No quiero entrar en obviedades. Por supuesto que hay letras del rock tan misóginas y tontas como cualquier canción de Bad Bunny. Incluso uno de los mejores discos de los Rolling Stones, Black and blue, hacía referencia a los moretones que quedan en la piel de una mujer después de una golpiza. Para muchos jóvenes este sonido urbano es una forma de escape, de liberación, como alguna vez lo fue en las calles de Buenos Aires el Rock o en las del Bronx la Salsa. Incluso el reggetón ya empieza a tener defensores de peso como la escritora Carolina Sanín -a la que igual no le entiendo muy bien sus argumentos- y ya ha generado ensayos notables como el del periodista Pablo Wilson con su historia del Reggetón: Del General a despacito. Este servidor, además, debe confesar que a pesar de su barriga prominente y animado por más de un trago de ron, ha bajado sin romperse los ligamentos de la rodilla hasta el suelo mientras suena duro algo de Gente de zona.
Y claro que acá el que habla es una persona mayor y amargada. Nací muchísimo antes que el internet y había que pedir los discos por el catálogo del Circulo de Lectores o cruzar la frontera y comprar lo que nunca llegaba a Colombia en San Antonio del Táchira. Así nos tocaba a los que vivíamos en huecos como Cúcuta. Mi primer disco fue el de Los prisioneros. Era 1988, el año en el que ganó el No en Chile y empezó a terminar la larga noche pinochetista. Yo tenía 10 años y no sabía nada de eso. De pronto fue un disparador. Creo que escuchar canciones sobre el problema del desempleo podría ser más provechoso para el inconsciente que hacerle estrofas al movimiento del culo. No sé si fuimos una mejor y más valiente generación que la de hoy, tan parada a la hora de enfrentar a enemigos poderosos como la policía. No lo sé, lo que si sé es que después de Rompan todo de Netflix me dio una nostalgia enorme por esa música que fue la banda sonora de los Noventa.
Como en el Boom de la novela Latinoamericana, hubo dos grandes focos de expresión del rock, Buenos Aires, más cerrado a abrir su música al continente, y México, siempre interesados en conquistar el mercado Latinoamericano. Entonces mientras El Indio Solari y los Redondos son idolatrados en Buenos Aires por el conurbano, Ceratti y Soda Stereo, con su sonido límpido, extraordinario, se toma el continente bajo la eterna sospecha de “producto de exportación”. Soda no tuvo la integridad y consecuencia de los Redondos, siempre esquivos a la hora de hacer concesiones. Lo mismo pasa en México con Maná y Café Tacuba, reyes de las fronteras para afuera, porque adentro La Maldita Vecindad y el Tri despertaban un fervor que en este país de vallenateros fascistas sólo podría compararse con el que arrancan del alma Diomedes o Silvestre. En Chile, después de los Prisioneros, grupos tan relevantes desde lo musical y lo poético como Los tres marcaron una tendencia, una influencia y, sobre todo, un disparador político. Porque lo que si extrañamos del rock en Español es su personalidad, su carácter, la valentía de asumir al enemigo. Y es por eso que me sorprendió tanto encontrar al final del capitulo cuarto la referencia a Bogotá, ahí en el mapa, gracias a una mujer, a la Andrea nuestra de todos los días.
Y es emocionante ver a Julieta Venegas, que a comienzos de los noventa era una de las cantantes de Tijuana ¡No! o a Mon Laferte decir que si no hubiera sido por Andrea Echeverri y sus posturas políticas y su música y su imagen, nunca se hubieran decidido a hacer música en esa selva de machos salvajes que era el rock latinoamericano. Y Andrea es demasiado cercana como para que la podamos ver. Mientras que los pelados que pagan por una boleta virtual del Silvestre y se mueren de la risa contando las hazañas con las mujeres que tuvo el siempre invicto Diomedes, creen que es una loca, los hípsters la ven como una leyenda que deambula por ahí, respetable e intrascendente como un fantasma, sin nada de presente. Y resulta que Rompan todo nos hace caer en cuenta la importancia que tuvo Andrea para el movimiento feminista en los incipientes años noventa. Fue una pionera y salió de acá, del país de los paramilitares, de Colombia, el lugar en donde todavía la mujer sigue siendo un botín de guerra, y cosificada por personajes tan ilustres como Silvestre, recibido cuando quiera por el Presidente en Palacio, quien cosifica a la mujer en versos tan improbables como
El que me quita la mujer
yo le quito la de él
Andrea es inclaudicable. Si, seguro que ustedes van a decir que hay diez mil grupos más importantes que Aterciopelados en ese mar que es el Underground. Pero sólo fue por Aterciopelados que Bogotá, tan lejos del mundo, se convirtió en una de las capitales del rock latinoamericano. Su éxito continental, desde Mujer Gala, posicionó por fin al Rock nacional. Y empiezan a aparecer manifestaciones tan absolutamente nuestras como Rock al parque. Rock al parque en un país de vallenateros machistas y uribistas. Además le sigue enseñando a millones de peladas que la vaina no es verse sexy sino estar cómodas siendo lo que son. Ya saben, miren la esencia, no las apariencias
Fue emocionante ver como Rompan todo le dedica diez minutos a nuestros Aterciopelados, un tiempo sólo superado por Soda Stereo, Café Tacuba y la Maldita, tres de los grupos que potenció Gustavo Santaolalla. Entiendo el resquemor que esto genera, Santaolalla es el productor de la serie y suena medio a ego desenfrenado que se de ese crédito. Pero es verdad. Si, si la serie la hubiera hecho yo seguro estaría centrada en el Indio Solari pero hermanos míos, no puede existir el rock en Español como industria musical sin la venta de discos. Y la fiebre, y los millones que generó Maná, al final ayudan a que un grupo tan rompedor como Molotov se vuelva tan masivo.
Independientemente de la polémica Rompan todo necesita ser vista de manera inmediata. Si la mezclan con trago y otras sustancias seguro que la van a disfrutar más.