Cualquiera que se acerque a sondear la imaginación de Albert Einstein, mi personaje preferido además de Marx, se percatará que es un abismo insondable de perplejidad.
Einstein se atrevió a imaginar que la luz se curva por acción de la gravedad. Eso crea un inimaginable espacio-tiempo. Anula el uso de la gravedad como causa de la caída de los cuerpos. Einstein entierra a los ingleses como depositarios de la verdad absoluta. Y entierra ahí mismo la verdad absoluta. El tiempo absoluto. Todo de un solo tajo.
Contundente: cuando Einstein lo insinuó ni siquiera había forma plausible de comprobarlo. Entonces se trataba también de tener cojones. Su competencia pudo sumirlo en el olvido. Pero, no fue por eso que le dieron el premio Nobel.
Lo de Einstein todavía es difícil de asimilar. Para 1905 ya casi Thomas Kuhn habría de establecer en su Estructura de las Revoluciones Científicas que el cementerio de paradigmas es duro de captar.
Marx también fue un hombre de cojones. Tengo una foto de cuando visité su casa en Tréveris donde aparece el uniforme de la fuerza paramilitar que lo persiguió mientras vivió en Europa: de ciudad en ciudad. Solo cuando se hizo ciudadano inglés y cruzó el océano lo dejaron tranquilo… los alemanes. Entonces aprovechó para escribir El Capital. ¡Esa lápida!
Esto viene a colación porque en alguna columna anterior, que no sé si me publicaron, escribía sobre el gigantesco hueco político que abrió Trump con su truculenta aventura capitolina.
Ahora se dice algo así: “La inauguración de Presidente electo Joe Biden del miércoles no se verá como ninguna inauguración antes en la historia de Estados Unidos”.
¿Horroriza? “En una sesión informativa con el vicepresidente Pence, el general del ejército Daniel Hokanson describió los esfuerzos de la Guardia Nacional para proteger a Biden y mantener la paz utilizando términos que normalmente están reservados para operaciones militares en el extranjero”.
Y es cierto, ahora será preciso señalar que ahí hay varios goles.
En algún estudio realizado por el Ministerio de Cultura, dedicado a la investigación sobre el cine, colgada en su página web puede leerse que la concepción política imperialista de los gringos alguna vez fue política pública de sucesivos gobiernos norteamericanos. No fue obra de las empresas ni impulso del capital privado. Fue capital público. Las tropas fueron alimentadas con el imaginario de las vedetes gringas. El cine fue el medio y el mensaje por donde la idea imperialista se coló, sin que nadie lo advirtiera. El gobierno no solo llevaba a las vedetes a los campamentos para solaz de los soldados. ¡Financiaba el cine! Una bisagra perfecta.
Desde esa época los Estados Unidos pretenden venderle al mundo que lo que pasa en sus lares es “o mais grande do mundo”. Pero ahora es cierto.
Cuando se ven las escenas de cientos de soldados, 21.000 miembros de la Guardia Nacional y siga contando, miles, de otras fuerzas, se tiene la impresión de estarse llenando con soldados la inminencia de un desastre. Es un parámetro del hueco político dejado por Trump.
Es una medida del desastre catastrófico que ha dejado el gobierno de la derecha.
Y todavía sin mencionar la cola de muertos, 400.000 del COVID-19. ¡Ay!
Ante ese desastre todavía alguno de la consabida derecha colombiana, impenitentes, pretende insinuar que no debió cerrarse la cuenta Twitter de Trump. ¿Es que acaso existe alguna excepcionalidad de la derecha cuando se le niega en todo el mundo la misma opción a la izquierda a veces sencillamente porque no pueden pagarlo? Para el caso, era absolutamente impensable que Trump se la cerrara a sí mismo aunque sí le tocará hacerlo por ser parte de la autoridad de control.
Entonces es plausible imaginar que existe un espacio-tiempo político que abra posibilidades insospechadas a las propuestas de socialismo democrático en los Estados Unidos, sobre todo si se piensa que Bernie Sanders puso de su propio capullo los votos que nunca quiso contar Trump.
Esto es más evidente si se acepta como irrebatible que los Estados Unidos deben curar sus heridas especialmente desde lo social, implícito en la superación de los efectos idem, económicos y políticos de la pandemia. Y las heridas contra los inmigrantes, y del supremacismo blanco contra los negros…
Entonces es el momento de que tal concepción se irrigue como verdolaga en playa por el resto del continente americano. Arriar las banderas nocivas de la derecha contra la paz del mundo se hace absolutamente imperativo, es decir, imprescindible, si se quiere calzar con aquel hueco político.
Es necesario precisar que la categoría de espacio-tiempo político es parte de una teoría gravitacional. Es tan sutil que logra ejercer influencia sobre la luz. De allí que la imaginación sea su impulso principal.
“El desafío de Biden es aplicar políticas que tengan el mismo alcance que los problemas que abordan mientras enfrían la temperatura y reducen la antipatía partidista. Este acto de equilibrio pondrá a prueba las habilidades políticas y la experiencia que ha adquirido en casi medio siglo de vida pública en Washington".
Es posible que el programa de Biden sea una invitación a las fuerzas progresistas continentales para que se sientan impulsados por fuerzas externas de grueso calibre.
No, no se trata de hacer la revolución en este momento. Pero la derecha está en shock. Algunos de sus líderes en la picota pública a punto de pagar cana. Y la situación social producto de la pandemia es casi un toque de rebato.
Pero hay algo mucho más claro. El meollo de la derecha trumpuribista como la cataloga Tola y Maruja se quedó sin discurso. Es golpista. Es más, atacó nada menos que la excepcionalidad política democrática de los Estados Unidos. Eso sí, se mamó ante la pandemia: no le gustan los pobres y, menos, si están enfermos. Le gusta más la confidencialidad.
Ahora bien, Biden todavía no se ha posesionado. Trump luce cual chinchilin enrollado de la ira. “El equipo de Biden ha instado a la gente a quedarse en casa, y las 200.000 entradas que saldrían en un año normal se han reducido a solo unos 1.000 miembros del Congreso, expresidentes y dignatarios”.
Para los buenos entendedores pocas palabras bastan: “Biden recibirá una escolta presidencial desde la calle 15 hasta la Casa Blanca, aunque no habrá grandes multitudes tradicionales para saludarlo y animarlo cuando pase”.
¿Qué tal que Trump todavía tuviera acceso a Twitter?
En Colombia, ¿desde cuándo se está atentando contra la JEP desde las mismas estructuras del Estado? ¿Y las andanadas por Twitter de algunos senadores archi reconocidos? ¿No medra allí una propensión golpista?