Que su propiciador, líder indiscutido, jefe natural y único jefe, esté propiciando la destrucción acelerada del partido Centro Democrático convertido ahora mucho más evidentemente en el Partido de Uribe es un consecuencia directa de los hechos aportados a la opinión pública nacional luego de que la JEP informó que las cuentas hasta ahora de los muertos por falsos positivos arruga la cifra de 6.402 inocentes.
Lo que ocurre aquí en Colombia de alguna manera es una caja de resonancia de lo que está sucediendo con el partido republicano en los Estados Unidos. Recientemente el periódico New Yorker trajo un de esas llamadas columnas largas que usan los grandes periódicos del mundo, como método para tratar de forma más pormenorizada argumentos cómo la adscripción hegemónica a Trump estaba haciendo desaparecer ese partido que no tendría futuro sobre la base de que Trump seguiría siendo el presidente a pesar de su evidente derrota.
La arquitectura mental del análisis y la argumentación, tanto como la profundidad de las implicaciones políticas son tomadas de modelo haciendo, claro está, una revaloración para el caso colombiano.
La razón, que no da el New Yorker, para adelantar públicamente un debate sobre el porvenir del Partido Republicano es que de todas maneras, aunque exista una adscripción así se quisiera absoluta tanto de Trump como a Uribe de sus respectivos partidos, esas comunidades políticas no dejan de ser construcciones sociales, en consecuencia pertenecen a la sociedad, y por lo tanto estamos implicados con sus suertes, independientemente de que nunca seamos de sus copartidarios.
Entonces en aquel debate encuentro una similitud con lo que pudiera estar pasando en Colombia. Se dice: “El Partido Republicano parece haber decidido a raíz de la derrota de Trump que, particularmente a nivel estatal, seguirá tácticas, (…) que le permitirán ejercer el poder incluso desde una posición minoritaria.
Cuando transcurrían las elecciones pasadas a la presidencia se tuvo la impresión de que un eventual triunfo de Petro no sería reconocido por el Centro Democrático y se insinuó estarse fraguando un gigantesco fraude que, obviamente nunca existió, a no ser que ahora se pudiera consentir y sustentar haberse elegido así el actual mandatario. Es decir, siempre se dejó espacio suficiente como para admitir que seguiría tácticas que le permitieran adueñarse del poder incluso contándose como minoría; tal y como pretendiera, alucinando, Trump con siete millones de votos menos que Biden.
Igualmente se analiza allí: “(…) Pero es cada vez más razonable revisar la perspectiva de Washington de que, en las circunstancias adecuadas, un partido podría volverse antagónico a la salud de la democracia”.
Esta segunda parte crítica se nos antoja sustanciosa: los movimientos y apariciones públicas del líder del Centro Democrático no han dado ninguna señal de arrepentimiento de algo tan luctuoso como amañarse con 6,402 muertos inocentes, que no hacían parte de ninguna guerra, mientras se subvertían sus muertes, haciéndolas pasar como si de verdad se estuviera luchando contra la subversión de las fuerzas que atacaban al Estado Colombiano. Incluso, no sin sorna, ha minorado impúdicamente que los muertos no serían más de 4.000 yéndose contra la JEP como que nada puede creérsele por estar siendo dominada por las FARC, algo que ni viene al caso ni puede demostrar.
Ahora podría estar claro que aquel gobierno de la Seguridad Democrática no solo no derrotó a la FARC, tampoco habría combatido con la contundencia que nos estuvo vendiendo contra sus frentes de batalla, convirtiéndose todo en una grotesca mentira de cuyos beneficios pelecha mediática y políticamente todavía. Nadie sabe qué daño pudieron haberle causado las madres de Soacha para que durante su Comandancia en Jefe, matarle a sus hijos. Ni madres ni hijos hacían parte de comando guerrillero alguno susceptible de ser perseguido de manera tan aleve y llevados de la ventaja de trama y fuerza secreta y superioridad numérica de jerarquía y de mando. Esto es mucho más grave si se piensa que nunca admitió que en Colombia hubiera conflicto armado; entonces, qué justificaba subvertir las fuerzas institucionales del Estado en contra de inermes.
Lo que insinuamos es que si el estado colombiano estaba siendo fallido socialmente y a eso se debiera la aparición de una insurgencia, que no se reconocía como motora de conflicto alguno, ahora se estaría agregando que también estaba siendo fallido políticamente. Enclavar la instauración de los falsos positivo como una forma de lucha plausible de la oligarquía contra el pueblo, resulta antagónico con la salud de la democracia y un estado de derecho. En efecto, los partidos en Colombia no podrían convivir con una fuerza política, eventualmente minoritaria, que utilizara la táctica de los falsos positivos contra ellos, dirigido o no desde el gobierno. Comparablemente, así como Trump empujó a una turba contra el Capitolio en una afán indubitablemente subversivo contra el Estado, el uso de la Comandancia en Jefe de las Fuerzas Armadas Colombianas para labores que no pertenecen al ámbito de ninguna guerra externa o interna de enemigos inexistentes del país, necesariamente implica un concepto de subversión y distorsión insostenible de constitucionalidad del Estado. Lo peor radica en que, rotos los diques de las excepcionalidades inherentes, cualquier fuerza de cualquier lado podría interpretar lo mismo.
