Hasta en las Farc escuchaban con alegría a Jorge Oñate

Hasta en las Farc escuchaban con alegría a Jorge Oñate

El exguerrillero Gabriel Ángel relata el día que conoció, hace 40 años, al ruiseñor del Cesar y cómo marcó su destino. Una historia inédita de un ídolo que no tuvo fronteras

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marzo 02, 2021
Hasta en las Farc escuchaban con alegría a Jorge Oñate

En el año de 1979, tras una serie de aventuras juveniles, siendo estudiante de derecho en la Universidad Nacional, fui a dar a La Paz, Cesar, un municipio situado veinte kilómetros al suroriente de Valledupar. Me invitaba una bella muchacha pacífica llamada Josefina. A un bogotano de veinte años como yo no podían sino engancharme el cachaco, con el que en la costa clasifican a la gente del interior, aunque también me acogieron con una generosa e inolvidable hospitalidad.

Aquello era una experiencia nueva y maravillosa. Unos kilómetros al norte se hallaba la Guajira, con sus leyendas de curanderos indígenas, desiertos, marimberos y acordeones, mientras al oriente se hallaba la serranía del Perijá, por la que me decían podía pasarse sin mucha dificultad a Venezuela, para contrabandear y hacer negocios. Hacia el occidente conmovían la vista y el corazón las nieves blancas que coronaban los filos azules de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Sólo se escuchaba una música alegre y sentida que enorgullecía a todos en la región, la llamaban vallenata, y por Josefina y sus hermanos aprendí su gusto por cuatro conjuntos fuera de serie, que interpretaban de la manera más auténtica y bella esa música. Uno era Diomedes Díaz, que recién había grabado su primer LP con Colacho Mendoza. Otro el Binomio de Oro, con la voz de Rafael Orozco. El tercero los Hermanos Zuleta, Poncho y Emilianito.

Pero había un cuarto, que era al mismo tiempo varios conjuntos. Se trataba de Jorge Oñate, nativo de La Paz, quien se había convertido en más que un ídolo, en el símbolo de su pueblo, grabando numerosos elepés con Miguel y Pablo López, el primero un maestro del acordeón y el segundo de la caja. El grupo se llamó Los Hermanos López, con un agregado especial, canta Jorge Oñate, al que pronto llamaron el ruiseñor del Cesar y hasta el jilguero de América.

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Aquel grupo, todo de La Paz, algo así como los Beatles del vallenato, se había disuelto tras casi una docena de álbumes con los que arrasaron las emisoras, casetas, fiestas y parrandas de toda la costa atlántica. Jorge se separó de Miguel López, su paisano, dando fe de un fenómeno nuevo. La música de Migue ya nunca fue la misma sin la voz de Jorge, algo impensable en un folclor en el que los acordeoneros cantaban y se convertían en juglares admirados en todos los pueblos.

No importaba cómo fuera su voz. Lo importante era que entonaran y cantaran, interpretando el sentir de las gentes de la región, sobre todo los campesinos, vaqueros, indígenas y desde luego las mujeres del pueblo, casi siempre objeto favorito de los versos de los juglares. Con Jorge se transformó por completo la tradición, nació la figura del cantante, que terminó por reemplazar al acordeonero cantor como estrella del conjunto.

Todo eso lo fui aprendiendo por Josefina y sus hermanos. Tras separarse de Migue, Jorge grabó un LP incunable con Emilianito Zuleta, que por entonces pasaba por su primera separación de Poncho. Y luego pasó a grabar con Nicolás Colacho Mendoza, en una sucesión de interpretaciones maravillosas que lo convirtieron en el más grande de todos. Definitivamente nadie tenía una voz como la suya, potente, nítida, con un timbre tan agradable y nativo.
Para cuando yo llegué a La Paz Jorge ya no cantaba con Colacho, sino que se había unido a Raúl el Chiche Martínez y había logrado colarse duro en Bogotá con uno de sus éxitos inmortales, Nido de amor, la composición de Octavio Daza. Pero en su catálogo figuraban ya cientos de éxitos como Los tiempos de la cometa, Dos rosas, No voy a Patillal, La muchachita, El cantor de Fonseca, Rosa Jardinera, Ausencia, Igual que aquella noche, Abrazo guajiro, Después de viejo, en fin.

 

 

Algo tuvo de predestinación el título escogido para su primer LP con el Chiche, El cambio de mi vida. Su vallenato dio un salto a la modernidad. Algunos dicen que hizo el tránsito de música de las regiones rurales a música de las grandes ciudades. Por entonces Diomedes Díaz grababa con Colacho Mendoza su LP Tu serenata, con el que pisó fuerte en todo el país, del mismo modo que Rafael Orozco se convertía en ídolo de las muchachas citadinas enamoradas.

Había una gran diferencia entre las notas de Miguel López, Emilianito y Colacho, con las del joven Chiche Martínez, gran intérprete del acordeón pero con nuevos aires. La que no cambiaba era la voz de Jorge, que ahora se escuchaba con mayor claridad. Recuerdo que un día antes de salir de La Paz hacia Bogotá, le dije a Josefina que me había hablado y enseñado muchísimo sobre el vallenato y Jorge Oñate, pero nunca se le había ocurrido presentármelo.

