La imagen del avión con matrícula ABX Air 2245 de DHL que trajo desde Bélgica el lote de 50.000 dosis de la vacuna de Pfizer hasta el Aeropuerto Internacional El Dorado Luis Carlos Galán Sarmiento de Bogotá fue catalogada por la gran prensa de ¡histórica! El señor presidente Iván Duque aprovechó el suceso y, acompañado de la vicepresidente Marta Lucía Ramírez, de otros funcionarios de la Casa de Nariño y de algún representante de la empresa transportadora, posó para una selfi que se ingenió el ministro de Salud Fernando Ruiz y que publicó en su cuenta de Twitter @Fruizgomez con un: “Yo me vacuno! Un momento para la historia”.
Hay que ser un caradura para vender como triunfo de la administración lo que se muestra como otro eslabón en la ya larga cadena de improvisaciones a la que nos tiene acostumbrados el primer presentador de la república. La gestión de la crisis producida por la pandemia del COVID-19, y el número de contagios y de muertes hacen que Colombia sea uno de los países que están a la vanguardia de los que peor manejo le han dado a esta amenaza, motivo más que suficiente para ver en el regocijo de algunos funcionarios, un verdadero insulto a la inteligencia nacional.
Después de la selfi del fotógrafo Ruiz, nuestros dirigentes se dirigieron a la pista de aterrizaje del aeropuerto donde ya estaba parqueado el avión, para escuchar el discurso urbi et orbe que pronunció Duque con el autobombo que ya le es característico. En frente de un contenedor forrado con la bandera colombiana —porque de alimentar el sentimiento patriótico se trata—, el mandatario, después de señalar las bondades y aciertos del plan de vacunación diseñado por el gobierno, soltó entre otras perlitas la siguiente: “Por eso, yo quiero hacer una invitación a todos los colombianos: que este sea un proceso donde no estén presentes las diferencias políticas ni ideológicas. Este no es momento para demagogia ni para populismo ni para fractura ni para críticas insensatas”.
La exhortación presidencial es en palabras llanas una talanquera a la libertad de expresión. Es la puerta de acceso a la famosa falacia del “estás conmigo o estás contra mí”, es una mordaza que se le pone a la opinión pública para que se pavonee a pierna suelta el lenguaje unidireccional incontrovertido e incontrovertible que a Duque y a sus asesores de comunicaciones tanto les gusta. Esa deriva ha sido útil en otros momentos de la historia para socavar los regímenes democráticos de otros estados. Ojalá que ese no sea nuestro camino.
Criticar la gestión del gobierno es un derecho y deber ciudadano. No es cuestión de ser mala leche y atizar el fuego de la discordia —como algunos sostienen— para sacar réditos políticos de ello. Por el contrario, es salir del infantilismo político para analizar las diferentes aristas del problema y ver que, en asuntos como el de la vacuna, la llegada al país de 50.000 dosis para un universo de 35 millones de personas que aspira a inocular el Plan Nacional de Vacunación (PNV), cubriendo así al 70% de la población para lograr la inmunidad de rebaño, es prácticamente un chiste de mala factura que protagoniza un parlanchín más avión que la aeronave que aterrizó en Bogotá en ese día que algunos llaman ¡histórico!