El prematarifismo

El prematarifismo

Así como se habla de prechavismo o castrochavismo, se puede hacerlo de este término, que se refiere a los "tiempos en los que se gestó el dominio mafioso sobre la sociedad"

Por: Emilio Lagos Cortés
enero 18, 2021
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El prematarifismo

En estos días la derecha usa en su propaganda política términos rebuscados como prechavismo, neocomunismo o castrochavismo. Sin embargo, también es posible hablar de prematarifismo, el tiempo en que se gestó el dominio mafioso sobre la sociedad colombiana.

Antaño hubo un tiempo en que el matarifismo no era dominante en Colombia; los políticos no eran apéndices del poder de la mafia; y los hijos de aquellos no construían fortunas colosales traficando con artesanías. Es decir, hubo un tiempo en que el matarifismo no fue religión dominante entre la sociedad colombiana, aunque ya asomaba las orejas. Ese tiempo, según los nuevos cánones de la argumentación política, fue el tiempo del prematarifismo.

Tres o cuatro décadas antes de que el matarifismo (el dominio absoluto de la sociedad colombiana por parte de matarifes de distintos niveles) se tomara el Estado comenzó a ser evidente la existencia de diversos rasgos que anunciaban lo que se venía: la fusión abierta y descarada entre la criminalidad mafiosa, enriquecida mediante el narcotráfico, y la criminalidad política, enriquecida y perpetuada mediante la corrupción.

Fue un tiempo en el que aparecieron nuevos millonarios enriquecidos de la noche a la mañana, mucho más adinerados que los tradicionales empresarios colombianos que habían construido sus fortunas durante décadas de actividad empresarial y comercial. Poco a poco, estos nuevos ricos fueron mezclándose con los ricos tradicionales, llegando a comprar muchas de sus empresas.

Pero eso no les bastaba. A su recién adquirido poder económico, obtenido mediante el tráfico de cocaína, los narcos, unos más que otros, deseaban sumarle el poder político. Primero comprando funcionarios para que defendieran sus intereses, después participando en política directamente. Pablito, el mayor narcotraficante del país, soñó con ser presidente de la república. Y así la sociedad colombiana que primero toleró a los narcotraficantes, seducida por su dinero y apariencia inofensiva, terminó aceptando su presencia en todos los niveles, incluido el de la política, ante la combinación de su poder violento y su capacidad económica.

De entre sus colaboradores los mafiosos analizaban atentamente a quién promoverían en el mundo político para que cuidara de la buena marcha de su emprendimiento. Como en todo aspecto de la vida, unos se mostraban más talentosos que otros. Había el que solo servía para ir a la cárcel a pedirle dinero a su primo, los viáticos; tales solo servían como asesores. Pero había quien, desde jovencito (entonces sin hijitos emprendedores), a pesar de la cara de seminarista, estaba facultado para grandes cosas; de él algún narcotraficante diría “este muchacho será presidente de Colombia”. Y lo sería.

Sin embargo, una parte de la sociedad y del Estado optaron por combatir la intención de los narcotraficantes por capturar el Estado. Se desató una guerra formidable. El narcotráfico ofreció plata a quienes se vendieron, y plomo a quienes se resistieron.

Mientras los funcionarios más honorables, apegados a sus principios, cayeron acribillados y recibieron plomo por no plegarse a los intereses del narcotráfico, uno que otro joven político ambicioso recibió la plata y transó con los narcos. Así inició la construcción de su incipiente base política, en un acuerdo de beneficio mutuo. Eso sí, mientras en privado se negociaba con los narcos, en público se mantenía el discurso de la guerra frontal contra el narcotráfico. Se había encontrado la fórmula que abonaba el terreno propicio para el desarrollo del prematarifismo.

Tras una brutal guerra, llegó la nueva realidad. Los narcotraficantes que quisieron abrirse paso a punta de bombas y sicarios cayeron en su guerra contra el Estado. Otros, más visionarios, se enquistaron en los mundos empresarial y político compartiendo el poder con el establecimiento. Entendieron que las bombas sobraban y que para el negocio era mejor tener parte del Estado que enfrentársele; eso sí, los sicarios se siguieron usando de cuando en cuando. Por esos días los testigos tampoco alcanzaban a llegar a declarar en los tribunales.

Por esos días los matarifes aún no eran tales en el pleno sentido de la palabra. No eran amos absolutos del poder político y económico, apenas eran sacamicas de los narcotraficantes, mandaderos, auxiliares, estafetas. Aunque dentro de su ser latían los rasgos propios de los matarifes. Eran matarifes en potencia, aunque no lo fueran en acto, diría un filósofo. Eran prematarifes.

Eran tiempos de antaño, tiempos de prematarifismo, y tiempos de prematarifes.

Adenda. El centro, que ha declarado su deseo de transformar a Colombia, ataca más a Petro que a Uribe; parece más empeñado en mantener el actual estado de cosas.

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