Después de terminar Dr. Mata, Sergio Cabrera regresa al cine, desde mayo está escribiendo junto con Ramón Jimeno el guion de Visita Conyugal, proyecto que comenzó hace veinticinco años bajo la batuta de Gabriel García Márquez. “Los directores como yo no pueden vivir del cine”, explica después de invitarme a tomar asiento, por eso entre cada película hace una telenovela. De eso vive él y su familia, que está de nuevo en expansión, a inicios de año se trasteó a este apartamento sobre los cerros orientales.
Cuando comenzamos a conversar la imagen del papá se antepuso a la de destacado director de cine, pues vestía camisa a cuadros, jean azul y zapatos crocs. Se levanta todos los días a las siete de la mañana, desayuna y se dedica a su pequeña hija de tres años, que tuvo con Silvia Jardim.
La sala en la que estamos es amplia e iluminada, en la parte alta de una pared hay una pintura de colores vivos de tres metros ancho, justo encima del armario de los premios que ha ganado. Su hija Valentina la pintó para él hace en su cumpleaños 63, Cabrera cuenta orgulloso que ella está a punto de graduarse como artista plática en la universidad Jorge Tadeo Lozano. Continuando la tradición artística de la familia, su abuelo Hernando Lemaitre fue un destacado acuarelista y paisajista cartagenero, al igual que Daniel Lemaitre.
—Mis hijos son el motor de mi vida, asegura Sergio en tono suave. Raúl, su hijo adolescente que vive en España, ya hizo su primer película, que está subida en Youtube; en tanto, Lili, su hija mayor ya ha hecho dos cortometrajes y está preparando su primera película junto a su esposo, Valerio Veneras, en Madrid.
El año pasado terminó la adaptación cinematográfica de Todos se van, novela de la escritora cubana Wendy Guerra. La película cuenta la historia de Nieve, una niña cubana que vive sus días en el poder del régimen castrista y que lo cautivó por la cercanía con su infancia: los padres revolucionarios que piensan que el Estado es mucho más eficaz para criar a sus hijos.
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Las causalidades han sido constantes en la vida de Sergio Cabrera. La Estrategia del Caracol nació de un recorte de periódico sobre un desalojo que ocurrió en La Candelaria, y terminó siendo la película colombiana más taquillera. En un primer momento (inicios de los ochenta) planeó hacer un cortometraje de diez minutos, pero cuando revisó con calma su idea y lo que había filmado comprendió que era una historia muy compleja para ser contada en tan poco tiempo. Abandonó el proyecto y se dedicó a trabajar con los directores reconocidos de la época, Gustavo Nieto Roa, Francisco Nordem, Camila Loboguerrero y Luis Ospina. Fue director de fotografía, operador de cámara, hizo comerciales y ayudó en campañas políticas.
—El cine necesita mucha experiencia, pero es difícil aprender a experimentar en cine. Explica mientras revisa su IPhone y contesta una llamada de su hija. Observo la sala y allí está un Mac abierto, junto a éste una agenda pequeña roja y una IPod. Es fiel con la marca Apple. Al lado del portátil está el televisor de 44 pulgadas que gira sobre su eje para ver la pantalla desde cualquier ángulo, allí vio todo el mundial, algunas mañanas ve películas o telenovelas brasileras. Termina su llamada, me pregunta sobre qué estábamos hablando.
—Sobre su paso por la publicidad, digo. Con un gesto de desconcierto Sergio Cabrera asegura que los nueve años que trabajó como condiscípulo le sirvieron para entender dos cosas que después fueron claves en su trabajo de director: aprender a resumir las ideas y comunicar los sentimientos de forma simple. También, claro, a aceptar las reglas de juego de su trabajo. Fernando Gaitán, quien ha trabajado con Cabrera en varios proyectos resume la realidad de una producción de cine o televisión: “Una telenovela es un carcelazo de dos años bien pagos”. Algo similar opina Ramón Jimeno, para quien la vida de un guionista se reduce a no abandonar su puesto de combate.
Para Sergio Cabrera el cine como la televisión sufren un desgaste natural, de una idea maravillosa se aterriza en la realidad: los problemas del guion, conflictos internos, cansancio de los actores, se acaba la plata. Asegura que al final del rodaje el director se convierte en un dictador. La Estrategia del Caracol no fue ajena a esa realidad: el guion pasó por varias manos durante tres años (1989-1992), entre ellas las de Ramón Jimeno, Frank Ramírez y Humberto Dorado. Abandonó el proyecto hasta que por causalidad Álvaro Mutis le presentó a Gabriel García Márquez, quien sabía algo de la película, y lo animó a continuar. Su ayuda providencial fue determinante: lo puso en contacto con un productor mexicano y escribió una carta a Gillo Pontecorvo, director del Festival de Cine de Venecia.
En el verano de 1992, La Estrategia del Caracol hizo parte de la selección del festival. Sergio Cabrera aún recuerda la ovación del día que se proyectó. Dos décadas después, esta situación se ha repetido en los festivales en que ha sido presentada, interrogándose una y otra vez sobre la magia y el magnetismo de la película.
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Cuando hizo Golpe de Estadio, su vida cambió de rumbo. “Ese film fue para mí una declaración política y decidí dedicarme a ese tema”. En 1997, el columnista Juan Lozano, líder del movimiento político Colombia Siempre, lo invitó a participar en una serie de estudios sobre las posibles soluciones al conflicto del país. Después de un año de acompañarlo en encuentros comunales, Cabrera decidió encabezar la lista al Congreso para las elecciones de 1998. La promesa de su campaña era cercana a la filosofía de su amigo Antanas Mockus: recuperar la democracia cotidiana.
