La campaña por la revocatoria de Jorge Iván Ospina, alcalde de Cali, va a toda máquina-ria. Y no podía ser de otra forma porque la oligarquía criolla y sus voceros le madrugaron, con todos sus recursos desde el proceso electoral, cuando se dieron cuenta de que perderían la posibilidad de seguir aprovechándose de los recursos del Estado, como lo han venido haciendo desde hace más de un siglo.
En Cali esa derecha eterna, como en otras ciudades del país, perdió las elecciones locales y por ello está reaccionando como una fiera asustada. Han puesto a sus lacayos de las asustadurías para que hagan el trabajo sucio de encontrarles fallas administrativas, diseñan encuestas, buscan manipular a la ciudadanía con sus medios de comunicación y están tratando de aprovechar la crisis generada por la pandemia. Eso no significa que los alcaldes no hayan tomado malas decisiones, porque ser líder político es muy difícil, se tiene que aprender a leer la realidad, escuchar a sus gobernados y tomar decisiones incluso impopulares por el bienestar general. En dichas tareas están casi solos y los amigos son escasos. Al interior de ciertos círculos de poder se estila que los “aliados” son los que le ayudan al mandatario a tapar las embarradas porque lo importante es defender los intereses de la mafia. Por el contrario, los verdaderos amigos son los que se atreven a advertirle de sus posibles equivocaciones. Y tal vez eso es lo que le ha estado faltando al alcalde Ospina: buenos consejeros.
Modernidad y caos, una ciudad cualquiera de las nuestras. Técnica mixta. César Arturo Castillo Parra.
Por supuesto que la crisis de la capital del Valle no es de ahora, la agravaron los partidos tradicionales en sus alianzas con los capos, y la viene arrastrando desde hace décadas, pero muchos de sus habitantes en lugar de mirar a la realidad para cambiarla, prefieren seguir repitiendo las frases ridículas como esa de “Cali, la Sucursal del Cielo” y se engolosinan hasta el desquicie con obras como el del ya tristemente famoso “túnel mundialista” o con proyectos titulados “ciudad paraíso”. Así, bajo los supuestos ideales “modernizantes”, los constructores no hacen más que regar concreto y asfalto sobre los suelos fértiles de la llanura, mientras miles de habitantes viven en la miseria y marginalidad social. El centro no es más que un universo caótico donde cada cual hace lo que se le viene en gana, nadando entre la informalidad, la ilegalidad y la mugre. Con la promesa incumplida del sistema de transporte integrado Mio, el monopolio y los urbanistas le dieron muerte a los derechos del peatón, pues destrozaron las dos vías más importantes, la calle 13 y la calle 15, para meter a la fuerza las jaulas las estaciones. Cuando en otras ciudades del mundo las zonas céntricas se diseñan para que las personas lleven una vida placentera, aquí el espacio público los secuestraron los “emprendedores” y se diseñan para beneficio de las motos y los carros. Si la escena diurna es un despelote, la nocturna es terrible, porque los maleantes de todos los pelambres y los habitantes de calle, son los únicos que se atreven a deambular por la “capital mundial de la salsa” de un “Valle invencible”.
Entonces, vienen las preguntas: ante este panorama que se repite por igual en tantas de nuestras ciudades, ¿qué se ha podido hacer en tiempos de coronavirus?, ¿cuál debería ser el papel de un alcalde? La verdad es que en esta pandemia, que cumple ahora un año, poco o nada se ha podido iniciar y si no hubiera sido por las medidas impopulares de cuarentena, el desastre humanitario habría sido impresionante. Creo que el alcalde Ospina ha hecho lo que se podía hacer en estas circunstancias y si bien el refrán latino dice que errar es de humanos, es de valientes reconocerlo para enmendar con prontitud. Toca dejar para el olvido la feria virtual, el alumbrado ambulante, ciertos actos simbólicos y los sueños de nuevas obras. La ciudad tiene miles de espacios que necesitan una mirada nueva, compromiso comunitario y aunque sea un poco inversión.
Los alcaldes no se deben dejar engatusar con el cuento de la economía naranja porque las ciudades no se diseñan para los que tienen dinero, como los turistas, sino para todos los ciudadanos que la habitan día a día y por eso de nada sirve trazar nuevos proyectos de peatonalización si los ciudadanos no pueden utilizar los andenes que ya costaron miles de millones de pesos. Del embeleco de hacer más y más ciclorrutas ya escribiré en la próxima oportunidad.
