Durante el aislamiento, existía cierta sensación de tranquilidad. Una deliberada decisión de no saltarse semáforos, y tampoco cazar peleas entre conductores; hasta cedían el paso a los peatones. En los vehículos de transporte público había orden; los locales comerciales disfrutaban el silencio; y en las zonas residenciales la tensa calma ambientaba una convivencia que, en términos generales, funcionaba. En suma, pese a la complejidad inherente a la situación, algo parecía más fácil porque todos fuimos parte de la solución.
Sin embargo, todo volvió al caos de la antigua normalidad porque:
1. Nuestro Estado fallido no deja de tocar fondo, y su escasa presencia parece tan fantasmagórica como las calles durante el confinamiento.
2. Muchas personas estaban hartas de las restricciones, y reaccionaron con más anarquía de la que reinaba, pues casi todas hacen su propia ley.
3. Carecemos de autoridad (moral) para hacer cumplir las normas.
En Bogotá, la frecuencia de los robos es tan asidua como las infracciones de tránsito, convivencia y bioseguridad, y es tan desesperante como imposible denunciarlos porque la Policía no funciona; más allá de la excusa del escaso pie de fuerza, los cuadrantes también fracasaron como modelo operativo, y muchos agentes no parecen tomar en serio su responsabilidad. Además, llamar a la Línea 123 es una pérdida de tiempo, pues suena ocupado o tardan una eternidad tomando datos absurdos, cuando se supone que se trata de emergencias; en cualquier caso, es usual que no llegue ayuda, y nadie verifica que el requerimiento haya sido resuelto.
Los establecimientos retomaron el ruido, como estrategia de marketing, y a nadie parece importarle la contaminación auditiva; muchos empresarios empezaron a exigir presencialidad, aunque colapsen las medidas preventivas y la disponibilidad de transporte; y en las calles, así como al interior de TransMilenio y los locales comerciales, hay toda clase de perros sin cadena y tampoco bozal, contraviniendo el Código de Policía, mientras los dueños apelan a manifestar que su mascota no hace nada o está entrenada.
Finalmente, en el Éxito presencié un par de escenas que denuncié ante su Línea de Transparencia y la alcaldía, sin encontrar respuestas efectivas: por la entrada de la Carrera 13 alberga vendedores de terrarios y prendas, que no usan (adecuadamente) el tapabocas; y en las cajas de la Calle 53 permitieron que una persona tomara líquido de manera continua. Advertí ante un cajero la anomalía; este ridiculizó mi comentario, y otra representante adujo que era responsabilidad de la empresa de seguridad privada.
No asumieron responsabilidad, y no resolvieron: "Fracasó" el aseguramiento de la bioseguridad en el Éxito. Aunque aún espero respuesta del Éxito y la alcaldía, es el mismo caso de los centros comerciales, aunque Carlos Betancourt, director ejecutivo de Acecolombia, haya rechazado los señalamientos de la alcaldesa Claudia López, quien a su vez ha demostrado absoluta improvisación e incoherencia en las medidas declaradas, como la restricción a la venta de licor con excepción de los domicilios.
En el país de las excepciones y los regímenes especiales, todos se lavan las manos. ¿Y qué hay de nosotros? Bueno, sentimos anuladas muchas libertades, que no hemos aprendido a valorar, incluso tras el confinamiento. Tampoco exigimos derechos, porque usamos su violación como excusa para deshonrar nuestros deberes.