“La poesía es lo eterno, y ella demuestra la existencia del hombre y perpetúa su memoria. Entre el hombre y la poesía existe un solo puente: el amor. En el epicentro de este paradigma fantástico, se encuentra la parábola vital. Fabio Polanco, hijo de la mujer y de la tierra, pasajero del mundo, cazador de pasiones; asume la poesía como quien enfrenta los más altos desafíos de la existencia” (Germán Santamaría, periodista, escritor y diplomático tolimense).
Frente a su computador, con el chorro de luz que penetra, ya bien por los ventanales de su apartamento, al norte de Bogotá, o por los de su oficina, en pleno centro capitalino, el rapsoda de boina, barba y patillas níveas, no da pausas a su inspiración.
Hace más de veinte años que Fabio Polanco viene arando con ahínco en los surcos del verbo y la composición, tocado por los recuerdos de su infancia, por el inmenso amor que profesa por Colombia, por el terruño que lo vio nacer (Dolores, Tolima), y por su inagotable empeño en que en nuestro país, un día que no sea lejano, cese la horrible violencia y se consolide la paz, el perdón y la reconciliación.
Es que, cuando Polanco era un niño, sufrió con su familia las amenazas y los derrotes del conflicto armado, el fuego cruzado entre liberales y conservadores, los muertos sangrantes que llegaban a su pueblo envueltos en lonas y cargados sobre lomos de mulas, mientras que en las sementeras los labriegos, al final de la jornada, y apegados a tiples y guitarras, se soltaban en tonadas campesinas para mitigar la zozobra y el miedo.
Al principio fueron años duros para aquel jovencito que, como muchos de los migrantes, en distintas épocas de la cruenta violencia, se la juegan para superar las fuertes arremetidas del desamparo y la pobreza. Ahora mismo lo estamos viviendo.
Pero Polanco, desde chico, en los años de escuela, dejó ver sus habilidades para el negocio, y en la capital se estrenó vendiendo globos en el Parque Santander. Echarse al bolsillo sus primeros centavos, y ayudar en algo al sostenimiento de su familia, lo hicieron desistir del estudio (alcanzó a cursar segundo de bachillerato), para dedicarse de lleno al comercio.
La calle, esa gran academia de la vida, lo fortaleció en talante y resistencia; le abrió los ojos al mundo, a sus peligros y fortalezas, y a los grandes retos y desafíos.
Fue vendedor de andén y plaza pública, de cachivaches y cigarrillos, de vestidos de paño. Intentó ser sacerdote. Incursionó como locutor en una emisora de curas. Se casó, formó familia, y a pundonor abrió brechas en la conquista de sus emprendimientos.
Batalla contra la desmemoria
En ese trasegar del comercio, y con su aguda visión, Polanco construyó con los años uno de los más grandes y referenciados emporios de la música, con sus recordadas marcas Discos La Rumbita y Mercado Mundial del Disco, con más de setenta tiendas a lo largo y ancho del país.
Alterno a su actividad de próspero negociante, Fabio Polanco se impuso una tarea personal, la de letrista y compositor, tarea que se tomó a pecho y que continúa ejerciendo a la vera de sus años, hoy en día de manera más enérgica y profusa, para no dejarse vencer por las nebulosas del olvido, luego de que le fuera diagnosticado Alzheimer.
Si hace más de dos décadas que asumió con pasión el oficio de rapsodas y juglares, ahora es cuando más multiplica esfuerzos para no permitir que se crucen por su cerebro las sombras irremediables de la desmemoria. Próximo a cumplir 75 abriles (los completa el 11 de abril de 2021), pasa los días concentrado en la escritura, en una lucha a ultranza con las palabras.
Sin haber pasado por una academia de literatura, Polanco tiene la facultad de hacer de un verso una filigrana, y de todos sus versos el gran entramado de una obra que él, con su timbre radiofónico, declama.
Gran parte de sus creaciones han sido interpretadas por prestigiosas voces y agrupaciones musicales como las del recordado dueto de Ana y Jaime, La Gran Rondalla Colombiana, el Binomio de Oro, Los Gigantes del Vallenato, el Dueto Cantoral, Los Hermanos Tejada, el cantautor argentino Mario Álvarez Quiroga, la contralto manizalita Bibiana, el destacado tenor ibaguereño Juan Carlos Villarraga, entre otras voces líricas y populares del cancionero nacional.
