Magnífico es el nombre que puede darse a uno de los escenarios centrales de la música de Juan D’Arienzo, el Chantecler, un lujoso y concurrido cabaré que necesita mucha tinta para revelar todo lo que allí pasó desde 1924; tenía tres pistas de baile, palcos con cortinas de finas telas y teléfono privado para comunicarse con los sitios de servicio; privilegios y secretos que guardaré para otra oportunidad, se los llevó el año 1960 cuando fue demolido.
Además de tantas historias que brotaron del Chantecler hay una bien importante; el animador de las orquestas invitadas llamado el Príncipe cubano, su nombre verdadero era Ángel Sánchez Carreño, dijo un día a Juan D’Arienzo: “Si yo soy el príncipe, usted es el rey del compás” y así ha quedado su nombre en el tiempo. De este modo el director, violinista y compositor convocó con su nuevo estilo a los salones, ya no para escuchar solamente al cantor y la música, sino para participar interpretando las melodías con pasos de baile, al frente de aquella orquesta que estaba en el estrado.
Cada línea que escribo me anima a hablar del cabaré, un salón dedicado a espectáculos de la noche, la intención de fundarlo era intelectual y contestataria donde podría verse la liberalidad y la modernidad. A lo largo del siglo XX los shows evolucionaron a medida que se fueron integrando otros espectáculos en los que se combinaban baile, canto, ilusionismo, mimos y otras artes escénicas, por otra parte decir que ha sido figura característica del lugar el cancán donde se hizo popular esta atrevida y bella coreografía nacida en 1830, El compositor Jacques Offenbach, lo llevó a la ópera Orfeo en los infiernos.
La escritora Colette actuó en el cabaret, como lo hiciera la cantante Édith Piaf, además de otros personajes famosos. Quedan para la retina algunos cabarés que fueron llevados al lienzo por artistas como Pierre-Auguste Renoir y las bailarinas en los carteles de Henri de Toulouse-Lautrec.
Vuelvo a la figura central de esta nota y encuentro el filo clave del repunte del esplendor de la orquesta de D’Arienzo que se presenció en 1935 con la llegada de Rodolfo Biagi, quien había pasado ya por otras agrupaciones, y como ha ocurrido tantas veces, la casualidad fue la determinante, para el momento de este relato el pianista del espectáculo de D’Arienzo era Lidio Fasoli, “famoso por la impuntualidad”, entonces el director decide reemplazarlo y contrata a Rodolfo Biagi, Manos Brujas, apodo que le llegó cuando interpretaba en el piano el foxtrot Manos brujas de José María Aguilar en Radio Belgrano.
Con el nuevo estilo del pianista empieza a escucharse un tango rápido y resuelto como si estuviera de vuelta a sus orígenes, y la orquesta del invitado de hoy empezó a lucirse con otro carácter, pues el nuevo compás produjo además en la batuta una dirección nerviosa y agitada, cuya imagen ha recorrido muchos escenarios y la ha convertido en única. “En 1949, decía D'Arienzo: A mi modo de ver, el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter... Le imprimí así en mis interpretaciones el ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en el mundo musical y que había ido perdiendo por las razones apuntadas” (1).
Este nuevo ropaje de notas ágiles y dirección vibrante lo vistió de gala para entrar a la “Época de oro del tango” en un período de triste recordación para la humanidad, La Segunda Guerra Mundial, y siguió glorioso; son muestras de ello “las grabaciones de la milonga La puñalada de Pintín Castellanos en cuatro ocasiones: 1937, 1943, 1951 y 1963.
En aquellos discos de pasta de 78 rpm, “El Rey del compás” batió todos los récords de venta durante años con esta milonga adosada a La cumparsita, en la otra faz. Vendieron más de 18 millones de discos. Este registro coincidió solo en dos de los años citados, porque D’Arienzo registraría La cumparsita en 7 ocasiones” (2).
Por su parte, Biagi fue portador de un estilo que lo inmortalizó en la orquesta del “Rey del compás”, además marcó una escuela en quienes le sucedieron allí, Juan Polito y Fulvio Salamanca. Cuando se separa de D’Arienzo y forma su propio grupo, es invitado al renombrado cabaré Marabú, además actuó en radio, televisión y grabó en distintas casas. Es famoso su vals Lágrimas y sonrisas y soy admiradora de la milonga que hiciera con Homero Manzi Campo afuera.
Con el final de este recorrido llegan comentarios como el protocolo exigido para sus presentaciones: Pedía que contrataran tres o cuatro orquestas que deberían ir antes que él, y la suya arrancaba como solista con el show a las 11.30- 12 de la noche, y después a la 1 de la madrugada entraba Juan D’Arienzo a dirigir.
Veo claramente que debería presentar los cantores, pianistas y en general a todos los músicos que pasaron por su agrupación musical, pero el miedo de cansar al lector lo hace aplazar, sí contar que su primera actuación en el teatro fue con la obra El cabaret Montmartre, en la que aparecía una orquesta típica que era dirigida por Ángel D’Agostino y D’Arienzo fue como una obertura a la gran ópera que fuera su vida y la futura misión de sus notas porque estaban “los Undarz, amorosa pareja de baile integrada por la Portuguesa y El Mocho, dos ases del tango canyengue»” al decir de José Gobello.
El arco de su violín, la batuta, los músicos y los bailarines aún lo siguen esperando y aplaudiendo; por siempre lo llevarán en la memoria con el nombre de otro bautizo, el que le hiciera Dante Lingera: “San D’Arienzo”.
(1) Gobello, José. Página todotango
(2) La puñalada