—Salí elegido, mi vida cambió mucho, así que abandoné todos los proyectos que tenía. Dijo, mientras peina con sus dedos su pelo gris y largo.
—Sergio, ¿No se arrepintió de ir a la Cámara, tengo entendido que hasta lo demandaron por destinación ilegal de dineros?
—La política fue una gran decepción para mí. No era lo que yo esperaba—asegura con un tono de voz inalterable—además, comenzó una serie de amenazas que me hicieron salir del país e irme a España.
Una sensación similar la experimentó cuando vivió en China. En febrero de 1962, su padre, Fausto Cabrera fue contratado como profesor de español en el Instituto de Lengua Extranjeras de Beijing. En agosto de aquel año asumió la dirección de doblaje en la Academia de Cine de Pekín. Una mañana fue con sus hijos a grabar el doblaje al español de un niño chino. Les mostró los estudios, laboratorios y salones de grabación. En medio de las pruebas del doblaje, Sergio sintió que el corazón se le hinchaba de temor y júbilo.
—Después de aquella mañana soñé con vivir en ese mundo. Sabía que era lo mío.
Por aquellos años comenzó la Revolución Cultural (1966) de Mao Zedong. En la radical depuración de lo extranjero, el régimen cerró escuelas de cine, de literatura, de humanidades. “Mi vida cinematográfica en China fue pobre—asegura Cabrera—. Eran las mismas ocho películas autorizadas por el partido”.
Su salvación fue una escuela de la Alianza Francesa que funcionaba en Pekín. Allí proyectaban cine de la Nueva Ola (directores como Alain Resnais, François Truffaut o Agnès Varda). Varios años después, en 1974, cuando ingresó al London Polytechnic School y el London Film School, padeció las consecuencias de su aislamiento en el régimen maoísta, pues asistió a maratones de diez o doce horas de clásicos que no había visto, allí conoció a sus directores favoritos, Orson Welles y Federico Fellini.
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“La Estrategia del Caracol fue una reflexión sobre mi fracaso como revolucionario”, dice Sergio Cabrera. Al regresar de la primera estancia en China, Fausto Cabrera ya era dirigente del Partido Comunista prochino, movimiento que tenía como brazo armado al Ejército Popular de Liberación, Epl, del que fue parte.
Reconoce que fue un joven disciplinado con el movimiento. En 1969, cuando le dijeron que tenía que ir al momento simplemente dijo que sí. Un mes después, mientras hacía proselitismo como soldado raso con los campesinos de Dabeiba, en la frontera entre Antioquia y Córdoba, tuvo la sensación de haberse subido al bus equivocado, que iba por una ruta que no quería. “Es difícil reconocerlo porque era un derrota personal, incluso, familiar”, dice Cabrera reposado en el diván junto al ventanal. Toda la familia estaba en la guerrilla (sus padres, su hermana y él). Cuando supo que su madre, Elena Cárdenas, había sido capturada, no creyó conveniente agregar a su sufrimiento la notica que su hijo se había retirado de la guerrilla, sin explicar por qué.
Sin embargo, durante los dos años que permaneció recluida en el Buen Pastor la guerrilla no la ayudó y el partido se hizo el de la vista gorda. Cuando su hijo le confesó que quería retirarse ella fue la primera en alentarlo. Aunque hubo mucha dificultad con Francisco Caraballo, el comandante de Sergio Cabrera en el EPL, su salida se hizo realidad a finales de 1972.
— ¿Qué opina de su paso por la guerrilla, Sergio?
—Me da tristeza ver cómo la inteligencia colombiana se ha sacrificado por una lucha sin frutos. Fui parte de esa generación que Bernardo Bertolucci definió muy bien: uno se acostaba pensando que al amanecer el mundo podía cambiar, y ahora sabemos que no fue posible.
—¿Y del comunismo?
Sonríe diplomáticamente. Exhala, un pensamiento atraviesa su rostro.
—Es un bonito sueño, alguien decía que era una receta mal cocinada.
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En medio de nuestra conversación Sergio Cabrera atendió a tres chicos de la escuela de Cine y Televisión de la Universidad Nacional. Grabaron sus comentarios como jurado del concurso de cortometrajes que organizó el alma mater sobre cómo las personas imaginan la paz después de los diálogos de La Habana. La convocatoria fue exitosa, pues los jurados recibieron más de 120 propuestas, de las cuales premiaron a cinco.
—La mirada que se tiene de la paz es pesimista—admite Sergio en tono suave—, miran siempre hacia atrás.
Cabrera tiene una mirada optimista de la vida, sin eludir los problemas. La Estrategia es una revolución en miniatura: cómo se organizan, cómo crear vínculos de solidaridad y confianza, cómo hacen un plan y obtiene una victoria, pequeña, pero victoria al fin y al cabo, un triunfo. Revisa su IPhone: ya es mediodía. Así me lo dice, se levanta y me invita a conocer los premios que ha obtenido: el TV y Novelas por Escalona, varios India Catalina por La Pola, uno en forma de pirámide por un corto que hizo hace varias décadas, más allá las estatuillas de festivales como Venecia, La Habana o Madrid. Son decenas, de todas las formas y diseños imaginables. “Eso sí— me advierte con cierta altivez—, quedan dos cajas de esos trofeos que no he sacado del trasteo”.
Finaliza con el bastón de Biarritz, su primer gran premio como director, que recibió en 1989 por Técnicas de duelo. Hace la pantomima del cazador y lo mueve de un lado a otro. Se detiene a observar el mango dorado, silencioso, reflexivo.
—Cuando se comienza a hacer cine uno espera mucho. El cine es como el futbol, como el golazo de James: hacer que lo difícil se vea fácil.