No me sorprende tanta versión conspirativa y negacionista que circula por las redes sociales. Al fin y al cabo, estamos en los tiempos de la infodemia y cualquier persona u organización puede influir fácilmente en la opinión pública.
Frente a la falta de criterio para revisar las fuentes, la mayoría se limita a viralizar las fake news y los rumores que se propagan en las redes sociales, como una epidemia que pretende infestar el pensamiento con visiones que parecen extraídas de libros y películas de ciencia ficción.
Que las vacunas traen un microchip para alterar tu ADN; que la OMS es una organización satánica; que el Nuevo Orden Mundial busca reducir la población y aligerar el pasivo pensional; que el virus no existe y solo es un pretexto para consolidar el totalitarismo y acabar con las libertades civiles. En fin, tanta información carente de argumentación y solidez científica cuya intención, aparte de confundir, es mediar en las decisiones de los ciudadanos para evitar la vacunación masiva.
Si bien es cierto que existen aún muchas dudas sobre la eficacia de las vacunas y que los Estados se han visto en apuros para tratar de contener la pandemia, sobre todo por los rebrotes, el surgimiento de nuevas cepas y la precariedad de los sistemas de salud, cabe anotar que sería un factor muy decisivo para lograr la inmunidad de rebaño y contener así la propagación y los efectos nefastos del SARS-CoV-2.
Posdata: Si el quid de la situación es el temor al control totalitario del Estado y la tecnología, les recuerdo a los amables lectores que desde hace más de un lustro venimos siendo enajenados por los teléfonos inteligentes. Si a esto le sumamos la big data, las cámaras y las redes sociales que han contribuido a desaparecer la frontera entre lo público y lo privado, la intervención se torna más inquietante.
En este asunto hay responsabilidad compartida entre los gobiernos, las grandes corporaciones y la ciudadanía, que voluntariamente se somete a las políticas del marketing y a las veleidades de la era del vacío, como la denomina el sociólogo francés Gilles Lipovetsky.