El fútbol tiene tanto de poesía como ella de él. No hay nada más poético que una pelota cuando toca la red después de una búsqueda incesante de quien ataca y quien defiende. ¡Hay tanto en los dos elementos!: estrategias, malabares y artimañas como la palabra misma; fugaz, etérea, volátil, y malditamente puta, callejera.
A la pelota como a la palabra todo el mundo la toca, la acaricia, la saborea, la paladea y malamente la patea en búsqueda de un instante eterno, de una fugacidad infinita que las dos se quedan en uno eternamente: la pelota en la retina y la palabra en el oído.
Pero claro, fútbol y poesía son hechas por hombres. El uno, mientras haya goles hay dinero; en la poesía mientras haya hombres, existirá sobre la Tierra. Ella, lenta pero penetrante, llega al centro del ser humano. Los dos elementos son hechos por el hombre para la eternidad. Y al ser hechos por los hombres, tienen las mismas carencias que buscamos en quienes amamos la palabra, en otros quienes aman la pasión. Y pertenezco a los dos, a la palabra como lector y maestro; al fútbol como observador.
Y esos que hacen el uno y la otra, tienen la misma pasión. Pero por esa pasión no juzguemos a los hombres; si es la poesía y quienes la han hecho los vamos a juzgar por sus actos como humanos, entonces no leeríamos una sola línea de Walt Whitman por homosexual, tampoco de Buadelaire por lo mismo, ni una palabra de Porfirio Barba Jacob por marihuanero, de Wilde no leeríamos un solo cuento porque amó con pasión a un muchacho. No leeríamos un cuento de Poe por borracho, ni una novela de Joseph Roth por lo mismo. Tampoco leeríamos a Sandor Márai por el consumo de botellas de licor. Si seguimos en la historia y nos venimos al mundo actual, no tocaríamos el universo profundo del Valle del Sinú porque Raúl Gómez Jattin amó tanto la vida, su homosexualidad y sus escándalos que los transformó en poesía. Si es por los vicios, entonces no leeríamos los cuentos de Cortázar porque mientras traducía a Poe, se hundía en la nube de yerbas fumables.
No juzguemos tampoco a esos muchachos que salieron de un pantanero al centro de un estadio universal. Empezaron pateando balones descalzos en un barrial. Lo afirmaba un técnico: “a estos muchachos les tuve que enseñar a que no comieran con la mano en un comedor”. Estos muchachos después de aguantar hambre durante su infancia vieron que todo era posible porque los tocó el rayo divino de sus talentos. Supieron desde niños que en una pelota estaban sus sueños y su destino. Le hicieron el quite a padres irresponsables que los identifican cuando a estos muchachos los toca la fama y el dinero, se hacen cargo de ellos después de haber crecido solos, de haber gambeteado el hambre, la soledad, los vicios, la disciplina de un hogar. Son niños-hombres; responsables de una madre cuando no han cruzado el umbral de la adolescencia. Y el problema no es porque los colombianos somos así. No, hay futbolistas en clubes mundiales investigados por narcotráfico, otros por escándalos en su vecindario, maltratadores de mujeres, tráfico sexual de infantes y un etcétera largo.
Si es por sus vidas personales, así como las de los poetas y escritores, no más memes burlándose de sus actos, no más videos de la policía deteniendo a uno por vincularse con la mafia, no más videos de aficionados por el escándalo de una pelea familiar. Lo que de pronto les sobró a algunos, les faltó a otros. No más duelos de tres días en Argentina por Diego, que no fue por su poesía para hacer goles, sino porque dejó de producir millones de dólares a la Fifa con sus goles. Menos bulla y más silencios, pero no tanto como al padre de Mafalda; después de su muerte ni siquiera un minuto de silencio en Buenos Aires por su partida. Claro, es que el uno producía dinero con la pelota en su empeine y el otro era mordaz, crítico y reflexivo, donde ponía la punta de su lápiz, hería el pensamiento.
Si algunos son ejemplo de lo malo, por favor, no más especulaciones y amarillismo con ellos. Ejemplos de los buenos también hay muchos. De vendedor de helados en las afueras del estadio, llegó a los mejores estadios españoles y ahora es técnico. De la pobreza en un barrio donde lo dejaban encerrado para que la mamá saliera a trabajar, pasó a hacer goles y se echó la selección colombiana al hombro cuando los demás estaban derrotados. En sus primeros contratos no diferenciaba entre mil setecientos y diecisiete mil, y ahora es un señor en todas partes. El auxiliar de uno de los mejores técnicos colombianos llegó de un pueblo cafetero a vivir a Itagüí donde una tía porque la roya había acabado con la producción de ese año, su padre la pasó mal, y después de disciplina y talento llegó a ser el mejor cabeceador de un equipo colombiano y ahora es empresario.
Ahora bien, volvamos a los muchachos. Esos que con gambetas se han jugado la vida, lo que necesitan es educación, acompañamiento, solidaridad y respeto. Esos muchachos que le hicieron la amague a la escuela para dedicarse al fútbol la necesitan ahora, y ya no es tarde. Hay tiempo para que el dinero que han ganado lo inviertan en psicoorientadores, sicólogos, terapistas del comportamiento; maestros. Ojalá los que puedan acompañarlos no sean payasos que van a buscar es la cuenta bancaria para escurrirla. Hay que reorientarles la vida, que entiendan que la fortuna es para invertir en la vida y en la formación personal. Cuando puedan comprender las derrotas de la vida, sabrán que poesía y fútbol pueden encajar en el destino de la humanidad.