Vicky Dávila y los demás publicistas del gobierno y el establecimiento nos informan que el subpresidente Duque acaba de salvar a Colombia de una sofisticada operación de espionaje por parte de la Rusia (soviética, diría la Cabal) de Putin. Se trata de un asunto de máxima seriedad. Nadie vaya a pensar que se trata de una cortina de humo para que los colombianos desvíen su atención de la desastrosa gestión del gobierno Duque, que en noviembre de 2019 estaba acorralado ante la protesta popular, y que hoy usa la pandemia para hacer una piñata con el dinero público, beneficiar a sus amigos (no olvidar el deseo de regalar unos cientos de millones de dólares a Avianca) y anular el control del congreso y la oposición, y que ahora pretende que los pobres y empleados colombianos paguen los gastos de la pandemia vía impuestos.
No, la conspiración rusa es real. A Putin y compañía se les hace agua la boca de solo pensar lo que podrían hacer si se apoderasen de los secretos de la tecnología y el know-how político del Estado colombiano. Cualquier ruso mataría por acceder a las cumbres del desarrollo que Colombia ha alcanzado bajo el liderazgo de su benemérita oligarquía, principalmente, como dijeron nuestros medios de comunicación, nuestras redes eléctricas urbanas.
Rusia, deseando disputarle el liderazgo tecnológico mundial a los Estados Unidos y Europa, arde en deseos de conocer los secretos de un país que mató sus trenes y, en su lugar, estableció una red de trochas que, con peajes cada 20 kilómetros, convierten a uno de sus banqueros en uno de los hombres más ricos del mundo; un país cuya capital lleva más de cincuenta años planeando la construcción de un metro; el mismo país que en dos ocasiones ha inaugurado, con una gigantesca placa conmemorativa de por medio, un túnel que va en un solo sentido y que a la fecha está fuera de operación. Entre las joyas colombianas codiciadas por los rusos se encuentran también la tecnología de Sarmiento Angulo para construir puentes y los planos de la represa de Hidroituango.
La otra veta de información sensible para Colombia de la que los rusos quieren apropiarse está en el terreno político. Desean saber cómo un joven funcionario estatal veinteañero logró comprar una hacienda de 1500 hectáreas, o cómo evitó la extradición a pesar de estar en una lista de narcotraficantes confeccionada por entidades estadounidenses.
Pero sobre todo desearían conocer el secreto de una casta política que se mantiene en el poder con un discurso contra el narcotráfico, aunque muchos de sus miembros, desde presidentes y vicepresidentas, hasta senadores y ministros, mantienen vínculos probados, y son socios comerciales del narcotráfico. Y en tiempos de la economía del emprendimiento, los rusos están locos por conocer el secreto que permite que jóvenes emprendedores pasen de estudiantes mediocres a empresarios multimillonarios (han de pensar que en Colombia se logró el milagro de la transmutación del plomo en oro), previo tránsito por el negocio de la comercialización de manillas; la economía rusa se beneficiaría en manera formidable si lograse tener unos cientos de emprendedores de tales calidades.
Pero lo que de verdad enferma a Putin, ese otro adicto al poder, es el secreto para voltear los resultados en las elecciones; desea la ñeñefórmula. Quiere saber cómo tener en cada región del país a uno o varios amigos traquetos que pongan sus millones para comprar los votos necesarios para ganar la contienda electoral en franca lid. Pero lo que más desea el exagente de la KGB, en fin, enfermo de poder, es llegar a una condición tal, que, cometiendo los más terribles crímenes, los más terribles, sus víctimas se congelasen de miedo y no fuesen capaces de denunciarlo por su nombre, que solo se refieran a su persona con un pronombre, Él, que baste para que todos puedan identificarlo, pero sin valor legal para condenarlo.
Eso sí, como quien la hace la paga y como Colombia cuenta con Duque para su protección, con el cerco diplomático que su subgobierno impondrá a Rusia acaba de comenzar el declive del imperio polar de Putin. Rusia y su dictador tienen sus días contados, como Maduro. Quien se mete con el que dice Uribe, no termina bien.
Adenda. Uribe sueña que para el 25 de diciembre le haya nacido un divino niño presidente, de nombre Tomás Jesús, en cuyo gobierno se lavarían todas sus culpas, las de Él, con mucha sangre de los colombianos.