La soledad de Buenaventura

La soledad de Buenaventura

"Paseando por el puerto sin ciudad, uno se llena de melancolía y el espíritu siente que no es la urbe que nos vio nacer"

Por: Armando Arboleda Riascos
marzo 17, 2021
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La soledad de Buenaventura
Foto: Akire gatuna - CC BY-SA 4.0

No hay nada más triste que una ciudad sitiada por el miedo y el temor. He podido comprobar que en Buenaventura, después de las siete de la noche, los fantasmas recorren sus otrora bulliciosas calles, llenas de vida, de alegría y de compartir entre vecinos. Al andar ahora por los barrios tradicionales, con sus calles de nombres festivos y anecdóticos, solo se escucha el silencio. En muchos casos, además de la oscuridad, lo único que se ve es uno que otro chaleco reflectivo. Esto nos recuerda que estamos en medio de una confrontación al mejor estilo de algunos países árabes.

Paseando por el puerto sin ciudad, uno se llena de melancolía y el espíritu siente que no es la urbe que nos vio nacer. No se entiende cómo la modernidad trajo consigo tanta miseria de almas y cómo engendramos en nuestras propias familias los monstruos que hoy nos quitan la tranquilidad y el supremo derecho a vivir, a andar a cualquier hora. Algo debe andar mal en una comunidad, cuando sus propios hijos se alzan en armas y realizan las más abominables acciones contra sus congéneres, obligándolos al exilio, al desplazamiento y a la más cruel de las situaciones de vida: el mal llamado por los organismos del Estado desplazamiento intraurbano.

Este último es una práctica execrable que hace que los moradores de un barrio, una calle o de una casa, tengan que pasar la noche en otro lugar donde el amigo, familiar o conocido para salvaguardar su vida mientras se dan las confrontaciones. En todo este tiempo su casa puede ser saqueada o convertirse en centro de operaciones. Es una práctica conexa al desarraigo y arrastra consigo el germen de la venganza del odio entre hermanos y definitivamente inocula el mensaje a la comunidad que la paz en nuestros territorios seguirá siendo un sueño lejano.

Y todo esto hace parte de ese paisaje de temor y miedo que ha convertido una Buenaventura en una mala aventura para propios y extraños. La soledad que se vive en las noches en toda nuestra área urbana raya con la alucinación. De vez en cuando ese silencio es arrebatado por el sonido de algún automotor o una patrulla de la policía que nos detiene para requisarnos o requerir documentos. Luego, uno sigue por un viaje que se hace interminable como los sueños de paz y prosperidad que como sociedad nos trazamos.

En fin, todo esto remite a un libro que leí alguna vez del venezolano Miguel Otero Silva. La novela se llama Casas muertas y es del año 1995. Allí se muestra cómo un pueblo se va quedando solo y abandonado porque todos huyen en búsqueda de oportunidades. Ojalá cambiáramos la novela y escribiéramos un nuevo libro llamado: casas vivas, donde todos nos encontráramos en paz y en alegría.

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