Manhattan, de Woody Allen
Woody Allen es, a pesar de las polémicas y los líos personales, uno de los directores más importantes de toda la historia del cine. Empezó haciendo comedia y cuando se había hecho un nombre sorprendió a todos con su capacidad para hacer cine “serio”. En 1979 estrenó Manhattan una de sus películas más recordadas. La película inicia con una secuencia de postales en blanco y negro de Nueva York que son acompañadas por la Rapsodia Azul de George Gershwin y por una voz en off de una narración sobre por qué este narrador adora a La gran manzana. Huelga decir que esta es una de las secuencias más recordadas del cine y que Manhattan fue reconocida en su momento como una obra maestra. Fue nominada al Óscar por mejor guion para Allen y para Marshall Brickman que también lo había ayudado en Annie hall. Sin embargo no se habría de llevar el Óscar sino el Bafta en esta categoría y en la de mejor película.
Se dice que esta película de Allen es una carta de amor a Nueva York, en especial al distrito de Manhattan donde Allen ha pasado prácticamente toda su vida. Esta no es la Nueva York de los gangsters o la Nueva York sucia y peligrosa de los años 70, que retrata Scorsese, otro neoyorkino. Esta es una Nueva york idealizada y vista con los ojos del amor. Este procedimiento Allen lo repetiría años más tarde en Media Noche en París, otra célebre pieza de su filmografía. Allí nos introduce a la ciudad de la luz, acompañados por la música Sidney Poitier, otro favorito de a Allen. El inicio de Media Noche en París es prácticamente un calco de Manhattan, pero en últimas lo que nos quiere decir Allen es que el cine siempre idealiza a las ciudades. El cineasta siempre toma una ciudad y la idealiza, quita lo que quiere quitar y pone lo que quiere poner. Este procedimiento también está presente en otros cineastas como, por ejemplo, Wong Kar Wai con Hong Kong o Roberto Rosellini con Roma.
¿Es posible que dos personas en épocas distintas y latitudes distintas tengan la misma idea?
Siempre pensé, gracias a Allen, que él había inventado este procedimiento con Manhattan, hasta que descubrí que un español había hecho con Bogotá lo mismo que Allen con Nueva York, solo que con casi veinte años de diferencia. Y no es que este español haya copiado a Allen, lo hecho por José María Arzuaga tiene veinte años previos de diferencia y prefigura lo que hará el neoyorkino.
Arzuaga fue un español nacido en Madrid que vino al país huyendo, como tantos, de la dictadura. Aquí trabajó en todo y haciendo de todo. Por uno de esos caminos llegó a la publicidad, a la televisión y por ahí derecho al cine. Detrás del celuloide es recordado por películas como Pasado el meridiano o Raíces de piedra. Y también en sus últimos años hizo una pequeña aparición en la recordada El embajador de la India como el sastre que provee de vestidos al supuesto embajador interpretado por Hugo Gómez. Pasado el meridiano es, según muchos, una gran película. Raíces de piedra otro tanto. Arzuaga introduce una nueva mirada al cine colombiano, en momentos donde la cinematografía nacional casi que calcaba a la del cine mexicano. Mientras que otros se decantaban por el cine social, Arzuaga hizo una obra única en su género, Rapsodia en Bogotá, que no se había vuelto a ver en más de cincuenta años desde su estreno.
