Yo vi a Albeiro Usuriaga en 1988 jugar un partido contra el Quindio en el General Santander. La afición del Cúcuta, acostumbrada a ver las jugadas de la Bruja Verón, del Guajiro Iguarán, creían que el Palomo era un carroloco. Tenía que pulirse. Un año después fue al Nacional de Pacho Maturana. El entrenador chocoano lo puso a brillar. Gracias a su magia Colombia pudo conseguir dos de los logros más rutilantes de su entonces pobre historia futbolistia: la Copa Libertadores de 1989, y la Clasificación a Italia 90 en ese duelo contra Israel.
Ese fue su año de estrellato total. Gracias a su talento se convirtió en el primer colombiano que jugó en la Liga Española cuando se vistió con los colores del Malaga. No le fue bien y, al parecer por un robo que hizo en la concentración del equipo colombiano, Maturana decidió no llevarlo al Mundial de Italia. Era perder a nuestra máxima estrella.
Con la selección estuvo vetado y se reinventó en Argentina. A los 30 fue ídolo del Independiente de Avellaneda y sus hinchas todavía lo recuerdan. Palomo vivió como quiso y mientras disputaba una partida de dominó fue asesinado hace 19 años en Cali. ¿Cuando le pagaremos la ingratitud al Palomo?
Por ahora recordemos su magia