A mediados de los años 80 mis encuentros con Ramón Illán siguieron teniendo lugar en la Librería Nacional del centro de Barranquilla, extraordinaria librería y cafetería de grato ambiente sede, como ya dije en mi columna anterior, de la tertulia que integraban fundamentalmente los miembros de la Comisión Coordinadora del Suplemento del Diario del Caribe: Carlos J. María, Ramón Illán Bacca, Alfredo Gómez Zurek, Margarita Abello, Mirtha Buelvas y, casi nunca, o nunca, el Flaco Antonio Caballero. A ellos se sumaban también Guillermo Tedio, Oscar Darío Cárdenas, Ariel Castillo, Luis Páez Barraza y, a veces, Federico Santo Domingo. Y a ellos nos agregábamos Joaquín Mattos Omar y este servidor. Algunas veces llegaba también el profesor Alberto Assa y en ocasiones Meira Delmar.
La tertulia se reunía el sábado a las 10:00 a.m. y básicamente los titulares de la Comisión Coordinadora, que ya habían definido la noche anterior en otro convite qué se publicaría el domingo en el suplemento comentaban los materiales que leeríamos al día siguiente. Y allí estaba Ramón que, según recuerdo, casi nunca fallaba. Recuerdo que cada cual se pagaba, si podía, algo de la cafetería y dos horas después, los que quedábamos, migrábamos hacia un bar cercano llamado El Chicote, a tomar cerveza y a seguir tertuliando. En ese bar dos músicos ancianos, en un viejo piano vertical y en la flauta, tocaban viejas melodías latinoamericanas, entre las que recurrentemente interpretaban una pieza titulada Conticinio, el hermoso vals de Laudalino Mejía. Cuando le conté del tema a Ramón, que a la sazón publicaba en el Caribe su columna precisamente titulada “Toque de conticinio”, me dijo que no lo conocía o no lo recordaba y un día que quiso escucharlo lo acompañé y lo vi fascinarse con la belleza de aquella melodía y, sobre todo, asombrarse de que allí en ese bar del centro de la ciudad dos ancianos interpretaran aquella hermosa música.
Bacca por Hereje
Por esos mismos días también nos veíamos los fines de semana en el legendario Bar-Bar-O, el pequeño y maravilloso bar del coreógrafo magdalenense José Rafael Hernández, a quien se le atribuye un rol importante en la creación y realización de las primeras Guachernas del Carnaval de Barranquilla, a lado de Esthercita Forero. Fue en ese bar que escuché a Ramón en una charla ilustrada sobre el cine mexicano de los 50, tema en el que era un verdadero experto; y en una presentación de su audiovisual ¿Qué pasó en el 48”, una interesante investigación suya sobre el impacto de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en Barranquilla. Allí también lo encontramos un día hablando con el poeta Jorge Artel (que regresaba a Barranquilla luego de 32 años de exilio) y con Esthercita Forero un día que llegamos Álvaro Suescún, Joaquín Mattos y yo, al salir de nuestro programa de radio “Canción de la vida profunda”, para conocer, expresamente invitados por JoseRafa, al poeta cartagenero y a la extraordinaria cantante y compositora barranquillera.
Bar-Bar-O, que era un poco el lugar obligado de un grupo grande de intelectuales, artistas y periodistas de la ciudad (Ramón Bacca, Álvaro Barrios, Humberto Aleán, la Mona Falquéz, Carlos de la Espriella, Balseir Guzman, Mercy López, Margarita Abello, Mirtha Buelvas, Alfredo Gómez Zurek, Guillermo Ardila, Pacho Covilla, Beatriz Manjarrez, Humberto Mendieta…), en cierta ocasión organizó un Salón de Arte en el que sólo podrían participar los habitué del bar. No recuerdo cuántas ediciones se realizaron, pero sé que de la primera el ganador fue precisamente Ramón Illán con una pieza de arte conceptual con la que sin duda les “mamaba gallo” a los conceptualistas barranquilleros de esos años. La obra titulada ingeniosamente “Tambor”, consistía en tres cuchillos de cortar pan, de diferentes tamaños, colgados horizontalmente uno encima del otro sostenidos por sus extremos, y les seguían también, uno encima del otro, dos panes franceses de regular tamaño. La gracia y sentido de aquella pieza se reactualizaba cuando leías la serie de elementos de arriba hacia abajo: “para pan, para pan, para pan, pan, pan”. Un éxito rotundo al que Ramón, desde luego, no paraba bolas, pero disfrutaba.
Bacca por Hereje
A partir de 1985, además de verlo en la tertulia de los sábados, solía verlo también en casa de Carlos y Miriam de Flores a donde iba a almorzar un día a la semana. Costumbre que años más tarde también disfrutaríamos en mi casa por algún tiempo.
Y fue desde esos años en lo que empecé a tener el privilegio de escucharlo leyéndome algún texto que quería compartirme para que Tallulah y yo le diéramos alguna opinión. Así me enteré temprano de cuentos y novelas que luego se editarían o no.
Cuando me mudé a Salgar ya en 2008, los encuentros se hicieron menos frecuentes por razones de la distancia, aunque algunas veces programábamos vernos en la casita de la playa, o yo pasaba por su casa o él por mi oficina. Hasta cuando decidió irse a vivir a una casa de ancianos y entonces ya no pude verlo más. Salvo un par de veces y de forma milagrosa.