¡No joda, tras de moroso, también conchudo!

¡No joda, tras de moroso, también conchudo!

Crónicas de nuestro pueblo. Un relato desde la Costa Caribe

Por: RICARDO MEZAMELL
enero 18, 2021
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¡No joda, tras de moroso, también conchudo!
Foto: Pixabay

Al no haber aprobado el examen de ingreso a la facultad de medicina de la Universidad de Cartagena, en enero de 1976 empecé a laborar en el Comité de Algodoneros de Magangué.

Por las labores a mi cargo, entre las cuales estaba registro de agricultores, facturación de semillas e insumos químicos para la siembra y cosecha del algodón, siempre estuve en la primera línea de atención a sus cultivadores.

Corría el mes de septiembre de 1977, cuando un día llegó enojado a la sede del Comité Don Diógenes Pinedo, quien se había inscrito para cultivar algodón en su finca “Palma Sola”, ubicada a orillas de la carretera, entre el corregimiento de Juan Arias (jurisdicción de Magangué) y el municipio de San Pedro (Sucre).

En el lugar se encontraban don Alberto Arrieta y don Miguel Inela —miembros principales de la junta directiva del Comité—, quienes le preguntaron a don Diógenes cuál era el motivo de su enfado y este les contó que le había arrendado una oficina en el segundo piso de su edificio, ubicado en la Calle la Logia, al reconocido abogado penalista Demóstenes Montiel, quien a esa fecha le debía los seis meses de arriendo que habían corrido, al igual que los servicios públicos de agua potable y energía eléctrica por ese mismo tiempo; que por mucho que lo había buscado para que le pagara, no le daba la cara, siempre se le escondía o se negaba a atenderlo.

Del brillante penalista se conocía en el pueblo que era un bebedor empedernido, que todas las tardes iba adonde una bruja que vivía en el barrio Pastrana para que le leyera el tabaco y los posos del café directamente en los bordes de la taza, por cuanto los creyentes de esa práctica esotérica aseguran que en esos trazos se descifra el futuro de la persona.

Asimismo, respecto al mismo personaje se afirmaba que en su residencia tenía una habitación destinada exclusivamente para esconder a un ocasional encumbrado cliente cuando pesaba en su contra una orden de captura; que allí lo mantenía hasta cuando lograba que se la revocaran, o en su defecto, garantizarles una silenciosa y decorosa entrega ante la justicia.

Ante la queja de don Diógenes Pinedo, don Miguel Inela le sugirió que buscara un abogado para que mediante el proceso judicial de lanzamiento lo sacara de su inmueble, a lo cual el afligido respondió que había contactado a varios, pero ninguno se atrevía enfrentarse en un pleito con el mencionado jurista.

En ese momento intervino don Alberto Arrieta diciéndole: “Diógenes, para eso no se necesita ningún abogado, busca a alguien para que un sábado por la tarde se trepe en el techo de la oficina y parta unas cuantas tejas de Eternit, de tal manera que cuando llueva se inunde y esa situación lo obligue a desocuparla”.

Como quince días después, nuevamente coincidieron don Diógenes Pinedo y don Miguel Inela en la sede del Comité de Algodoneros. Al preguntarle este por el embarazoso problema con su incómodo inquilino, aquel le respondió que siguió el consejo de don Alberto Arrieta, con tan “buena suerte”, que el sábado en que el trabajador que contrató rompió las tejas de Eternit del techo de la oficina, hubo un torrencial aguacero, de “padre y señor mío”.

Que fue tal la inundación ocurrida, que a las siete de la mañana del lunes siguiente, al responder al timbre de la puerta de su residencia, ubicada en el primer piso de ese edificio, se le dio el milagro de encontrarse frente a frente con el esquivo arrendamiento, quien después de informarle sobre lo ocurrido, le exigió que como propietario del inmueble y, por tratarse de un daño estructural del mismo, él tenía la obligación de mandarle a reparar el techado.

Le siguió contando que frente a esa exigencia le dijo que lo haría cuando él se dignara en pagarle los cánones de arrendamiento que le adeudaba, más los servicios públicos de agua, aseo y energía eléctrica no pagados, y en respuesta recibió del abogado Demóstenes Montiel la amenaza de demandarlo por incumplimiento del contrato.

Al escuchar tan desvergonzada contestación, don Miguel Inela no pudo más que manifestar: ¡No joda, tras de moroso, también conchudo el hijueputa!

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