A finales de enero del 2020 partimos para el Ecuador y ya las noticias insistían en la peligrosidad de un nuevo virus que se extendía por el mundo. A medida que los medios e internet se volvieron más obsesivos, cuando en Quito coincidía con grupos de turistas de rasgos asiáticos, trataba de guardar distancia. A fines de febrero, en la semana de carnaval, al acampar en la playa del Murciélago y en el puerto de Manta, intentaba con más cuidado hacer lo mismo.
Al cumplir el mes de viaje, fatigados y con dinero escaso, a pesar de tener artesanías para vender, decidimos no continuar hasta Guayaquil y regresarnos en bus. Fue la decisión más sensata, pues a la semana siguiente estalló el escándalo de los muertos que hasta en ataúdes de cartón se acumulaban en calles y afuera de las funerarias y cementerios del principal puerto ecuatoriano.
A los pocos días, en la mayoría de países del mundo y en Colombia, ya todos estábamos confinados en cuarentena y obligados a usar bozal. Fuimos obligados a reinventar rutinas, valores, prioridades y sentido de vida, mientras amigos cercanos que sucumbieron ante el coronavirus nos recordaron lo vulnerables que somos.
Por primera vez, nos sentimos tan desprotegidos como los habitantes de ciudades medioevales, cuando desde los barcos bajaban ratas pulguientas transportando el microorganismo de la fulminante peste bubónica; o tan indefensos como los indígenas americanos, al desembarcar conquistadores españoles disparando mortíferos relámpagos desde sus arcabuces, y en sus cuerpos sudorosos, sucias ropas y barbas mocosas, portando devastadores virus de la gripa, viruela y otras enfermedades desconocidas, para las que sus organismos no habían desarrollado defensas.
Los médicos y enfermeras pasaron a ser los héroes en medio de la precariedad de su dotación, de sus contratos y salarios. El trabajo virtual desde las casas se puso al orden del día, al igual que el estudio, dependientes de la conectividad o acceso a celulares, tabletas y computadores, que a muchos jóvenes los alejaron de la educación.
Gobernantes en problemas por la creciente protesta social, encontraron la excusa perfecta para adormecerla, confinarla y masacrarla, como en Bogotá al desmadrarse la represión policial, a la par que institucionalizaban programas por televisión, al estilo del Aló Presidente, de Hugo Chávez y Maduro, en Venezuela.
Los corruptos de nuestros países sintieron que la crisis era la oportunidad de oro para robar más de la cuenta y en administraciones nacionales, departamentales y municipales abundaron los sobrecostos en compras de víveres para ayudas de emergencias y en tapabocas, equipos e insumos médicos.
En Colombia, y el Cauca, mientras bajaban las estadísticas de robos y crímenes comunes, a pesar de mayor presencia del ejército, aumentaron asesinatos de defensores de derechos ambientales y humanos, dirigentes campesinos, indígenas, afrodescendientes y desmovilizados de las Farc. A la par, el gobierno seguía enfrascado tratando de defender al expresidente Uribe y desprestigiar a la JEP y las cortes, solo les achacaba todos los crímenes a las disidencias y narcotraficantes, soslayando a los paramilitares reciclados con diferentes nombres y actuando en complicidad con integrantes de las Fuerzas Armadas.
Fuera de las vacunas obtenidas contra el COVID-19, la principal noticia internacional del año fue el triunfo de Biden en los Estados Unidos, pues con cuatro años de Trump, más las secuelas económicas, sociales, ambientales y geopolíticas de la pandemia, sin duda que estaríamos más cerca del apocalipsis; y en Colombia y Brasil, más cerca de una dictadura total, pues de pipi cogido con Bolsonaro y el binomio Uribe-Duque, (quienes lo respaldaron en su frustrada reelección) tendrían vía libre para consolidar el nuevo “eje del mal neonazi”, que sin tropiezos estaban promoviendo en el continente y el planeta.
En el 2021 seguiremos con las secuelas en salud, empleo y estudio que generó la pandemia; pero mientras accedemos a la vacuna, creo que tendremos optimismo y ganas de reinventarnos y transformar la sociedad inequitativa y dependiente de economías y políticas imperiales, que desnudó el coronavirus. Ojo con el 2022, para unirse desechando sectarismos mesiánicos y radicalismos inútiles, antes que la coalición de los depredadores históricos que han gobernado el país, elijan al que apoye Uribe y continuemos en “pandemia guerrera, socioeconómica y política”.