A pocas horas de finalizar el año 2020, eran muchas los recuerdos, anécdotas, alegrías, tristezas, reflexiones y expectativas que se tejían en la mente de los colombianos; absolutamente todos con la ilusión de que el año que llegó sea mejor que el cesante. Como hijos del Corazón de Jesús, no se pueden pasar por alto ciertas actitudes misteriosas o agüeros para la despedida del año viejo y el recibimiento del nuevo.
Es una época propicia para el reencuentro familiar y de amigos, al tiempo que la ocasión permite de alguna manera hacer un alto en el camino para analizar lo realizado, concluir errores y proponerse planes en pro de mejorar condiciones personales y familiares. Diciembre es el mes del año más esperado, pero también el de mayor gasto, siendo una alegría momentánea y un sacrificio venidero. Fiestas, regalos, invitaciones, compras y atención a la familia y amistades son actividades impuestas desde una humilde familia hasta la más potentada.
El país sigue siendo de gran fervor cristiano, hecho que alimenta constantemente las tradiciones, recayendo siempre en gastos excesivos. A medida que avanzan los tiempos las costumbres se transforman sin perder el instinto monetario; incluso son más costosas. Los detalles van desde una simple tarjeta, pasando por la botella de vino hasta regalos impresionantes económicamente, lo importante es quedar bien y evitar críticas: "somos pobres, pero orgullosos".
De hecho, cae como anillo al dedo una canción demasiado popular El año viejo, del maestro Crescencio Salcedo Monroy, músico bolivarense, compositor de otras famosas melodías como La Múcura, Mi Cafetal y El Caimán.
“Me dejo una chiva, una burra negra, una yegua blanca” reza el coro de El año viejo, caracterizado por su peculiar ritmo y contenido, letra que expresa resignación, realidad popular e ilusiones.
A medida que las manecillas del reloj avanzaban hacia la hora cero, empezaba el corre-corre, personas viajando de una ciudad a otra, otras quedadas en los terminales, algunas envueltas en su soledad y distancia. En fin, todas deseando reunirse con sus seres queridos o amistades, lo importante para ese momento era compartir la melancolía o alegría.
En la momentánea historia quedaban los calzoncillos amarillos, lentejas en agua, maletas en la puerta, arroces esparcidos, baños en azúcar, entre otras supersticiones que se conservan y pasan de una generación a otra. No cabe duda que la despida del año viejo es una fecha sentida por la comunidad colombiana. Es un impulso innato del ser humano que a través de la historia se ha ido perfeccionando y ha encajado perfectamente en el molde capitalista.
Inevitable pasar desapercibido la "chiva y la burra negra" que nos deja el gobierno de Duque, un indignante salario mínimo; el país más corrupto del mundo; un afán por hacer trizas la paz; petulantes políticos gobiernistas con aureola de odio y sed de venganza; un congreso negligente y mezquino; la avaricia del patrón y su peligroso séquito de adoctrinados; una pandemia; la cacería infernal de una fiscalía parcializada; una selección de fútbol que no cumplió el objetivo y un país sumido en una profunda crisis socioeconómica e ignorancia política, donde irónicamente los vulnerables insisten en defender a sus avasalladores.
Se volvió costumbre nacional seguir tolerando herencias no deseadas; no queda de otra, sino asimilarlas e insistir en la convicción de que algún día un año viejo permita que la "chiva, la burra negra y la yegua blanca" sean sinónimo de dignas herencias para colmar tanta necesidad comunitaria. Hoy más que nunca Colombia necesita sensibilidad ciudadana para abrirse paso hacia una oportunidad distinta a la trajinada. No se puede perder de vista la situación social del país. Datos internacionales muestran que la tierra del mejor café del orbe ocupa el cuarto lugar como nación más desigual del planeta, sin dejar de lado sensibles temas como la violencia, violación de los derechos humanos y atraso generalizado.
Desafortunadamente, el folclorismo criollo no permite mirar más allá de las propias narices. El bullicio particular de la época absorbió la sensatez hasta de los más centrados.
En la noche sonaron las campanas, se comieron las uvas y los mejores deseos se balbucearon en medio de emotivos abrazos y besos de año nuevo, amenizados con el clásico de Néstor Zavarce, Faltan cinco pa las doce. Y como se dice en este país, los problemas a un lado y a gozar se dijo. No queda más que desearnos muchos éxitos para el 2021.