Avanza el proceso de paz
Opinión

Avanza el proceso de paz

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agosto 27, 2014
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Se puede decir que el enfrenamiento del gobierno y del Dr. Santos ya no es con la guerrilla de las Farc sino con los opositores al proceso que se adelanta.

Las razones que se proponen para tal oposición aparentan no ser contra la paz en sí misma sino a veces contra la metodología usada (i.e. conversaciones de igual a igual), a veces contra lo que se está concediendo en la negociación (i.e. impunidad o derechos políticos), a veces contra lo que faltaría como complementos para satisfacer a otros sectores involucrados en el conflicto (i.e. diferenciación de las víctimas o tratamiento para los responsables por parte del Estado).

La sensación que infortunadamente queda es que hay enemigos del proceso, bien sea por el hecho que lo está adelantando un gobierno del cual son opositores y casi enemigos, bien sea porque lo que desean es la continuación de la guerra porque creen en la posibilidad de la victoria total por la vía militar.

Dentro de esta confrontación entre defensores del proceso y quienes lo cuestionan, las últimas jugadas de enviar comisiones de víctimas y una delegación de militares han suscitado, como era de esperar, toda clase de opiniones; interesante evaluar lo que significan y lo que han producido en cuanto al pulso entre esas partes.

Lo primero evidente es que han incidido en el peso y en el ritmo de lo que sucede en La Habana. Sea o no cierto que las primeras víctimas fueron escogidas justamente porque respaldan el proceso, lo cierto es que con el argumento de que es la primera vez en el mundo que las negociaciones se basan en el derecho de la víctimas, ese refuerzo ha ganado legitimidad para las conversaciones; y la presencia de los oficiales en la mesa silencia y disminuye (aunque también podría exacerbar) el posible ‘ruido de sables’ que se dice podría estar ocurriendo en las fuerzas armadas.

No es difícil pensar que con estas nuevas situaciones la inercia del proceso parece superar lo que se podría llamar la masa crítica que garantizaría que el resultado final de cualquier acuerdo será aceptado y muy seguramente respaldado por las mayorías nacionales.

Queda la duda —más exactamente la ignorancia— sobre cuál será ese acuerdo final, no solo en cuanto a texto sino en cuanto a los puntos que hasta ahora se han dejado como pendientes. Pero en lo que se refiere a ese pulso entre el Gobierno y sus contradictores se le ve bastante más fuerza al primero.

Cuánto se avanza en lo que concierne a la Paz es otro tema.

Si, como ya parece claro y entendido, la Paz depende no de los acuerdos sino de los programas que se implementen para desarrollarlos, todavía no se sabe nada. En otras palabras, una cosa es la habilidad política para conseguir el apoyo de la opinión pública, y otra el contenido que aún no se conoce de lo que se establecerá como el camino para la verdadera Paz.

En resumen: la presencia de víctimas y militares en La Habana le da peso y ritmo a la mesa, pero no define el contenido de los acuerdos; no es el desarme ni una derrota para la guerrilla pero sí bastante para los antiproceso. Pero no hay que olvidar que el objetivo no es superar las objeciones de quienes no simpatizan con el gobierno o con sus políticas, sino logar pactar condiciones que además de lograr suspender el conflicto armado traigan respuestas a las causas que en algún momento lo desencadenaron.

 

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