En Bogotá ya afrontamos las consecuencias de una pandemia no controlada, no solo atribuible a la indisciplina de las personas, sino también a la presión de la crisis económica que obligó a la apertura de negocios y a que los desempleados salgan al rebusque.
El dilema entre aguantar hambre o arriesgarse al contagio, no es sencillo y muchas personas se ven obligadas a asumir el riesgo para lograr algún ingreso que les permita paliar su angustiosa situación económica. De nuevo, las Unidades de Cuidados Intensivos registran una alta ocupación y empiezan a tomarse medidas de cuarentenas en tres de las localidades con cifras preocupantes de contagiados activos.
Pero de nuevo debo recordar que las deficientes condiciones de habitabilidad, en las que reside un alto porcentaje de los hogares bogotanos, no contribuyen a una buena salud física y mental.
Cerca de la mitad de los hogares de la ciudad pertenecen a los estratos 1 y 2, en los cuales se registra un alto porcentaje de viviendas deficitarias en áreas, acabados, ventilación e iluminación natural, entre otros, además de localizarse en barrios densamente poblados y con muy pocos parques.
Desde los tiempos de la Ilustración se tiene conocimiento que un principio de higiene es la ventilación natural de los espacios y que la radiación solar es un bactericida natural, aspectos que en numerosas viviendas no se encuentran. En este sentido, el confinamiento resulta más riesgoso pues en espacios cerrados y mal ventilados la salud humana se deteriora.
Adicionalmente, las condiciones de hacinamiento en que deben vivir muchos hogares, lamentablemente aumenta la violencia intrafamiliar y esto seguramente se suma a sentimientos depresivos. Tenemos estudios que lo demuestran en condiciones normales, así que una situación anormal, como la que vivimos. Seguramente exacerba las afectaciones para la salud física y mental.
Se plantea que el reto del próximo Plan de Ordenamiento Territorial será la ciudad de los 30 minutos, con el fin de reducir los largos desplazamientos para el acceso a empleo y servicios, lo cual es sin duda importante, pero definitivamente se deben mejorar los estándares de calidad de la vivienda si queremos tener una población con mejor salud y por ende en mejores condiciones para superar una pandemia.
Necesitamos que se mejoren o renueven las viviendas que están en pésimas condiciones y que las nuevas edificaciones ofrezcan la habitabilidad que se requiere para garantizar una buena calidad de vida. También, garantizarles una solución de vivienda a quienes no tienen cómo pagarla mediante una política de alquiler protegido.
Esta pandemia se ha extendido más de lo que imaginamos y sus consecuencias no solo debemos medirlas en muertos y en indicadores económicos. Debemos plantearnos seriamente cómo mejorar la calidad de vida de los más vulnerables y con ellos mismos construir soluciones.
La inversión en mejoramiento de vivienda siempre ha sido deficitaria e ineficiente, por lo que ahora es urgente replantear la política de vivienda para darle un mayor protagonismo. La reactivación económica no estará solamente en la producción de vivienda nueva por parte de las grandes empresas constructoras, pues también con la gente de los barrios se pueden generar empleos para el mejoramiento y renovación de sus viviendas. Ojalá pronto se entienda que la vivienda debe ser primera línea de prevención en salud y no solamente un negocio.
* Profesora asociada, de la Facultad de arquitectura y diseño, de la Universidad Javeriana.