¿Cuánto dura el amor? Dentro del ciclo “Una mirada al cine coreano” que proyecta la Biblioteca Virgilio Barco, se presentan dos películas del director asiático Hur Jin-Jo que pretenden dar una respuesta. En su ópera prima, “Navidad en agosto”, un fotógrafo, con una enfermedad terminal, goza una naciente relación amorosa, sumando con intensidad los momentos cotidianos que le restan.
Quizás ahí está la respuesta, cada amor es una suma limitada de instantes… cuando se completa no hay posibilidad de seguir adelante y en “Un bonito día de primavera” Hur Jin-Jo pretende demostrarlo. Lee Sanguh (Yu Ji Tae), un técnico de sonido, y Jan Unsu (Lee Yang-Ae), una productora de radio, tienen un encuentro profesional. Ella necesita grabar sonidos de la naturaleza para su programa “Viaje musical”.
Los momentos se suman a través de los días hasta que Unsu lo invita a quedarse en su apartamento, pero ella sólo quiere vivir el presente y esquiva su papel de novia oficial que Sanguh quiere asignarle cuando le dice que su padre la quiere conocer. ¿Cuándo se completará la suma entre ellos? Hun Jin-Jo nos lleva con delicadeza a través de la historia. Son notables los silencios, las pocas frases entre los protagonistas, las situaciones cotidianas que enriquecen la relación hasta el punto de creer que quizás esta vez la suma puede ser interminable.
Pero a la par hay otra historia de amor ya terminada, la de la abuela de Sanguh que sólo recuerda a su esposo fallecido cuando sumaban juntos. Después de una aventura de él, la abuela dejó de sumar y en su vejez tan sólo lo recuerda de joven. El viejo de la foto que su hija le muestra, no existe y lo rechaza con violencia. Por eso, cada día lo va a esperar a la estación de tren, como en su juventud. Ese, el que sumó, es el que vive para ella.
¿Cuánto dura el amor? La respuesta parece simple, pero es así: dura lo que debe durar, ni un momento más. Unos pocos días, quizás semanas o meses, incluso unos años, pero siempre se termina. En el amor no existe la eternidad porque es humano y como nosotros mismos, también tiene su término y un día cualquiera, a veces sin avisar, muere. Después, no hay posibilidad de revivirlo y sólo quedan los recuerdos.
Sanguh y Unsu, cada uno a su manera, deberán descubrirlo. Él vive pendiente de su abuela y soporta la insistencia de su padre y de su tía que quieren que se case, y Unsu no tiene a nadie después de un matrimonio fallido. Los sonidos de la naturaleza los acercan y aquí se encuentra un recurso que Hur Jin-Jo emplea con sutileza. El invierno está por terminar, como la soledad de Sanguh y Unsu y se les abren nuevas oportunidades.
Los susurros del viento en el bosque de bambú, la llegada de las lluvias, los riachuelos que tímidamente reaparecen y se convierten en caudalosos ríos, las olas del mar que vienen y van, la campana que tintinea con la última nevada, el sol que arrincona el frío y la vida que comienza a ser distinta. En este marco de maravillosos sonidos, Sanguh y Unsu se acercan y comienzan a sumar para su propia historia de amor. El proyecto que los une sigue su curso, pasean, trabajan, intiman y las complicidades diarias se suceden una tras otra…
¿Y después? Unsu lo tiene claro. Su amor por Sanguh es la suma de los días idílicos donde la naturaleza rompió su rutina citadina. No va más allá. La abuela lo entiende y se lo dice a Sanguh: “Tanto los autobuses como las mujeres, una vez que se marchan, no hay que detenerlos”. Y es que el amor es eso, o por lo menos es lo que piensa el director coreano, un bonito día de primavera… después se desvanece.