Un país imaginario
Opinión

Un país imaginario

Por:
agosto 29, 2014
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El hombre se levantó temprano y sintonizó la radio con sus noticias sosas que ya podía imaginarse desde la noche anterior. La lluvia arreciaba con insistencia como queriendo resaltar en medio de la espesura del aire y los claroscuros del nuevo día. Seguramente se le vino a la precaria memoria el destino signado de vivir en un país acostumbrado a desdoblarse según los intereses de turno.

Desde el Cuartel General del Ministerio de la Verdad se había determinado toda la trama necesaria para mantener a los hermanos de territorio ligados con la misma estratagema de información. Así qué más da si la verdad de hoy no es la misma de la semana anterior y que las placas tectónicas de la verdad se mueven con asombroso parecido a las del planeta físico.

El presidente en su sano juicio —certificado por los Tribunales del Buen Nombre— había llamado a los opositores para romper el aburrimiento de la campaña electoral. La oposición con ese cuarto de hora se despachó monda y lironda y casi lo hacen trizas en la primera vuelta.

El acuerdo consistía en descubrirse verdades entre sí —unos a otros con mentiras de notariado— y confundir a la inmóvil opinión, quienes firmes como gelatina mantenían sus principios a salvo y luego —todos lo partidos— salirse airosos en la tempestad de la democracia.

Pero como en juego de traidores se esfuman las reglas, las luces se apagaron y al encenderse de nuevo ya era otro el panorama.

“¿Qué país es este el qué me ha tocado vivir?”, se preguntó el madrugador oyente.

Cambió de estación radial y se escabulló por las ondas cortas de su radio “made in China”y terminó escuchando al rompe los comentarios de unas conversaciones entre aburridos guerreros oficiales y revolucionarios agotados en su propia lucha. Era la estación de una Isla en el Caribe. Algo remoto en apariencias pero que él intuyó como que también hacia parte del libreto del Cuartel General del Ministerio de la Verdad.

Al rato, cambió el galimatías de la paz por una música de alas.

Los ministros en otras ondas radiales se debatían fieramente contra los periodistas de extraño color porque su verdad no había pasado por el Cuartel General del Ministerio de la Verdad:

Que la minería es el mejor amigo de la naturaleza y que los chigüiros bañados en crudo son más fotogénicos.

Que tanto el gobierno como la oposición de cualquier orilla obedecen a un plan de teatro del absurdo en una sola escena y que previamente se acuerdan los libretos y guiones para representar la comedia de la democracia.

Yo te insulto. Tú me desmientes. Un caricaturista oficial nos agarra de las mechas y todo pasa. Meros mamarrachos tan iguales en el papel y en la realidad.

Que yo no soy criminal sino contradictor político dicen unos carteles. Mientras que los otros de cualquier pelaje le enrostran sus alianzas  con los carteles de verdad.

Que la ciencia es a cada rato derrotada por los rumores casquivanos y míseros que se pasean por la clandestina cuerda del teléfono de la ignorancia y enseguida corre el ministro de la Salubridad Pública  a insistir en que si no abrazamos al positivismo estamos jodidos.

Que es mejor enseñar con el ejemplo del esfuerzo y el progreso personal a la sociedad en general, pero a punta de héroes criminales televisados que nos han humillado hasta el cansancio y cuando nos damos un reposo, se desdoblan en grises individuos de oscuros intereses que nos hacen las leyes para la convivencia. El lobo fabricando la casa de los cerditos.

“No se sabe hasta cuándo el terror de los medios con color de sol de la mañana nos tendrá prisioneros en nuestras correccionales de barrio y de manzanas”, vuelve a preguntarse el atribulado radioescucha y televidente.

Hay una conspiración abierta por parte de los que no tienen nada o casi nada, contra los que exhibimos cualquier abalorio material por la calle o en los negocios o en la casa: Algo demencial y de resentimiento patológico hierve en la sangre de los que despojan y matan hasta por una mísera caja de goma de mascar. Bilis acuosa que se muestra en toda su cromática composición por los voceros del régimen en sus empolvadas pantallas de TV.

La línea entre la verdad y la no verdad (el Cuartel General del Ministerio de la Verdad prohibió recurrir a la palabra mentira) es tan delgada que sus átomos imperceptibles son promiscuos hasta más. La radio, la televisión, la prensa escrita y la web con sus redes sociales hacen parte de otra dimensión conocida. Hacer creer que los ciclos solares y lunares son como los percibimos. Quizás no haya ni sol ni luna. Esos son inventos de un país imaginario.

Coda: releer al gran Alduos Huxley siempre será un placer. Mejor dicho, Un Mundo Feliz.

 

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