Todos hemos crecido leyendo un cuento de hadas, o al menos de oídas sabemos de qué tratan. Pero normalmente muy pocos se preguntan qué hay detrás de esas “inocentes historias”, consideradas –principalmente en sus comienzos– como simples narraciones orales destinadas a la educación del público infantil. Ni son tan inocentes, ni mucho menos fueron destinadas a la educación exclusiva de la niñez: abordan temas y situaciones propias de la adultez. Pasan los años y siempre vamos a encontrar nuevas versiones: distintas interpretaciones o puntos de vista que antes no se reparaban. Forman parte del legado literario universal, siendo difícil no analizarlas o reconocer sus verdaderos significados.
Nos han llegado, primariamente, gracias a los hermanos Grimm, dos filólogos alemanes que se propusieron estudiar, acudiendo a sus relatos más emblemáticos, el rico folclor teutón, con el fin de difundirlo y estudiar a su vez las historias más significativas de la cultura occidental. Es importante que se entienda que no son autores de ninguno de los cuentos que llevan su nombre, simplemente fueron sus compiladores –que, dicho sea de paso, también tiene su mérito la difusión y el estudio de las obras literarias–. Fueron ellos los que suavizaron los temas más polémicos que en esas “bellas” historias se mencionan, hasta el punto de popularizarlas fervientemente en todo el mundo occidental. Su trabajo consistió, como se ha dicho, en la compilación, mas no en su explicación, algo que le dejaron a la futura crítica literaria.
Por eso al analizar a Caperucita Roja, una obra anónima que Charles Perrault hizo suya, nos adentramos a la iniciación sexual de la mujer, pero literalmente el cuento no nos habla de este asunto tal como cualquiera de nosotros lo puede entender. Se acude a un simbolismo que deja entrever, si se lo mira detenidamente, el abuso, el acoso y la violación de la mujer. Pero también se comprende que la mujer debe tener mucho cuidado con los hombres que la acechan, pues no todos tienen las mejores intenciones con ella y cualquier mala decisión la puede perjudicar. Esta es la gran verdad: el lobo es el hombre que quiere poseer carnalmente a una fémina inocente, que muy poco sabe de hombres o que no se imagina todo lo que estos le pueden hacer cuando le llega su primera menstruación.
En Hansel y Gretel, el cuento de hadas más alemán de todos, según mi parecer, la temática no es sexual, sino el hambre que azota a toda una pobre familia. La madrastra de estos niños –que por su maldad puede ser vista como una bruja– convence a su esposo para que se los eche al bosque, argumentando que ya son grandes como para abastecerse alimentariamente por sí solos. Si uno mira detenidamente el problema narrado, termina reconociendo las hambrunas que sufrieron los pueblos del pasado; se hace una idea clara del canibalismo en la cultura occidental, una práctica que solamente se visualiza en las comunidades más primitivas del globo terráqueo; piensa en las necesidades vitales –esas que no dan espera– que podían llevar a una familia a querer comerse a sus propios hijos. En otras palabras, se concluye que no es un dulce cuento, sino que en su génesis hay una enseñanza bastante terrorífica.
Si esto es así, que pasa si miramos al Flautista de Hamelim, otro cuento del medioevo alemán, en donde sufrimiento va más allá de cualquier necesidad alimentaria: la peste negra hace de las suyas tal como ocurrió en la vida real. Si bien el cuento no habla literalmente de ninguna pandemia, es posible ver en las ratas, la plaga que se encargó de propagar la peste negra, una presentación simbólica de un mal que no da tregua y que necesita ser erradicado cuanto antes. Por eso la música del flautista encanta a un río de roedores, devolviendo la tranquilidad del pueblo para erigirse como un bálsamo en medio de la desgracia. Las cosas no son contadas tal como las digo, pero si se las interpreta bien se concluye que los pueblos europeos no eran muy limpios, así que era normal que vivieran apabullados por las enfermedades de fácil contagio.
Ahora que se sabe someramente que los cuentos de hadas no son lo que parecen, toca preguntarse si vamos a seguir mirándolos tal como hoy lo vemos. Diría que nada va a cambiar, porque la literatura fue desarrollada para reconocer las preocupaciones de la humanidad (la muerte y sus tormentos), así se emplee el lenguaje más sutil para maquillarlas –o sugerirlas– con los recursos lingüísticos más elaborados. No se puede negar que se ha aprendido a leer con estas historias, y que a medida que se las estudia se descubre situaciones que muchas veces los libros no cuentan. También diría que con ellas se conoce nuestro pasado, pero igualmente nuestros deseos más reprimidos.