Tengo 41 años y desde que tengo uso de razón Carlos Vives ha estado de moda. Su telenovela Gallito Ramírez nos hizo fanáticos del boxeo a los niños ochenteros, incluso nos dio más motivos para ver peleas que Fidel Bassa, Eliecer Julio o Happy Lora, los campeones de la época. Su matrimonio con Margarita Rosa de Francisco fue el primer suceso mediático que este país de chismosos recuerde y su programa, La Tele, se atrevió a burlarse de los poderosos y de la incipiente y arribista farándula criolla de mediados de los noventa. Pero incluso Carlos Vives nos dio algo más, el orgullo de ser colombianos.
Venga y les cuento para que vean que no estoy exagerando. En 1990 el suceso máximo al que podía aspirar un artista colombiano de la época –Fausto, Claudia de Colombia, Leonor González Mina, Niche- era que los invitaran a Sábados Sensacional, un programa que daban en Venevisión, o que le saliera una fecha en el Madison Square Garden de Nueva York. Ni más está decir que si se llenaba era por puro colombiano muerto de saudade. Pero Carlos Vives cambió lo que parecía un sino inexorable y sus Clásicos de la Provincia lo convirtieron en un ídolo inmediato en toda Latinoamerica y a los seudos que solo escuchamos rock en inglés nos puso a emborracharnos con la música de Escalona. Sí, es que Vives es como el Roger Waters del Vallenato. Si quieren saber de lo que hablo escuchen ´Altos del Rosario´, la última canción de los Clásicos de la provincia.
Como la luna que alumbra
Por la noche los caminos
Como las hojas al viento
Como el sol que espanta el frio
Como la tierra a la lluvia
Como el mar espera al rio
Así espero tu regreso
A la tierra del olvido
Por todo esto Carlitos Vives, mi amigo imaginario, te perdono cada viernes aunque el lunes vuelva a explotar de odio al ver tus trinos tan blanditos, tan señoriales y me da piedra pensar en que todos los dones que te dio la naturaleza se pudren al sol