Es una cosa de locos y de no te lo puedo creer, pero es verídico. Imagínense la indigesta y explosiva mezcla de estos ingredientes: política, religión, fundamentalismo, segregacionismo, extremismo, anticatolicismo, misticismo (no del manso, sino del psicópata), y lo anterior amenizado por el contexto de la peste del coronavirus. Eso por un lado, y por el otro como para darle sazón a esa sopa con sabor a fin de los tiempos: personas arrodilladas en plena calle clamando el auxilio divino antes de marchar para defender el esquizoide e imposible triunfo de Trump en las pasadas elecciones; viejas histéricas que aseguran recibir mensajes del cielo para defender al presidente peli-amarillo, peliteñido, ya ni sé; lunáticos dispuestos a ofrendar sus vidas para recuperar la moral y los valores cristianos, y así dizque evitar la amenaza del comunismo o del castrochavismo, tampoco sé; supremacistas de ojos desorbitados y mandíbulas prehistóricas adoctrinados por pastores cristianos deschavetados; hordas salvajes vestidas a la usanza de guerreros antiguos; grupos sospechosos sedientos de insurrección replicando por millones teorías conspiranoides; en fin, un zafarrancho que solo un loco como Trump y sus asesores podrían tramar, y que dicho sea de paso, tiene en jaque a la que era hasta hace poco la democracia más soberbia del mundo. Da tristeza, pero hay que decirlo, del nombre de lo que esos mismos obcecados denominan la gran nación de los Estados Unidos, solo queda el nombre, porque lo que cunde por estos días es el caos y la incertidumbre de la desunión.
A propósito, ¿qué generará toda esa mezcolanza calamitosa? Sabrá mi Dios, que entre otras cosas solo habló de hermandad, tolerancia y amor y unidad, porque Jesús fue el practicante perfecto de la no violencia y de la no venganza. ¿Cristianos? Yo lo que veo agitarse es una marea rabiosa de anticristianos poseídos, echando además espumarajos de odio por ojos, boca y nariz y por otras partes nobles de sus santos e inmaculados cuerpos, o puercos, otra vez no sé. En fin lo de siempre, porque cuando se revuelcan en la misma cama radicales religiosos y ególatras de la política, el resultado bien podría ser engendros megalómanos, tipo Mussolini, tipo Franco, Hitler o Trump. Y si usted, lector, cree que yo también ando un poco loco, no se confunda, solo es mi manera alucinada de presentar este desorden de cosas gringas y azarosas. En todo caso, debo ser fiel a mi estilo, y sobre todo a lo que me cuentan colegas que están al pie de ese volcán en ebullición. Hermanos terrícolas, abróchense los cinturones que el piloto es todavía el payaso más siniestro del que yo tenga recuerdo. Y, la verdad, a mí los payasos apocalípticos me dan “cosa”. A los que duden, confronten esta información con una magnífica columna publicada este 13 de enero en el prestigioso periódico The New York times y titulada: “Estamos en una lucha del bien contra el mal: cómo los cristianos evangélicos blancos se fusionaron con el extremismo de Trump”.
Por último, percibo un olor a demonio suelto y nada de raro tiene, ya que anda por ahí dando misa un anticristo conspiranoide, pues esos mismos fundamentalistas, ya no musulmanes ni árabes ni de otras latitudes, sino increíblemente de la muy cristiana EE. UU., hablan ya de guerra santa. Que se vengan de a uno esos pequeños demonios que fe y agua bendita es lo que tengo y una oración infalible de exorcismo, amén y amén y otro amén, aleluya.