La Copa Mundial de Fútbol de 2014, disputada en Brasil entre el 12 de junio y el 13 de julio, dejó la primera clasificación de una selección Colombia a cuartos de final y la valorización de algunos jugadores del combinado nacional. Además, los hinchas locales se vistieron con la tricolor y en consecuencia, las rivalidades futbolísticas se dejaron a un lado. Sin embargo, el furor del mundial concluyó con el campeonato de la selección de Alemania. De esa manera, fue posible comprender que la unidad nacional en torno al fútbol, es tan efímera como un partido. En consecuencia, las rivalidades futbolísticas tomaron nuevamente su rumbo y los enfrentamientos regresaron al panorama nacional. Por ejemplo, después de concluida la fecha del 27 de julio del Fútbol Profesional Colombiano se enfrentaron integrantes de barras de Medellín, Nacional y Cali. Los resultados del enfrentamiento fueron un bus incinerado y un hincha asesinado.
Aunque el fútbol está acompañado de sonrisas, alegrías y festejos, provocadas por las victorias de mi equipo. También el fútbol se ha acompañado de lágrimas, tristezas y el luto –no precisamente por la derrota de mi equipo–, ya que alrededor del fútbol se ha instalado la muerte. La aparición y consolidación, entre 1991 y 1998, de los grupos de hinchas organizados, barras bravas, en Colombia mostró una nueva forma de apoyar a los equipos de fútbol. No obstante, la aparición de estas agrupaciones trajo consigo la radicalización de las rivalidades futbolísticas, es decir, la violencia fue un nuevo protagonista en los estadios de Colombia. Desde ese momento se empezó a crear la idea de una nueva “excusa” para morir. Esta vez por una camiseta de un equipo de fútbol.
Desde 2004 hasta 2014 se han registrado 52 muertes (cifra no oficial) relacionadas por enfrentamientos entre barras bravas. Sin embargo, si se comparan las cifras de muertos por barras bravas, con las víctimas en las que han tenido que responder las EPS (Entidad Promotora de Salud), los falsos positivos, las masacres perpetradas por la guerrilla, los paramilitares-bandas criminales o grupos de narcotraficantes. Las muertes que han provocado los enfrentamientos entre las barras bravas representan un índice muy bajo. Por ejemplo, en 2013 fallecieron 16 personas (cifra no oficial) producto de riñas entre las barras. Mientras que la cifra total de homicidios registrados en Colombia, en el mismo año, fue de 14.782 personas, es decir, las muertes de las barras bravas representan el 0,1 % de los asesinatos totales de nuestro país. No obstante, el problema no es la cantidad de muertos, por una causa u otra, sino que es necesario (obligatorio) considerar que el respeto a la vida es fundamental. En definitiva, en Colombia es necesario localizar escenarios de convivencia y diálogo, sin importar los personajes y las situaciones.
Por tanto, los integrantes de las barras bravas no están exentos de aquel compromiso pues no es fundamental radicalizar las rivalidades futbolísticas ya que una de las funciones del fútbol es reducir el conflicto, desembocándolo en el terreno de juego. De la misma manera, las instituciones estatales deben ser garantes de la convivencia y el diálogo entre los hinchas, es decir, no restringir su ejercicio en la promoción de las leyes contra la violencia del fútbol pues no han logrado el acuerdo entre los integrantes de las barras bravas. Quizá sea necesario considerar, también, que el fútbol-espectáculo se ha convertido en un campo reproductor de nuevas violencias. En consecuencia, las barras bravas no son los únicos protagonistas de los incidentes violentos en los estadios pues con estas agrupaciones se han generado nuevos actores. Por ese motivo, no basta con sentarse en una mesa y llegar a unos acuerdos de pacificación si en los estadios, barrios y carreteras se mantiene los enfrentamientos físicos y verbales. (Esto último aplica, también, en otras mesas de negociación o acuerdos de paz).