Al parecer la paz sigue reducida a un asunto concerniente al terreno de las acciones bélicas, se cortó su lazo con la justicia, mayormente social y económica. La ausencia de su relación con la justicia ha convertido históricamente a la paz en un artefacto, un instrumento que sirve para justificar cualquier ordenamiento social, económico y político que, por lo inequitativo, sigue siendo caldo de cultivo para otros conflictos.
Vimos a Uribe empeñado en negociar con la insurgencia de rodillas y a Santos creyendo que debilitados podían negociar y que esto era lo mejor para la economía y para la política. Así avanzo la negociación como el camino para poner fin al conflicto armado.
Muy temprano, en el año 2013, la Universidad Sergio Arboleda dedicó su publicación Seguridad & Democracia a poner en tela de juicio la búsqueda de un desarme, que para entonces se anunciaba posible. Entre las 10 razones que se mencionaron para desestimular un acuerdo de paz con la insurgencia estuvieron las siguientes:
1. Búsqueda de legitimidad.
2. Ampliar la agenda al máximo. La publicación considera que, por ejemplo, una reforma rural integral no tiene relación alguna con una reforma agraria ni que sea provechoso para la democracia que los excombatientes se sumen a los debates en parlamentos, asambleas departamentales y concejos municipales.
3. Hacia el cogobierno. Para la publicación la participación política es una abdicación al monopolio de las castas dominantes.
4. No entrega de armas. Desde entonces el uribismo empezaba ya a concretar una deformación de los puntos en debate.
5. Diálogo indefinido. Nuevamente entra en juego el problema de la posverdad.
6. Propaganda política. Se sataniza la incorporación de otras voces.
7. Lograr estatus de beligerancia. Una larga discusión que facilitó el establecimiento de una mesa de diálogo con una fuerza insurgente.
8. Cese bilateral del fuego. La U. Santiago Arboleda asume erróneamente, y con ella el uribismo en pleno, que la fuerza pública no es un actor del conflicto.
9. Impunidad total. Ahora que vemos los ataques del gobierno central a la JEP se entiende desde donde viene la satanización a la justicia transicional.
10. Fortalecimiento militar y (de las FARC). Otro relato de la posverdad que influyó poderosamente en el resultado negativo del plebiscito por la paz.
Este es tan solo un ejemplo de la “dirección política, intelectual y moral” implicada en el poder hegemónico. Esas 10 razones que cita la publicación mencionada son hoy moneda corriente en la sociedad en general sin importar su estratificación socioeconómica.
La violencia en los territorios, es una manifestación de control hegemónico que persiste en socavar los avances conseguidos en los acuerdos por la paz.
El alto número de líderes sociales y firmantes de la paz que han sido asesinados desde cuando se firma elaAcuerdo, dan muestra de la puesta marcha de un genocidio que no parece aminorar, y también de la inserción de los propósitos destructores a nombre de la paz con los que al parecer está comprometido el gobierno en las dinámicas territoriales.
Basta con mirar la lista de los líderes sociales que han caído para comprobar que esa violencia, antes que, de entraña territorial, obedece a las dinámicas que responden a los intereses de los grandes centros de poder. La organización de la tenencia de la tierra, del mapa rural y de los colectivos rurales tocan intereses de grueso calibre que tienen que ver con el acceso a fuentes de agua, a recursos minerales y a toda la cuestión planteada por el cuidado ambiental entre otros.
¿Qué hay en operación en esta nueva fase de violencia posacuerdos de La Habana? Propongo que se tenga en cuenta el problema de la hegemonía. La hegemonía se hace concreta, por ejemplo, en el Estado y su resistencia a la implementación de estos acuerdos, el uribismo hoy en el poder impulsó una campaña que consiguió crear un clima adverso al refrendamiento de lo acordado.
En forma muy lamentable, lo avanzado por medio del diálogo y la negociación como salida al conflicto se fue desdibujando, se fue volviendo trizas y quedaron pendientes las deudas históricas de la tierra y los territorios y su liderazgo, y el avance de una verdadera democracia y algunos de los puntos más sentidos como el desmonte de una salida para los cultivos de uso ilícito y se regresó al aplastamiento de la voluntad de los campesinos y a la represión. El acuerdo de La Habana agoniza en medio del horror de los asesinatos y el incumplimiento de lo pactado y quedó reducido al desarme de la guerrilla.
En este sentido no es de extrañar que se den rupturas en el liderazgo del partido nacido del Acuerdo de la Habana, pues enfrentan la crisis política de la profundización del desmonte de lo pactado y el golpe mortal de los asesinatos de los firmantes de la paz, tendrán entonces que enfrentar los desafíos de la democracia interna y la autocrítica para responder a estos retos sin exclusiones ni estigmatizaciones.
Paz para que no haya paz parece ser lo que se propuso el Estado colombiano. En respuesta, decimos que la paz implica también una lucha contrahegemónica. Es una lucha que pasa también por la revalidación del lenguaje al que la posverdad le ha erosionado su anclaje con la realidad concreta (a la protesta social se le llama “odio de clase,”).
Es una lucha que exige la conexión entre la paz y la justicia social, política y económica. Sin esta no se da aquella, como bien lo proclamó un soñador del cercano oriente cuando exclamó: “Y el fruto de la justicia será la paz”.