Es paradójico que en un país de machistas su máxima estrella sea una mujer. Dominante, indomable, Amparo contradice la lógica tercermundista de despreciar a la mujer por llegar a cierta edad. Ella, como lo fue María Félix, la verdadera Doña Bárbara, gana importancia con el paso del tiempo. Hasta esos entes indescifrables llamados centennials la respetan, la admiran. La necesitan. La televisión colombiana la necesita. Ayer vi el rating, la gente no quiere ver más televisión nacional. Ninguno de los programas llegó a 10 puntos. Hace falta una estrella. Detesto los reality pero nunca me pierdo Yo me llamo. Ver a esta emperadora en su trono es lo más cerca que puedo experimentar al entretenimiento en una programación tan chata como la que ofrece Caracol. ¿Qué está esperando el canal para ofrecerle un camionado de plata a la diva? Ahí se les montó RCN con Enfermeras y el refritísimo de Betty la fea. ¿No hay plan B? o mejor, ¿no van a implementar el plan Amparo?
En los pasados Globos de Oro Estados Unidos le rindió tributo a su diosa mayor, Jane Fonda. A los 83 años luce más joven y potente que dos hombres de cuarenta. Es una presencia. Hollywood sabe honrar a sus dioses, casi todos machos depredadores. Fonda torció el destino y les dio una voz global a feministas de nicho como Bella Abzug. A diferencia de la norteamericana, Amparo se ha alejado de cualquier tipo de posturas políticas. No ha querido entrar a ese debate y supongo le da muchísima pereza verse envuelta en las tormentas que capotea a diario Margarita Rosa. Las feministas la miran por encima del hombro. Les parece demasiado frívola, demasiado mamacita. Se equivocan. Si hay una mujer que se ha sabido enfrentar a un establecimiento furiosamente machista es ella. Ponía condiciones en una época en la que era bien visto que los productores y directores acosaran sexualmente a las actrices. Su talento y su carácter, más que su belleza, la blindaban. Fue más que todas las parejas hombres que ha tenido a la larga de su carrera. El único que pudo estar a su altura fue Frank Ramírez en El gallo de oro. Los hombres le temen desde los años ochenta. Era mucho más que su color de piel, de sus formas perfectas. Era su voz, su mirada, la independencia que proyectaba frente a una cámara. Su altivez era una declaración de principios de la cual ni siquiera ella era consciente.
Amparo, acaso por su origen manizalita, es católica y no le gusta que la llamen transgresora. Muy a su pesar lo es. Fue la primera estrella de la televisión que reconoció disfrutar de los efluvios dionisiacos del porro. Sobrevivió al escándalo que significó hace treinta años aparecer desnuda en una cama junto a Margarita Rosa en Los pecados de Inés de Hinojosa. No le dio miedo ser la villana más sexy en En cuerpo ajeno y no le importa granjearse el odio de señores caducos siendo la jurado perversa en Yo me llamo. El gran aporte de Grisales al feminismo nacional fue quitarles a las mujeres la obligación de ser santas. Amparo no necesita dejarse crecer los pelos en las piernas, en las axilas, para proyectar esa imagen de poder que los hombres tanto tememos. Seguro si le preguntan por el movimiento feminista dirá que a ella esas peleas no le interesan. Sin embargo la ha dado y la sigue dando. Nadie pudo domarla, ni siquiera los dioses que intentaron enamorarla y fracasaron en el intento.
A mí que no me hagan idiolatrar a la Virgen de Chiquinquirá. Que Tartufos tontos como Duque lo hagan. Para mí la verdadera señora de este país es Amparo. Necesitamos una nueva aparición suya pronto. No nos cansaremos nunca de ella.
Artículo original publicado con el titulo de Amparo Grisales, nuestra señora de Colombia