Aquí no hubo pandemia

Aquí no hubo pandemia

"No sé si el COVID ha endurecido nuestra humanidad, pero el tapabocas no solo cubre nuestras bocas y rostros, sino también nuestros corazones"

Por: Winston Morales chavarro
abril 19, 2021
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Aquí no hubo pandemia
Foto: Leonel Cordero

La solidaridad es una de las frutas más preciadas luego de una crisis. Cualquiera que sea el origen de una crisis, de su tronco escueto, de sus ramas ajadas nace el fruto de la solidaridad.

No importa si la crisis es económica, humanitaria, cultural, social o ambiental, de entre las cenizas, como el ave fénix, aletea y surge la solidaridad; solidaridad con el migrante, con el hambriento, con el humillado, con el desplazado. Surge del corazón de hombres y mujeres ese hilo de la empatía, del amor al prójimo que nos convierte en seres sensibles y racionales, hijos de la vida y de la condición humana.

El COVID-19, pese a lo que digan muchos, nos ha enseñado que la solidaridad escasea en medio de las vicisitudes y las dificultades de estos tiempos. No sé si el COVID ha endurecido nuestra humanidad, pero el tapabocas es un utensilio que no solo cubre nuestras bocas y nuestros rostros, sino también nuestros corazones y la empatía de los gobiernos hacia sus conciudadanos. No hay solidaridad entre los hombres, no hay solidaridad con las clases menos afortunadas, no hay solidaridad con los enfermos, no hay solidaridad con la naturaleza ni con los animales.

El ser humano, determinado quizás por esa hiperindividualidad de la que nos habla el filósofo francés Gilles Lipovetsky, solo piensa en su estómago, en su bolsillo, en su progreso (casi siempre económico), en su egoísta y arribista escala de valores.

El "narcisismo apático" hace que nos enamoremos de nuestra propia apariencia, anteponiendo sólo nuestros deseos, nuestras hambres, nuestras obsesiones de poder y de riqueza a la solidaridad, la comunión, los intereses colectivos, la unión, el desarrollo conjunto y la resolución de los conflictos sociales. "Primero yo, segundo yo, tercero yo", esa parece ser no solo nuestra consigna, sino nuestra filosofía, nuestro axioma, nuestra religión.

En términos de salud, por ejemplo, la deshumanización de la medicina, el mercantilismo de los centros médicos han convertido a los pacientes en clientes, en números, en cifras y en ganancias. Si un paciente no factura, no sirve. El "narcisista apático" es indiferente al dolor de los otros, al hambre y la sed de su coetáneo. El "narcisista apático" solo piensa en la cúspide personal que debe escalar, no importa que en el ascenso pisotee a quien va a su costado y sigue su propia lucha. Y esa hiperindividualidad se ve reflejada en las dinámicas cotidianas y en las profesiones. El servicio social ha sido remplazado por la utilidad económica y la rentabilidad personal. La medicina, el derecho, el periodismo, las ingenierías, (para nombrar unas pocas) han perdido su vocación de servicio y de humanidad. Ahora solo importa facturar.

En ese orden de ideas, los gobiernos hablan de número de muertes y no de seres humanos fallecidos. Todo se reduce a cifras, estadísticas frías y lejanas (como si el coronavirus sucediera en otro planeta).

Aquí no hubo pandemia, aquí no hubo crisis. La pandemia pasó por encima de los seres humanos, no tocó corazones, no debilitó estructuras burocráticas ni partidistas.

La solidaridad creció en un árbol podrido. Se secó antes de que el árbol echara raíces.

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