Rapsodia en Bogotá, de José María Arzuaga
Como todos los que han hecho cine en Colombia, Arzuaga trabajó con las uñas. Para hacer Rapsodia en Bogotá, estrenada en 1963, tardó casi un año porque la película en color todavía no se usaba en el país. Entonces iba de aquí para allá buscando y rebuscando los medios para hacer este cortometraje que dura algo más de veinte minutos. El resultado es un trabajo que anticipa sin quererlo al de Woody Allen. Como Allen, Arzuaga también quiere desnudar el alma de una ciudad como Bogotá de la cual es extranjero pero enamorado. En los veinticuatro minutos que dura la cinta podemos ver todas las facetas de la Bogotá de los años sesenta: una ciudad atrapada entre ser un pueblo grande y una metrópoli. Iniciamos, mientras vemos algunas postales del amanecer capitalino, cuando aún sus calles están despertando, con una voz en off que nos dice que “Una ciudad es como una persona. Es el resumen de todos sus habitantes: grandes y chicos, poderosos y humildes. Hosca a ratos, esperanzada, alegre y triste en otros. Se pone en pie con el primero de ellos y retorna al descanso con el último. Como de todos, a todos ellos se parece, de todos tiene el toque, el matiz, el ademán. Nosotros hemos querido sorprender a Bogotá despidiéndose del sueño aún en la niebla del sueño, para mejor penetrar en su intimidad, para tratar de conocerla. Hay muchas formas de llegar a una ciudad. Hemos preferido esta y he aquí lo que hemos visto en un día de su vida. A través de su ancha espalda en movimiento, en esta modesta pero entrañable ofrenda de intentar cantarla”.
Luego de esto entra la Rapsodia azul de Gershwin, la misma que usa Allen en la introducción de Manhattan. Pero mientras Allen nos da una mirada refinada de letreros y hoteles Arzuaga nos muestras perros, o como se llaman en Bogotá “gozques” que buscan entre las canecas algo con qué iniciar su día. Vemos, como decía, todos los aspectos de aquella Bogotá ida: lo bueno y lo malo, lo limpio y lo sucio. Vemos los gamines y las plazas de mercados, y también vemos la noche capitalina, la dolce vita bogotana de clubes y cócteles. Vemos a los recogedores de basura y a los empresarios. Vemos una ciudad de sombreros y de trajes. De secretarias y de ejecutivos. Una ciudad de luces de neón. Una ciudad con grandes edificios, de calles inundadas por escarabajos, fleetlines y playmouths. Vemos los amaneceres de la fría sabana bogotana, cuando la ciudad terminaba en Chapinero. Vemos toda la fauna y la flora de una ciudad. Vemos fábricas, iglesias, casas coloniales. Vemos el tren de la sabana…
En su momento muchos de los negativos y muchas partes de la cinta se cortaron por la censura de la época y finalmente, con el transcurrir de los años, se perdieron. Como suele suceder con los clásicos de culto el público aún no estaba preparado para una obra así. Pero, no obstante todo esto, fue reconocida en algunos festivales del mundo como el festival de San Sebastián en donde ganó la Piedra del Cantábrico. Como la película fue cortada en varios segmentos, hasta hace poco se creía que muchos de esos recortes se habían perdido y la cinta parecía destinada al olvido. Fue hasta hace poco cuando unos investigadores de la Fundación de Patrimonio Fílmico encontraron todos los negativos originales. No solo los de exhibición, que eran los que quedaban, y así se pudo restaurar íntegramente.
En el proceso de restauración se volvió a poner el sonido, tan importante y que enviste a esta obra de un aura melancólica, y el año pasado en medio de la pandemia la Cinemateca Distrital de Bogotá volvió a proyectar esta obra cumbre de la cinematografía nacional, que lastimosamente como ya dijimos no tuvo eco en nuestro país. Fueron muy pocos los que reconocieron (algunos como los de Ojo al cine supieron darle el valor que tenía) en Arzuaga a un cineasta con un gran potencial y así fue como, eventualmente, quedó relegado en el olvido.
Epílogo
Me gusta pensar que el eco de la rapsodia no solo se escuchó acá en la fría y gris Bogotá. De alguna manera si un pensamiento es bueno este debe salir a la luz en otro lugar. Como dice Ricardo Piglia hablando sobre la obra de Borges: lo importante es la idea y alguien más la desarrollará luego. Eso fue lo que pasó: Arzuaga descubrió una manera de contar a una ciudad en el cine y esta idea sin ser escuchada en su tierra trascendió y llegó hasta la Nueva York de Woody Allen donde otros le dieron la resonancia que necesitaba.