“Yo no canto por cantar ni por tener buena voz, canto porque la guitarra tiene sentido y razón… guitarra trabajadora con olor a primavera" (Manifiesto de Víctor Jara). El derecho a vivir en paz, a tener futuro y a dejar atrás los miedos y los engaños vuelve a ser atacado por el partido en el poder, con compras de nuevas armas, fumigaciones con glifosato, lenguaje de odio y ataque a la dignidad y los derechos sociales con una reforma tributaria, cuando la gente espera vacunas, empleo y paz. La guerra florece con renovado marketing para venderla y mantener bajo fuego, polarización y confusión a la sociedad entera. La agenda de ultraderecha política centrada en la guerra retoma las bases de la seguridad democrática que inmoviliza la dignidad, afecta la confianza y los vínculos sociales y desvirtúa el mundo de los derechos presente en la relación entre el yo, el otro y el entorno, para vivir libres del temor y la miseria. Abominar la paz y hacer la guerra ha sostenido de manera permanente a las elites en el estado y a las mafias con patente de impunidad.
Como si en el gobierno y las instituciones del estado o como si todos obedecieran una orden secreta del führer, nadie parece saber del horror padecido en Vietnam con el herbicida napalm que quemó vivas a poblaciones enteras o del fósforo en Irak o del cloro en Siria, y se encargan de justificar que se debe mezclar el glifosato prohibido en el mundo con los demás componentes de una guerra favorable solo a elites y a mafias. Las guerras han dejado también la conclusión de una desigual composición de los ejércitos oficiales formados por “ciudadanos de segunda”, procedentes de sectores marginales, excluidos, olvidados, que de ser necesario podrán ser convertidos en héroes póstumos de primera, después de haber aprendido a matar por la democracia. Así ocurrió con la guerra de secesión, en la que los negros fueron obligados a participar no para liberarse de la esclavitud, sino para mantener la supremacía de los capitalistas industriales de entonces y consolidar el capitalismo americano, que hoy con el pie en el cuello les impide respirar o les dispara por la espalda. En las otras guerras, negros, latinos y pobres han sido declarados iguales al opresor (o al hombre blanco) capitalista cuando se trata de matar y hacerse matar, pero que cuando hablan de sus derechos son negados, perseguidos, estigmatizados, acorralados, asesinados.
Los planes de destrucción y reconstrucción nacional han sido escritos, revisados o acordados entre los gobiernos de Colombia y EE. UU. (plan Colombia, plan patriota, seguridad democrática) que mantienen la vigencia de la guerra que se recicla cada cierto tiempo. Ahora vuelve el glifosato para “fumigar” zonas campesinas, indígenas, afro y biodiversidades enteras para crear y actualizar campos de guerra, donde haya riqueza, minerales, agua, coltán, oro, esmeraldas, carbón, y configurar escenarios inescrutables propicios para bombardeos que no reconocen niños, inocentes, ni fauna, ni flora, sino enemigos difusos, campesinos, trabajadores y ciudadanos de segunda del mismo sistema que enriquece ricos y recluta pobres. La paz firmada no afecta el curso de estos planes que arrastran hacia un “no futuro” para la prosperidad de los derechos humanos esperada para consagrar la dignidad humana como riqueza humana inderogable. El no a la paz, cuando el mundo ratificaba el no a la guerra, conduce al gobierno vigente y favorece el clima de polarización y exterminio, en el nivel de genocidio de grupos sociales específicos que parecía derrotado.
La guerra reinstalada por el no a la paz, que hace prosperar negocios y circular el capital, oculta múltiples dimensiones de la realidad. Por ejemplo, que es orientada por generales, pensada por políticos y empresarios y librada por jóvenes desconocidos como ciudadanos, pero obligados por la ley (hecha por quienes piensan la guerra) a hacerse defensores de la democracia y ser declarados iguales a sus “legales captores” para matar, no para vivir. Otros son motivados por la desesperanza o el fracaso o llegan por cuenta propia con la ilusión de ser héroes o tener pequeños privilegios, allí son susceptibles de acceder a incentivos por misiones exitosas, como ocurrió con las ejecuciones extrajudiciales (6402 falsos positivos) con pago equivalente a un pollo frito y un día descanso.
La guerra reinstalada acentúa las desigualdades que representan las grandes diferencias entre la calidad de vida que para 4/5 partes de la población promete la tragedia de entrar al “no futuro” de aprobarse la pretendida “reforma tributaria” del partido de gobierno y sus aliados, que ataca de manera directa la dignidad humana y el derecho al trabajo, al desconocer conquistas convertidas en derechos sociales, reconocidos en la constitución de 1991 que declaró el estado social de derecho, fundado en el reconocimiento de los derechos sociales con centro es la dignidad humana que da sentido esencial al derecho al trabajo, principal afectado o atacado con la reforma tributaria que degrada sus diversos componentes como empleo, ahorro, jubilación estable, salario y prestaciones y otros derechos autónomos como educación, justicia, agua, alimento, salud. La reforma ataca el corazón de los derechos sociales conquistados entre luchas y victorias colectivas. La reforma declara la guerra contra el núcleo duro de los derechos humanos, de los derechos sociales de toda la población y en especial arremete contra la dignidad humana de la clase trabajadora.