Bajo la penumbra misteriosa que separa el día y la noche, los amaneceres incontenibles que ven llegar al sol y la osadía de la lluvia que retarda el accionar, mi victimario se asomaba por el techo del patio contiguo y nos lanzaba piedras, insultos y escupitajos, se aprovechaba de nuestra lozanía y la humildad de nuestra prosapia, solo lo hacia porque éramos de color azabache.
Mi madre, única y sin igual, al ver caer al suelo a mi hermana después de que un balón que imitaba a los de Italia 90, la desplazaba abruptamente de nuestro triciclo, saco un cuchillo de la cocina y lo rompió con fuerza en varios pedazos, desde arriba el victimario sonreía en una evocación que remembraba el dilema entre el nervio y la amenaza.
Había llegado mi primo, del doble de edad de mi victimario, el momento de la venganza, de ajustar cuentas, de hacer justicia en mi mente de infante, él, mi héroe, se fue hacia la casa contigua con el memorial de agravios que todos le habíamos disertado, cuando llegó frente a frente a la casa del victimario, el intercambio de opiniones entre madres, la alteración, entonces, yo lo veo a el frente a frente, era el momento, tendría 5 años más que yo y apenas lo vi lo empujé y de inmediato comencé a llorar.
El victimario sonrojado, me miró a los ojos y a pesar de guardar silencio. Hoy 24 años después recordando su mirada penetrante, comprendí que me pedía perdón.
Comprendí qué las víctimas, sea cual sea su naturaleza tienen el derecho de encontrarse con su victimario, porque eso esclarece, reorienta y genera la catarsis del alma que lleva a sanar el corazón, comprendí que el perdón a si mismo es lo más esencial para perdonar al otro.
Hoy lo volví a ver, yo en mi condición de búsqueda y el un ser humano que tiene la facultad de aportar para el desarrollo y mejoramiento de la vida; juntos reconstruimos la historia y sonreímos, pensé que ese el país por el que sueño, un mundo mejor como el de “la vida es bella” o el de “forest gump”, hoy más que ayer me gradué en la más sublime aspiración que algún alma pueda merecer para su gloria, la de graduarse cómo ser humano.
En momentos como este, víctimas y victimarios podrían superar sus conflictos con más amor y fuerza que el de mi encuentro con el victimario, porque tanto el cómo yo, en esta etapa, estamos en la condición de dar lo mejor que hay en nuestras vidas y eso es el amor, esa es la paz.
@dangulom