El mundo está resquebrajado. No solo debido a los problemas del COVID-19, sino a las relaciones sociales que han generado la evolución de las interacciones humanas con su educación, su tecnología y demás problemas que han azotado al universo desde el siglo XX en adelante, y han afectado la conducta individual y social, causando desastres cognitivos.
La interpretación del lingüismo ha variado. Podríamos decir que se conocen nuevos idiomas y dialectos generados a través de la relación del hombre y su entorno, del individuo y su medio ambiente y también del ser humano con su idiosincrasia. Valga decir, una acción derivada de aquello que se ha llamado los dialectos interpretativos como consecuencia de la evolución social por la influencia en la cultura y su folklore.
Alvin Tofler denominó “shock de futuro 21” a esa vida que llevamos cada día más de prisa, por lo que dejamos atrás, los sitios que visitamos o donde vivimos, o también por las cosas y las personas que pasan por nuestras vidas. Ello para significar que debido a esto no entendemos lo que realmente pasa, que la palabra ha evolucionado de manera tal que no nos deja comunicar con esa misma capacidad de cognición que necesita el hombre para contener el mundo y sus dificultades.
Así pues, estamos comprendiendo fragmentariamente “algo de lo que pasa… vemos únicamente los núcleos de los hechos, sucesos, causas y fenómenos”, extrayendo lo superficial dejando que las razones, comportamientos y conductas se conviertan en peligrosas. Basta ver cómo esa dolorosa experiencia que nos ha dejado el COVID-19 por un lado y la inseguridad social por el otro han determinado que hayamos fracasado de lo que llaman “metodologías científicas”, aplicadas a los procesos de prevención, manejo de los aislamientos y la tan mencionada vacuna, nos dimos cuenta de que unos hablan un lenguaje y otros uno muy distinto, ahí está precisamente el problema de la palabra, cada quien la oye e interpreta de acuerdo a sus conveniencias.
Se propugna por un encuentro entre los humanos desde la palabra, entendida esta como el medio de comunicación por excelencia, que ayuda a prolongar la vida, pero ese pensamiento racional (Rubia) confiere una interpretación teórica totalmente distinta.
Hemos dicho que la palabra es indispensable, pero que esta deba ser entendida desde el ignorante hasta el más letrado, pero no, incluyendo los términos que usamos esa disparidad de concepto no es convincente, “las cosas bellas son difíciles” en palabras del pensador venezolano José Rafael Herrera, y he ahí el problema, se supone que no saben lo que dicen y dicen lo que no saben, lo que desde ya genera interpretación errónea del mensaje final que se quiere resaltar. Nada más peligroso lo que esconden las palabras, desde su primigenia idea hasta el descubrimiento que cómo sobrevivimos a esa evolución, de cuando la palabra era la palabra y se creía en ella, pero hoy se resalta no se sabe lo que se dice y no se entiende lo que se desea.
La palabra nace entonces de esa necesidad de mejorar la forma y modo de vivir del ser humanos, aparte del propósito que cada uno tenga, del camino que se labre por su propia experiencia, lo que sí queda claro es que nos encontramos en un momento en donde todos hablan y pocos entienden, en donde se utilizan palabras rebuscadas para tapar las porquerías de otros, cuentos y actos ilícitos para desmitificar la política y los problemas sociales con sus desigualdades adheridas, pero más aún ¡Esto debo explicarlo de un modo que facilite aún más entender qué quiero decir y lo que significa! (Rubia P. 2020), para no quedar en la incertidumbre cuando por medio de eufemismos tapamos los actos irregulares para elevar el ego y su egocentrismo, del cual están padeciendo muchas personas en especial aquellas que nos dirigen.
Desearía tener las respuestas a esa involución del lenguaje, pero no, lo que sí es cierto es la pregunta que surge de todo esto es: ¿por qué sucede ahora en este planeta y en especial en Colombia? Tal vez lleguen en la cantidad de tiempo que calculo me queda por vivir.