Zully tenía 15 años. Como tantas jóvenes del sur de Bogotá su papá se esforzó por hacerle una suntuosa fiesta. El regalo más esperado era una pomposa muñeca. Cuando la sacó de la caja sintió de inmediato un amor que rayaba en la obsesión. Estar al lado de la muñeca la repelía pero a la vez la fascinaba. Entre sueños veía que la muñeca le hablaba y que a su lado siempre estaba esstampillado un señor pequeño, casi un enano, que tenía un sombrero de copa. A veces, cuando la noche era más oscura, le murmuraba oraciones en latín. Le daba pavor pero tampoco podía soltarla.
Creció con ella y a medida que la muñeca envejecía más siniestra se volvía. Se le torció un ojo, se le cayó una mano y en su lugar quedó un garfio retorcido, además su tez levemente empalidecía. Zully tuvo dos hijas y ellas padecieron la presencia de la muñeca a pesar de la maldad que irradiaba. A veces Zully llegaba del trabajo y encontraba todo revuelto: la losa echa añicos en el suelo, las gavetas salidas del clóset con la ropa regada sobre la cama. De nada valían las quejas de la niña señalando al juguete, ella, mientras acariciaba el pelo hirsuto de ese ser demoniaco, castigaba a sus propias hijas.
Todo hombre que se acercara a Zully y que tenía contacto con la muñeca le comentaba sus temores. La muñeca, con sus ojos bizcos, parecía mirarlos desde la profundidad de un pozo ardiente de lava. Nadie pudo concretar con ella una relación estable. Los lazos se rompían, los hombres desaparecían. Una noche su hija mayor entró a la cocina y vio como algo se movía entre la ropa de la muñeca. Con estupor vio como una tropa de cucarachas salía de ella. La cocina se inundó de esos insectos a pesar de que la casa se caracterizaba por su extrema limpieza.
Un día, mientras Zully visitó Cúcuta, llevó a la muñeca a un especial que hacía el Cartel de la Mega en el teatro libre Las Cascadas de esa ciudad. Mostró su objeto maldito y cientos de personas presenciaron su poder maligno. A Zully le bastaron años para zafarse del súcubo que la atormentaba.
Esta espeluznante historia está en Haunted Latinoamérica, la serie de Netflix que cuenta con la colaboración, entre otros, del antropólogo Esteban Cruz Niño. Saber que estas historias sucedieron y que son contadas por sus propias protagonistas, pone los pelos de punta.