Entre la nostalgia y el delirio, tras la muerte de Oñate

Entre la nostalgia y el delirio, tras la muerte de Oñate

"Voy a tomarme un Old Parr infinito hasta que la muerte me impida continuar oyendo al ruiseñor"

Por: CARLOS CÉSAR SILVA
marzo 16, 2021
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Entre la nostalgia y el delirio, tras la muerte de Oñate
Foto: Instagram @jorgeonatemusic

Crecí cantando los versos del ruiseñor que enjauló para siempre su alma en unas calles raras. Vi en varias fiestas de octubre como él acariciaba con su música a un amanecer dorado y una estrella sin vida. Su garganta invencible vino a agitar las pasiones, retrató a un rey solitario que no encontró consuelo en los triunfos, un testigo que se negó a fabricar un amor de cristal y una mujer rebelde que se llevó todo de mí, todo.

Jorge Oñate le dio forma a la figura del cantor vallenato. Pienso que no solo dejó un legado como impulsor de una expresión cultural, sino que también fue el mejor de todos los tiempos en su órbita. Sus primeras producciones discográficas con los Hermanos López son joyas históricas y varias canciones de su repertorio posterior, como El más fuerte y No comprendí tu amor, se convirtieron en himnos populares. Durante sus cincuenta años de vida artística obtuvo muchas victorias, pero hay dos reconocimientos que tal vez condensan su relevancia en el folclor colombiano: el Grammy a la Excelencia Musical y el Súper Congo de Oro. Su voz colosal y diáfana sigue transformando las piedras en gotas de fuego, ahora me conduce hacia las viejas parrandas que realizaban en la plaza Olaya Herrera y me ayuda a sobrellevar el despecho que intenta destrozar mis ilusiones.

Aunque algunos de sus colegas lo calificaban como prepotente, Jorge Oñate era más bien un artista perfeccionista y competitivo. Creo que no buscaba una fama superficial y efímera, sino la materialización de un objetivo superior: la inmortalidad musical. Simplemente quería demostrar su talento y concebir una obra sublime. Por eso escogía con detenimiento las canciones de sus trabajos discográficos, los músicos que pertenecían a su agrupación y los momentos para emparrandarse. Como tenía claro que no componía y verseaba bien, le apostaba todo a su canto inquebrantable, que magistralmente conjugaba con la poesía y el acordeón de los juglares.

A veces Jorge Oñate usaba la sátira y el autoelogio para avivar los duelos vallenatos. Algo me dice que veía a la música como un partido de futbol, era capaz de hacer cualquier cosa para ganar, pero cuando sonaba el pitazo final le restaba valor al resultado y salía corriendo a darle un abrazo de respeto a sus contrincantes. En realidad, no competía con el propósito de derrotar y humillar al otro, sino para alcanzar la excelencia, intrigar al público y mantener vigente al folclor vallenato. Diomedes Díaz y Rafael Orozco siempre le sirvieron de aliciente para convertirse en una leyenda. Lejos de sentir envidia o menosprecio por ellos como muchos pensaban que sucedía, los admiraba porque sabía que eran artistas extraordinarios. Recuerdo que cuando el Cacique de la Junta falleció, Jorge Oñate dijo con nostalgia en el homenaje que se llevó a cabo: “Estoy en la despedida del más grande”. Unos años antes, durante la entrega de una escultura donde él aparecía con Diomedes y Poncho Zuleta, rompió el protocolo y manifestó: “Ahí hace falta Rafa”.

Jorge Oñate siempre estaba buscando un pretexto para mantenerse en pie de lucha. Durante los últimos años de su vida se dedicó a defender el vallenato tradicional. Criticaba a los músicos de la nueva ola porque no les interesaba la poesía: “Pónganse a grabar vainas serias —les decía con determinación—, sus canciones no duran tres meses”. Se comportó como un maestro, dejó enseñanzas y advertencias para las futuras generaciones del folclor. Obviamente, no fue un ser humano perfecto. Cometió, entre otros, el grave error de entrar a la política, que es un círculo putrefacto del cual nadie sale ileso. No obstante, hay que tener claro algo: a los artistas se les juzga estrictamente por su obra. En mi memoria permanecerá ese cantor que le imploró a un espíritu marchito que no siguiera vendiendo placer y a un romántico infeliz que emprendiera nuevas aventuras.

Debo confesarlo, desde que murió Jorge Oñate estoy confinado entre la nostalgia y el delirio. Tengo ganas de irme para La Paz a rencontrarme con mi infancia, a bañarme en el río mocho y a oír las notas refinadas de un acordeón. Voy a tomarme un Old Parr infinito hasta que la muerte me impida continuar oyendo al ruiseñor.

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