Sin pretender generar polémicas, impulsar tendencias o entrar en discusiones bizantinas, haciendo uso del derecho de opinión que cobija a todo ciudadano, considero que Colombia no solo es el país de los falsos positivos, las masacres y la delincuencia común, que disimula su tragedia entre realities y periodismo parcializado, sino también uno de los países más desiguales del mundo, donde porcentualmente los pobres pagan mayores impuestos que los ricos. La economía del país tiene además un enfoque extractivista, lo que ha provocado que las zonas ricas sean también las más marginalizadas, Buenaventura, Chocó, Amazonas, Putumayo, Cauca, Guajira, entre otros.
La influencia de las multinacionales en el país es equivalente al caso de Centroamérica que aun hoy vive las consecuencias de violencia de la intervención de las multinacionales extranjeras a mediados del siglo pasado. Colombia es una nación camino de la debacle y lo es por la nefasta gestión de los gobiernos que han presidido hasta la fecha, a Gustavo Petro se le señala por haber pertenecido al M19, pero paradójicamente a ese movimiento la sociedad pobre le debe su herramienta más valiosa: la constitución del 91, que entre otros beneficios trajo: libertad de cultos, Participación política de grupos minoritarios, Igualdad y dignidad para la comunidad LGTBI, derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, inclusión de grupos étnicos, indígenas, afro y minorías, defensa del medioambiente, recursos como el derecho de petición y tutelas, un gran avance en materia de derechos y libertades, fortalecimiento de la educación pública y destacados políticos como Navarro Wolff.
Que el modelo actual afecta a la población vulnerable resulta evidente, la desigualdad se corrige a fuerza de reformas tributarias como la que se aproxima, cuyo costo social será enorme, cuando justamente esa desigualdad emana del propio modelo de mercado, en un país donde la economía se sustenta en la informalidad, las pymes que sobreviven con esfuerzo, el extractivismo por parte de grandes multinacionales donde la nación obtiene un pequeño porcentaje de utilidades y el impacto de un fenómeno como el narcotráfico con su estela de violencia y miseria.
La equidad no se logra a fuerza de cargas impositivas que frenan la productividad, la política económica actual no dinamiza la economía, por el contrario, la frena generando más pobreza. Colombia, un país agrícola, sigue buscando ávidamente emular grandes economías extractivistas sin evaluar el desastre social que esto genera, y que lo eleva a los primeros puestos de desigualdad mundial. ¿Proponer que las tierras improductivas generen riqueza para todos es una locura? Que la carga impositiva se aligere para los estratos bajos, que se fomente el emprendimiento, que se fortalezca la educación, que se aproveche la experiencia de modelos exitosos como los de algunos países asiáticos o que se privilegia el medio ambiente en lugar de la extracción minera y petrolera, en un país con recursos limitados. ¿Cuál es la locura en ello?
¿Cuánto durarán nuestros suelos y ríos con minería, glifosato y fracking? Cuanto durarán los escasos empleos que genera el país, cuando podrán nuestros jóvenes acceder a la educación superior en un modelo semejante. La equidad en países como Colombia solo se puede lograr por medio del acceso a la tierra de las comunidades negras, indígenas, campesinas, el impulso a proyectos de emprendimiento, mutualismo, educación superior universal, protección de nuestros recursos y la participación de los trabajadores en las utilidades generadas producto de su labor. Abusivos aparatos estatales de fuerza represiva y de impuestos no son el camino. Colombia genera riqueza para unos pocos, los beneficios de la productividad siguen distanciándose de las comunidades que más los necesitan, ejemplo de ello, lo mencionábamos antes, son las zonas periféricas del país. La nación está postrada ante un modelo económico y social que no le sirve a nadie: a los pobres los marginaliza, a la clase media la somete a la violencia que rebosa las ciudades, incluso a la clase alta la perjudica en el desempeño de sus utilidades, es un modelo absurdo, sostenido por el discurso del miedo al cambio.
Es en la agenda de Gustavo Petro donde encuentro mayores afinidades con esta perspectiva, ya veremos qué dice la historia en el 2026, pero por ahora opino: la opción es Petro 2022.
