Miren, yo no quiero pasar en esta pantalla como el defensor a ultranza de los actores colombianos. El peor de los pecados es la ingenuidad y quiero quitarme eso de encima. Sé que son esquizofrénicos, egoístas, vanidosos, engreídos y desconectados de la realidad. Ser actor es una especie de enfermedad mental. Es una sentencia que se cumple en todo el trecho que va desde Marlon Moreno a Marlon Brando. Es un rasgo de la personalidad cambiante, inestable que necesitan para lograr la hazaña de ser otros. Es casi una cualidad. Por eso es mejor estar casado con un músico que con un actor. Así de grave es la cosa.
Conozco de primera mano lo impuntuales que son, su bipolaridad. A veces son tan desagradables. Serían unos torturadores muy eficientes. Si los miras de cerca podrás notar que los ojos son agujeros negros, como los de Al Pacino siendo Satanás. Pobres directores que tienen que lidiar con ellos. Todo eso lo sé, no hay necesidad de que lo repitan, pero nada de eso disculpa las canalladas que les hacen los grandes canales nacionales a los actores.
El estrato 5 lo habitan Andrés Parra, Santiago Alarcón, Margarita Rosa y Julián Román. Víctor Mallarino ya está muy viejo para unos canales que están pensando en llamar influencers -silenciosos, bonitos y con hinchada propia- para que protagonicen sus telenovelas. Así que Mallarino salió y se dedica ahora a estudios medioambientales. Los Estrato 5 pueden escribir todo lo que quieran en twitter y nadie los vetará. Son estrellas que retardan lo más que pueden su Big Bang: todo estallará cuando cumplan sesenta. Por eso nos pareció tan bonito elegir a Duque, quien puede ser corto de entendederas pero no tiene 45.
Esto es una República Bananera, un pantano, así que no hay clase media. El resto es el estrato 1, conformado por los desesperados que van de un lado a otro desgastándose en casting, que le ponen la veladora a San Pancracio para que por favor le dé un trabajito que al menos le dure tres meses, tiempo de duración de una grabación de telenovela en tiempos posapocalípticos, los que, si lo logran, deben tasar los 50 millones que les pueden dar las cadenas por un papel de reparto durante todo un año. Lo grave es que, en su delirio, muchos creen que esos 50 millones son lo que ganan al mes y se equivocan y poco tiempo después no les queda ni para los taxis.
Ellos son los que tienen que medir sus palabras. Los que, por un insulto a Uribe, pueden perder su trabajo. Conozco una actriz que ha protagonizado clásicos como Los Reyes, que está segura de haber sido censurada por hablar mal de Duque, o simplemente por apoyar la minga indígena. Y, pensándolo bien, nadie está a salvo. El propio Santiago Alarcón ha perdido anuncio con marcas porque tiene “unas redes complicadas”. Y complicado es hablar mal de Uribe, por supuesto. Desde que los canales sean propiedad de los grupos económicos la única opinión políticamente correcta es la tibieza y, si va a opinar, hágalo en contra de la izquierda.
Claro que hay un veto. Un actor problemático no solo es el que se pasó de perico en una escena o el que le dan pataletas con la maquilladora o el borracho que llega tarde, no, el actor complicado es el que opina a favor del pueblo, en contra de la desigualdad social, por la reconciliación, el que exige la implementación del acuerdo de paz con las Farc, el que se indigna por las masacres diarias, el que se queja por el platal que se gasta Duque queriendo imitar a Pacheco en su programa diario, el que no puede admitir un trino que podría instigar un asesinato como el de Lafaurie contra Ariel Ávila. Ser humano, ser buena persona en este país, es un pecado imperdonable y un actor puede ser condenado al ostracismo solo por cometerlo. Claro que hay veto, quítense la máscara y, sobre todo, empiecen a pagar regalías, hay glorias de la televisión que están pasando hambre. En vez de estar pensando en pagarles una montaña de plata a un influencer para que reemplace a los actores, acuérdense de todos esos viejos que hicieron grandes sus marcas. ¿Van a seguir negándolo?