Así las cosas, el Partido Centro el jefe partidista en un afán liquidacionista de su partido estaría acolitando con carácter retroactivo una militancia que convalida un comportamiento espurio y por tanto fuera de la ley de su jefe político hegemónico.
Eso, inevitablemente, llevaría a su destrucción. El Partido Centro Democrático tendría victorias amparadas siempre por un fantasma de falsos positivos. Sus ganancias de tiempo siempre estaría siendo cobijadas por una sombra oscura que tendería a crecer si hubiera más falsos positivos que prohijar una y otra vez pues perro huevero no pierde el vicio. El fondo de todo esto es la pérdida de la continuidad histórica de Colombia. No sería sustentable, si es que se pudiera admitir que sobreviviera a las próximas elecciones con semejante carrandanga de errores.
El estudio al que estamos aludiendo como guía dice preciosidades como estas:
“También es el caso de que un grupo demográfico claramente esclavo de las teorías conspirativas radicalizadoras (supremacismo blanco) y convencido de que no tiene ninguna posibilidad de ejercer su voluntad a través de la política electoral, potencialmente recurrirá a la violencia como una forma regular de expresión. El A.E.I. el estudio encontró que el cincuenta y seis por ciento de los republicanos cree que el uso de la fuerza puede ser necesario para salvar "el estilo de vida tradicional estadounidense". La preocupación obvia debería ser que el 6 de enero no fue una culminación sino, más bien, un prefacio a más violencia conducida bajo las mismas banderas”.
El hecho que el jefe de la colectividad del Centro Democrático esté haciendo reuniones públicas de agitación política con sus adeptos, en la circunstancias actuales en que está subjudice, sobre todo porque el país está conmocionado por la muerte de 6.402 inocentes, sin que haya las aclaraciones respectivas y contundentes, haría pensar falsamente que esas gentes que lo acompañan estuvieran convalidando tales muertes y tales formas de lucha contra el pueblo, lo cual es inaceptable. Es como si estuviera tendiendo una confabulación de opinión para que el pueblo colombiano se tragara el brebaje amargo de los falsos positivos haciendo creer un apoyo masivo y pretendiendo convertir aquella masacre como una política pública que pudiera ser convalidada por las gentes reunidas, por fuera de los considerandos de los partidos, la Constitución Nacional, nuestras leyes y los acuerdo internacionales con los demás pueblos del mundo.
El Centro Democrático, que se sepa, no ha condenado la forma cómo lo falsos positivos fueron un engaño del gobierno de la Seguridad Democrática, pero el resto de partidos que contienden está en la obligación de exigírselo, lo mismo que el resto de la comunidad internacional de los pueblos del mundo, como ya está apareciendo en algunas expresiones aparecidas en París.
Los falsos positivos no pueden ser admitidos como una forma de lucha del Centro Democrático, ni de ningún partido que tenga juego en la política del país ni por el conjunto oligárquico nacional, cualquiera que sea. Es abominable, y si no lo hace es porque su jefe pareciera estar precipitando el final de ese partido, dato que necesita confirmar el resto de fuerzas política para saber a qué atenerse.
Dice el estudio cuya arquitectura epistemológica estamos siguiendo:
"Tenemos el Partido Republicano", le dijo a la multitud (Trump). También está la cuestión del potencial intergeneracional del trumpismo”. En efecto, Uribe tiene a su partido, es de él. Fue inscrito como Centro Democrático pero es de él, exclusivamente. En nuestro caso no está siendo claro si los falsos positivos estuvieran siendo asumidos como plataforma permanente de lucha; haciéndose pasar por desapercibido que son admitidos sin réplica por una eventual segunda generación de los Hijos de Uribe que nunca se han pronunciado sobre esta materia; máxime sabiendo que muchos de los muertos falso positivos pertenecían a su generación. No podemos dar por sostenible semejante pretensión de acrisolar un comportamiento a futuro como si se hubiera institucionalizado una forma de lucha contra la excepcionalidad democrática de nuestro país y la próxima generación de colombianos la estuviera convalidando. Eso no es sostenible si se quisiera salvar la continuidad de una agrupación política como el Centro Democrática en tanto que un derivado del desarrollo político del país.
El actual estado de la situación hace pensar en la institucionalización de los falsos positivos como una forma de gobierno; y el poder derivado de allí como soporte de una concepción de Estado.
Es así de ese tamaño como están las cosas.
Es obvio que se espere un desiderátum del partido Centro Democrático. La historia estaría contra ellos. Sin embargo lo peligroso, lo fundamentalmente peligroso, es que no sucederá sin que se nieguen a irse.