A veces me pregunto qué está fallando en la enseñanza de las matemáticas en Colombia para que los ciudadanos tengan (tengamos) tanta dificultad para entender la diferencia entre una política económica progresista (que grave la renta) y una regresiva (que grave el consumo).
Mucho cuidado con lo que planteo acá, no pretendo promover el odio de clases, estas ideas se debaten en muchos países sin que nadie acuse a alguien de castrochavista. Este tipo de aclaraciones introductorias serían innecesarias si no fuera tan común en Colombia las estratagemas dialécticas del tipo ad hominem.
Este año causó indignación el aumento salarial de los congresistas (5,12%) contra el del salario mínimo (3,5%). ¿Hubiera sido difícil explicar que, eventualmente, si el aumento de los congresistas hubiese estado en el orden del 1%, por ejemplo, seguía siendo mayor que el del 3,5% del mínimo? Creo que nuestra capacidad de razonamiento matemático no es tan desastrosa para que quepa esa pregunta, además, los hechos son que 5,12 es un número mayor que 3,5 y es mucho más fácil demostrar que 1.676.000 es más que 30.723.
En una época en la que señalan a los docentes de adoctrinadores con argumentos muy pobres, me cuestiono si los docentes de matemáticas pueden ser acusados de promover el odio de clases si enseñan a razonar cuantitativamente en un contexto socioeconómico pertinente. Dicen que los números no mienten, pero a veces siento que Colombia se quedó congelada en 1989.
Ahora, creo que la cuestión que sugiero acá no se soluciona en el campo de las matemáticas sino en el de la ética y la política.
Es claro, para economistas y no economistas, que para dinamizar la economía se requiere aumentar el poder adquisitivo de la población, el crecimiento económico, sin considerar la redistribución de la riqueza (principio neoliberal que el mismo neoliberalismo parece negar a veces), puede llegar, incluso, a aumentar las desigualdades, léase a Thomas Piketty.
El mismo autor (Piketty) destaca que ha sido erróneo buscar el crecimiento económico manteniendo como estrategia principal los rendimientos financieros, en lugar de reinvertir en las organizaciones y el personal, fórmula que sí dinamiza la economía
En Colombia, cuando alguien sugiere que se requiere una política keynesiana para salvar la economía, muchos sacan la calculadora para preguntar de dónde saldrán los 50 billones que se requieren; pero cuando alguien identifica que el hueco fiscal se debió a exenciones a los más ricos y ahora se busca sacar los recursos exprimiendo a la clase media, las matemáticas brillan por su ausencia.
No soy yo el llamado a señalar las diferencias de clases, son las decisiones de política económica tan evidentemente dañinas para el grueso de la población las que harán que muchos ciudadanos entiendan, sin necesidad de un razonamiento cuantitativo prolijo, que hay problemas de representatividad en las entidades gubernamentales.
Ahora, el problema de la falta de ética en la política, no se le puede atribuir a los profesores de ética. Cuando estalló el escándalo de Bernard Madoff en Estados Unidos, quien falleció este año, un periodista investigó que en sus estudios universitarios obtuvo una A (es decir, un excelente, o un 5 de 5). Es decir, la enseñanza de la ética no garantiza comportamientos éticos permanentes.
Es más, hay expertos que sugieren que la ética no se puede enseñar en un escenario académico formal, sino que corresponde con un proceso complejo que implica los procesos de socialización que vienen desde el hogar.
Adela Cortina plantea que no podemos renunciar a la ética, todos tenemos una estructura moral, así como tenemos peso y talla, lo que cambia entre una persona y otra es el contenido de su estructura moral.
Se requiere más ética en los dirigentes que gobiernan para quienes pagaron sus campañas en lugar de hacerlo para el pueblo que los eligió y se requiere más ética-política en los ciudadanos para elegir personas que tengan ideas que beneficien al grueso de la población a largo plazo.