Una canción de Silvio Rodríguez dice "las fronteras se besan y se ponen ardientes", refiriéndose a Nicaragua y El Salvador en los años de su reciente liberación.
Hoy viendo la política de inmigración que plantea el gobierno de turno (legítimo o no en Colombia, no es el tema de esta nota), se me ocurre que los fenómenos políticos no son lineales como nos lo presentan los dogmáticos del materialismo histórico; que convierte en dogma el método, cuando este es solo una herramienta de la ciencia, y cada ciencia elabora su método, y el método no es un molde, es apenas un camino, que hasta puede ser equivocado.
Ahora bien, la política de legalización de los venezolanos que se acaba de plantear no puede ser objeto de cuestionamiento por sí misma. Seguramente, como todo, será objeto de suspicacias e intenciones retorcidas, pero los fenómenos sociales no son rectilíneos y a veces toman su propia dinámica.
Cuando el libertador, en su lecho de moribundo, clamaba por la consolidación de la unión, nunca dijo cómo iba a ser, pero su sueño era claro desde la Carta de Jamaica: una gran nación hispanoamericana capaz de resisitr a los peligros que vislumbró ante el gigante del norte.
Hoy la realidad nos ha llevado a recibir a los venezolanos de diáspora por América Latina. Cada país de la soñada Gran Colombia asume diferentes formas de afrontar esta realidad. Colombia tomó la delantera normativa por lo menos, ante el zoológico de osos que venía haciendo: desde conciertos conspirativos, lanchas que viajan solas en el Orinoco y las rabietas de Holmes, hasta reconocimientos de presidentes de caricatura elaborados desde la Warner Brothers.
Los pueblos caminan solos y América es grande, generosa y amable, ¿cómo será que hablamos por todo lado el mismo idioma?