Del Macondo de Gabo a Gustavo Petro

Del Macondo de Gabo a Gustavo Petro

"No soy fan de él, pero en los tiempos que corren puede ser la salida de la caverna en la cual la sociedad colombiana ha vivido durante dos siglos"

Por: German Camacho
enero 25, 2021
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Del Macondo de Gabo a Gustavo Petro
Foto: Nelson Cárdenas

No soy fan de un político como Gustavo Petro, ni siquiera considero que llegue a ser el gran gobernante que sus opositores vislumbran y que por tanto temen. Sin embargo, sí lo considero un político necesario, y esa necesidad para el país radica en que Petro no proviene de las elites que han gobernado la nación durante doscientos años. Si usted como ciudadano quiere indagar un poco más y revisa el “árbol genealógico” de la política colombiana, encontrará parentescos de toda índole, más o menos hasta el cuarto grado de consanguinidad, o de afinidad. Un club de familiares y amigos que gobierna y en el que algunos ciudadanos creen fervientemente.

Estos adalides de la manipulación y el control social son quienes han establecido modelos económicos, educativos, dogmáticos, para seguir reinando y mantener en el pueblo el estatus de lo que consideran debe ser: mano de obra barata, simple plusvalía que permite sostener la riqueza de la elite, el aparato político corrupto y la brecha social.

En lo que sí creo es en una ciudadanía unida, emprendedora, capaz de liderarse a sí misma, generando riqueza colectiva, adquiriendo conocimiento, impulsando un modelo de progreso para todos; un modelo sostenible, equitativo y ético. No obstante, para que esto ocurra deben darse dos escenarios: una verdadera cohesión social y un cambio, al menos transitorio, del poder en dirección de alguien que no provenga de la elite regente.

No es una tarea sencilla en un país donde se aplica “vacunas de plomo”, a líderes sociales, políticos emergentes, campesinos, indígenas, y toda minoría étnica o política que en su desesperación se sienta convocada a ser generadora de cambio. La radiografía de la violencia estatal Colombia no permite que emerjan nuevos liderazgos, porque el modelo establecido ha sido hábil en promover un profundo y justificado miedo, en las generaciones de ciudadanos comunes a lo largo y ancho de la historia. Exterminio de partidos políticos, bombazos, grupos insurgentes y contrainsurgentes, represión estatal, son parte del teatro del cual el establishment mueve los hilos.

Pensar tan siquiera en lanzarse a la plataforma política, con una propuesta diferente, en un país semejante: solo puede infundir el más honesto temor, no solo para quien opta por tener una posición crítica, sino también para quienes le rodean. Por ello, el escenario de una verdadera unidad social, coherente, crítica y preparada, con avidez de legítimo conocimiento y lejana del show establecido por políticos y medios de comunicación, es una premisa altamente riesgosa, pero único camino para una sociedad subyugada por una elite codiciosa.

¿Qué papel juega Petro en este planteamiento?

Simplemente, el de ser un facilitador de ese cambio social paulatino, no como un proyecto de cuatro años que borre de un plumazo las intrincadas estructuras del poder establecido, pensarlo de ese modo resulta bastante ingenuo, mucho menos para perpetuar políticas paternalistas o proteccionistas. Pero sí como el instrumento necesario para arrebatar el lábaro del más alto cargo político de la nación, a la clase dirigente actual.  Lo cual representaría un mensaje esperanzador, un espaldarazo para quienes desde el silencio de sus hogares y comunidades aguardan con sutil expectativa el surgir de un verdadero país para todos.

No soy fan de Petro, ni tengo confianza en alguno de los políticos actuales, pero en los tiempos que corren puedo argumentar que puede ser la salida, por sencilla que parezca, de la caverna en la cual la sociedad colombiana ha vivido durante dos siglos, y puede señalar, incluso sin pretenderlo, el sendero a un pueblo que quiere un cambio, pero no sabe cómo conseguirlo.

Sin desconocer que en un eventual gobierno Petro, el país probablemente seguirá igual o quizá mejore en aspectos como educación, seguridad ciudadana y medio ambiente, lo cual, por otra parte, depende más del congreso y de los compromisos previamente adquiridos con organismos nacionales y multilaterales, la importancia radica en que el mensaje no es otro que la oportunidad de la ciudadanía para sacudirse de sus verdugos y optar por un futuro no de caudillismos, sino desde una decisión consciente y solidaria, unidos como nación, dejar de ser el Macondo de Gabo y lograr avanzar los dos siglos de aplazamiento en que el miedo nos ha mantenido.

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