Sin pensarlo dos veces me dijo que fuéramos hasta su casa. Curiosamente lo hallamos de pie en la puerta, en una vivienda esquinera modesta. Aún no se había mudado a la casona que construyó después hacia el centro del pueblo. Vestía bermudas y un buzo sencillo. Saludó con cariño a Josefina con beso en la mejilla y preguntándole por la Nena, su mamá, y el resto de la familia. Luego me estrechó la mano con singular amabilidad, al tiempo que me decía su nombre.

Josefina se reía de mí después, por haber creído que se trataba de alguien inalcanzable. Un simple mortal como todos, vecino del pueblo y amigo de sus paisanos. Confieso que lo admiré profundamente, como cantante, como intérprete del vallenato, como la mejor voz. Una vez asistí con Josefina a una caseta en pleno festival, en Valledupar. Cantaban Jorge, los Zuleta y el Binomio de Oro. Había una especie de competencia entre Jorge y Rafael Orozco.

Jorge había grabado Figuras de Amor, canción de Octavio Daza, creo que la última que hizo antes de que lo asesinaran, considerada la segunda parte de Nido de Amor. Pero poco después Rafael Orozco grabó otra versión de la misma. La gente discutía cuál de las dos era mejor. Viví aquel duelo, el festival había sido aplazado para mitad de año y yo pasé mis vacaciones en La Paz. Rafael Orozco cantaba y vestía muy bonito, pero la voz y la interpretación de Jorge resultaron superiores.

Esa canción es prueba de la singular poesía del vallenato auténtico, hoy lacerado por muchos artistas. Uno solo de sus versos: “…Radiante estaba el día, tan linda se veía mi amor, que una mariposa ver su belleza, detuvo el vuelo y se volvió una flor. Y hasta los árboles con su presencia perdieron su orgullo, que se inclinaban como por encanto ante su hermosura…” La voz de Jorge y las guitarras sonoras convierten esa poesía en canto de ángeles.

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Aquella noche bailamos felices con Josefina hasta la última tanda. Una caseta con semejantes artistas era cosa de aprovechar. Volvimos a hacerlo en Bogotá otra vez, en el club de agentes de la Policía, esta vez con Diomedes Díaz que conmovía con su canción Bonita. Exactamente un año después falleció Josefina a consecuencia de un aneurisma cerebral. Volé a La Paz para acompañarla en su último viaje. Estaban en fiestas patronales, San Francisco de Asís, 4 de octubre.

La enterramos con canciones y poemas en el cementerio del pueblo. Y nos fuimos a preparar el primer rezo de las nueve noches, tras las cuales volvería a Bogotá. La muerte de Josefina no detuvo las fiestas. En la noche, desperté escuchando con todo su vigor la música de la caseta en el club de Leones. Jorge Oñate cantaba con su prodigiosa voz Lirio Rojo, el tema compuesto por Calixto Ochoa muchos años atrás, y que ahora él revivía en su álbum Paisaje de Sol.

A la mañana siguiente subí con un hermano de Josefina hasta Manaure, con el fin de conseguir unas flores rojas para su tumba. Un compadre que tenía ella allá, entristecido por la noticia, nos regaló varias docenas de rosas. En el campero de línea, de regreso, sentía que la voz de Jorge repetía en mi cabeza destrozada: “Yo tenía mi lirio rojo bien adornado, con una cosita blanca muy aparente, pero se metió el verano y la ha marchitado, por eso vivo llorando mi mala suerte”.

Casi cuarenta años después me estremezco con la noticia de la muerte de Jorge Oñate, y recuerdo este trozo de mi vida, cuando lo conocí musical y personalmente. Debió grabar casi cuatrocientos canciones más, con éxitos como El corazón del Valle, No comprendí tu amor, Una aventura más, El cariño de mi pueblo, Volví a llorar, Devuélveme mis sentimientos, la lista es demasiado larga. Vallenato auténtico, perfectamente interpretado, puro.

Lo oíamos en la guerrilla en mis tiempos de la Sierra Nevada de Santa Marta, y lo bailábamos en las fiestas que se hacían. Muchos cantábamos sus temas en las horas culturales de la noche. Recuerdo guerrilleros copiando la letra de sus canciones en sus cuadernos cuadriculados que luego guardaban en el equipo. Aunque confieso que su música de pronto empezó a ser gusto de los más viejos en filas, los jóvenes comenzaban a preferir una música más suave y sensiblera.

Leo algunos comentarios que descalifican a Oñate por razones distintas a las musicales y artísticas. Arrogante, pendenciero, voluble, politiquero, hasta de asesino, paramilitar y devoto de Uribe lo acusan. Lo que echa a perder a Colombia es esa falta de reconocer el justo mérito a otros. Una voz espectacular interpretando magistralmente unas canciones bellísimas, por eso fue grande Jorge. Lo demás ya no importa, nadie lo recordará. Sus canciones serán en cambio inmortales.

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