidos estacionarios” ocupa un territorio y monopoliza la violencia y la recolección de impuestos. Por eso, me parecen pobres los argumentos de unos “técnicos” que hacen elaboradas maniobras para defender la reforma, sin reconocer que Iván Duque dijo que iba a hacer otra cosa en la campaña, puso vallas con mentiras y usó la reducción de impuestos como caballito de batalla en los debates.
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Alguien dice cualquier cosa en campaña, tuerce la agenda cuando gana y uno no puede reconocer esa mentira porque si lo hace, lo acusan de no querer el desarrollo del país
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Dicen esos “técnicos” que no se ocupan de eso, que eso es “política”. Y esa sí es la trampa perfecta: entonces alguien dice cualquier cosa en campaña, tuerce la agenda cuando gana y uno no puede reconocer esa mentira porque si lo hace, lo acusan de no querer el desarrollo del país. Carreta: el desarrollo del país solamente mejora cuando uno presta atención a las campañas, a lo que se propone y a lo que se hace cuando se gana. Entonces, hay que decirlo: la propuesta de la reforma tributaria, como ya había pasado con la anterior, contradice lo que el Centro Democrático defendió en campaña. Eso no descalifica el debate ni que propongan reformas, pero sí es importante porque resulta que el país no arranca de cero en cada campaña. Si uno no subraya esas contradicciones, jamás se van a elegir mejores gobernantes.
El otro aspecto político de la reforma me recuerda el artículo “El cambio en la tolerancia a la desigualdad de ingresos en el curso del desarrollo económico” de Albert Hirschman, uno de los grandes intelectuales del siglo pasado. Hirschman presenta una tesis interesante: en las instancias iniciales de desarrollo económico, en las que suele haber mayor desigualdad económica, la sociedad suele tolerar esa desigualdad bastante bien. Sin embargo, eventualmente, si la sociedad no avanza a una en que la mayoría de gente pueda estar, por lo menos, en una clase media estable, la tolerancia por la desigualdad se termina. Y, ahí, empieza el desastre.
Esta idea, la ilustra con un ejemplo sencillo: supongamos que uno va por el carril izquierdo en medio de gran tráfico en un túnel de dos carriles. Todo está paralizado. En algún momento, solamente el carril derecho empieza a moverse. Aunque el carril en el que uno está permanece quieto, es razonable tener esperanza: parece que el tráfico se ha desatascado y, eventualmente, nos va a llegar el turno. Sin embargo, si pasan los minutos, y solo se mueve el carril derecho, uno empieza a sospechar que hay algo extraño e injusto. ¿Por qué se mueven solos los de la derecha? Y, lo más probable, es que se moleste y proteste.
Sobre este punto, Hirschman concluye con su metáfora del efecto del túnel argumentando que “Incluso puede exhibir una aptitud sorprendente para las formas democráticas, que, por desgracia, es probable que sea efímero; porque, después de un tiempo, el efecto túnel decaerá y la injusticia social ya no pasará desapercibida ni permitida. Como primera reacción, los poderes coercitivos del estado se utilizarán para restringir la participación y sofocar la protesta y la subversión. Los programas más constructivos de respuesta a las crisis son fáciles de concebir, pero parecen ser extraordinariamente difíciles de introducir en el mundo”.
Basta por caminar por el vecindario latinoamericano para ver cómo terminan los países cuando la parte benigna del efecto túnel pasa. Si no se admite la discusión de la reforma tributaria y se reconoce la dimensión política que tiene en su esencia, no debemos sorprendernos con lo que pueda pasar acá. Como dice un amigo venezolano, “Hermano, no te olvides que fueron esos polvos los que nos dejaron estos lodos”.
@afajardoa