Con el rótulo que mides serás medido

Con el rótulo que mides serás medido

"Nosotros no cortamos cabezas, pero es como si lo hiciéramos: rotulamos y anulamos, suprimimos en los otros su máxima expresión y potencialidad"

Por: WINSTON MORALES CHAVARRO
diciembre 15, 2020
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Con el rótulo que mides serás medido
Foto: Pixabay

En el Home Sentry de Cartagena, a muy bajo costo, usted puede adquirir rótulos de distintos colores. Lo mejor del asunto es que la oferta crece con el paso de las horas, y la demanda de los mismos hace que el consumo crezca a pasos agigantados.

Son rótulos para cumpleaños, para fiestas de bautismo, para matrimonios y divorcios. Están ordenados cronológicamente (como ocurre la vida) para esas ocasiones donde el rótulo cae como anillo al dedo, botón al ojal, como cubo de hielo en el ron Collins, o como cereza en la punta del pastel.

Lo mejor (o lo peor de todo) es que las vendedoras no dan abasto; la gente desesperada (que a la gente le gusta rotular), se acerca a las cajas con el objeto de llevarse los suyos (los rótulos se compran al por mayor y nunca al detal).

Entonces se llevan rótulos que clasifican (es bonita, pero es negra); rótulos que denigran (es inteligente, pero es gay), o rótulos clasificatorios (es feo, es pobre, es un perro, es una puta, es un cretino, es un fracasado, es sudaca, es del Pozón, es madre soltera, es divorciado, es ateo, es tacaño, es lesbiana, es budista, es travesti).

La comercialización masiva de los rótulos (se optó no por calidad, sino por volumen) hace que las filas de ingreso al Mall Plaza sean interminables. Ni siquiera la pista de patinaje sobre hielo había presentado tanta aceptación como la venta desmesurada de rótulos (y eso que todavía no hay promociones ni un tres por uno).

La gente llega en sus vehículos, parquea incluso en las bahías en las afueras del centro comercial (los parqueaderos internos se han desbordado) y suben desesperadamente las escaleras eléctricas, todo con tal de llevarse un juego de rótulos, una bandejada de rótulos, un paquete de rótulos, un costalado lleno de rótulos —igual que lucecitas navideñas—. Acá hay que aclarar que los rótulos no son comestibles, pero hay mucha gente que se llena usándolos. Están aquellas personas que necesitan rotular todo el tiempo: "rotular es mi virtud", dicen algunos; "yo no soy nada, sino rotulo", contestan otros. "En el rotular está el placer", enfatizan los últimos.

El rótulo es perjudicial para la salud individual y colectiva, pero igual que ciertas drogas legalizadas (alcohol, cigarrillo y muchas canciones de reguetón) el rótulo pasa de generación en generación, de mano en mano. Entonces nos encontramos con esos "Niños Bien" que centran sus discusiones en este tipo de conversaciones: el revólver de mi papá es más grande que el revólver del tuyo, luego mi papá tiene más poder que el tuyo. O esta otra: mi papá es decano de una universidad privada, luego es más poderoso que el tuyo, profesor de universidad pública. O esta última perla: tu papá es poeta y el mío es economista (acá sobra la explicación).

Rotulamos, rotulamos todo el tiempo. Si fuéramos conscientes de eso, nuestra lengua no se mediría por milímetros, sino por yardas o por kilómetros. O incluso por profundidad, que hay muchas personas que no conocen el fondo; son como esos océanos humanos que no encuentran piso, que carecen de límite, barriles sin zona fronteriza.

Creo que todos en la vida hemos rotulado (algunos por educación, otros por religión, unos tantos -la mayoría - por convicción o por deporte. Sin embargo, nada bueno queda de esto, es como si formáramos parte de una tribu africana reductora de cabezas; como ese nicho de salvajes que reducían a su máxima expresión (o mínima expresión) la cabeza de sus enemigos, o como los aztecas que cortaban la cabeza de sus enemigos para el juego de la pelota (y dicen que los ingleses son los inventores del fútbol).

Nosotros no cortamos cabezas, pero es como si lo hiciéramos: rotulamos y anulamos, suprimimos en los otros su máxima expresión y potencialidad hasta dejarlos reducidos casi a nada, a polvo: maricón, indio, negro, pastuso, pereirana, paisa traqueto, equipo de fútbol traqueto, pobre, feo y gay, vieja loba, fracasado, pelo malo, mediocre, gorda, flaco, descula'o, tetona, cule plancha, costeño perezoso, cachaco puerco.

A veces rotular no es tan malo, sobre todo si trae cosas positivas, pero incluso cuando apelamos al juicio positivo de los demás, nos estamos perdiendo esa totalidad en el otro, esas infinitas posibilidades en nuestros coetáneos, esa maravillosa opción de asombrarnos frente a la incerteza de eso que pretendemos abarcar en la humanidad inaprensible de otros seres vivos (incluso muertos: todo muerto es bueno).

Creo que ningún ser humano es abarcable, y si tú vas a algún tipo de iglesia, de cofradía y tu práctica más común es rotular, debemos pensar que esa congregación ha fallado, no ha servido para nada (a esta altura me muerdo la lengua para no caer en ese juego de espejos).

Pero volvamos, a esta hora una interminable fila de automóviles (de todas las gamas y colores) se apeñuscan en los pórticos de este umbral de la posmodernidad y la tolerancia a lo diverso.

Si usted viene en uno de esos automóviles, lo invito a que revalore esa promoción de diez por uno que a lo mejor encontrará en el Home Sentry. Vaya con sus hijos a la pista de hielo, compre crispetas a tres mil pesos frente a Falabella, cómprese un buen café americano en Isabella's Coffe (el inglés no es mío), vaya a cine al San Felipe (se ahorra el parqueadero). Pero desista de su intención, el Home Sentry está muy lleno y yo sé muy bien que usted odia las filas (no sé si ese odio incluya a los rótulos). Piénselo, querido (a) amigo (a).

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