Con la dirección y producción musical de su pianista de cabecera, el maestro Jorge Zapata, Polanco ha recorrido innumerables escenarios llevando su mensaje a través de sus recitales: La Paz tiene la Palabra y Colombia, tierra de las Maravillas, en los que ha dejado plasmada la impronta de su inmenso amor por el país, su nacencia, su exuberante geografía, sus gentes ingeniosas y laboriosas, que pese a las derrotas y las dificultades, no desfallecen por lograr sus objetivos.
Por esto y por mucho más / es que me siento orgulloso / de haber nacido en Colombia. / Por estos y por mucho más / es que yo quiero a mi patria. / Por ella trabajo en paz / por ella bailo bambuco / y feliz bebo aguardiente / chicha y guarapo de caña, reza una de sus composiciones, de más 300 de su repertorio, hondo palpitar de sus cuitas y añoranzas, de su incesante canto a la vida, al amor, a su tierra y a Colombia.
Todos los viernes, a partir de las 2:30 de la tarde, a través de su canal de YouTube y de su Facebook Live, que llevan su nombre, Fabio Polanco comparte sus recitales que transmite desde el antiguo estudio de promoción de Discos La Rumbita.
Reconocimientos a su vida y obra
De la palabra, el bardo de Dolores tiene un almacén bien surtido con esas medicinas del espíritu, que en presentación de frasquitos de prosa y rimas —como en las boticas centenaristas—, son estimulantes pócimas para redimir las fatigas y penurias en el trasegar de la existencia.
“La luz que nos permite ver la vida tal y como es”, de la que habla el escritor Penn Warren, fulgura latente y redentora en el corazón de Polanco. Está escrito: La vida de algunos hombres no siempre está signada por el oficio o profesión con el que comúnmente se les conoce, sino por la virtud intrínseca con que la naturaleza los premia.
La Rumbita quedó en el recuerdo, igual que la primera emisora por internet dedicada a la música colombiana que él fundó y dirigió; pero Polanco no abandonó su querencia. Allí asiste a menudo, como si estuviera cumpliendo al mismo horario puntual que durante años le confirió su rol de propietario y gerente.
En esa misma oficina donde a diario se reunía con managers, promotores, directores, gente de la industria disquera, y por supuesto, consagrados artistas que dejaron su voz y su música impresa en vinilos, casetes y CD, Polanco emprende el vuelo de la inspiración a la caza de versos, canciones o relatos costumbristas en los que plasma sus evidencias del alma.
Hay que oír a Polanco —reconocido como el Zar del disco— relatando sus innumerables anécdotas, como las de aquellos tiempos cuando fue pionero del telemercadeo en Colombia, a través de un televisor de tubos en el que promocionaba a todo pulmón los éxitos musicales del momento.
Afuera, la gente se arremolinaba, y varias veces se presentaron accidentes en la carrera 7°, porque quienes iban al volante quedaban embebidos con los saltos y piruetas de un Mario Moreno ‘Cantinflas’ en blanco y negro, bailando descalzurriado al son de La lambada, El revolíatico, La maestranza, El pávido navido o con cualquiera de los hits de moda.
También de las proezas que hacía con los artistas que invitaba a su almacén, como una adolescente Shakira que aparece en un vídeo artesanal enredada con el cable del micrófono, anunciando Magia, su primer éxito discográfico, y la promoción de rigor: ‘Adquiéralo aquí, en Discos La Rumbita’.
Estricto, disciplinado, exigente, con el carácter y la transparencia de los tolimenses de raigambre, Polanco resume sus nostalgias como empresario discográfico, motor y generador de empleo, y ejemplo para las nuevas generaciones de cómo se puede empezar de cero y, con temple, actitud y perseverancia, llegar muy lejos.
Tan lejos, que su vida y obra le han merecido honrosos reconocimientos como la Orden de la Democracia Simón Bolívar en el grado Gran Cruz Oficial, otorgada por el Congreso de la República, y el Gran Pergamino del Concejo de Bogotá.
Fabio Polanco, el poeta, fervoroso intérprete de los sueños y las luchas de su pueblo, juglar de la Colombia anhelada con brisas de paz y de concordia, perseverante cultor del patrimonio musical que nos enorgullece, filántropo y visionario, en palabras del periodista, escritor y diplomático tolimense Germán Santamaría: “Hijo de la mujer y de la tierra, pasajero del mundo, cazador de pasiones; asume la poesía como quien enfrenta los más altos desafíos de la existencia”.