Buda enseñó con enorme sabiduría: “nadie nos salva, sino nosotros mismos, nadie puede y nadie debe. Nosotros mismos debemos recorrer el camino”. Pero millones de colombianos están dando patadas de ahogado en medio de este naufragio. Es como si clamaran al cielo con gemidos de plañidera a ver si les cae un salvador que les extienda la mano y los rescate de aguas profundas y pantanosas. Por eso este circo de payasos que es la fase preelectoral se nos llenó de mesías y de cristos y de midiositos y de todopoderosos y de magos que con una varita mágica prometen rescatarnos del abismo. Es el mismo show de cada cuatro años.
Es cierto, la barca se hunde y soplan vientos terribles, de guerra inclusive, y cunde el pánico, la desesperación, mientras un coro de llorones clama de nuevo como invocando al Chapulín Colorado: “oh, y ahora quién podrá defendernos”. Y con toda seguridad uno de esos supersónicos mesías ocupará el solio de Bolívar. Pero queridos y sufridos hermanos míos, respiren profundo porque esto va para largo, y aún falta mucho para ver un rayito de luz al final del túnel. Es más (y temo que no me entiendan ni una jota), el problema sobre todo está dentro de nosotros mismos, y los resultados se ven afuera. Porque el mundo exterior es un reflejo o un espejo del mundo interior.
Bien lo dijo don Miguel de Unamuno: “lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”. Bueno, no sé si sea pedirles mucho, pero ojalá mastiquen y rumien esa frase. Asumir una postura de observador imparcial es casi imposible en una época nocturna de melodramas y epilepsia fanática. Hoy pocos se detienen a reflexionar, o al menos a concederse el beneficio de la duda. A ustedes se les comieron el cerebro, el corazón y ahora van por sus almas. Porque la inmensa mayoría eligió la vocación de esclavo. Así que vayan alistando genuflexiones y rodilleras y las babas propias de la lambonería para adorar al nuevo salvador que surgirá de entre esa multitud de mesías que proliferan como mariposas en ese hollado jardín que es mi Colombia.
Pan y circo, circo y pan, y que me pongan música de payasos porque la función recomienza. Es la rueda que gira sin cesar como para darle un aliento de esperanza a los que se ahogan en este mar de incertidumbres. Es el destino de los que a voluntad optan por la ceguera, la sordera y la estupidez. No lo olviden, los cielos y los infiernos los creamos nosotros mismos: al carajo los mesías, los salvadores y Raimundo y todo el mundo. Amén.