Ante la oleada de violencia que azota a la ciudad de Quibdó, con más de 145 asesinatos en lo que va del 2020 (sin pandemia incluida) y con la tasa de homicidios más alta en Colombia por persona en los últimos 5 años, el mandatario Martín Sánchez Valencia, en una desafortunada intervención, le pide a aquellos que protestan en las afueras de la alcaldía por la inoperancia estatal y por la falta de resultados ante la oleada de crímenes que asuman sus obligaciones, las de él como burgomaestre de la ciudad, y salgan a dialogar con los violentos porque él ya lo hizo en el año 2017.
Esta invitación, a todas luces desproporcionada y carente de visión, la hace alguien que en medio de su desespero e ignorancia no sabe qué camino tomar y le dice a los que lo eligieron que hagan el trabajo que a él corresponde por ley. Esta respuesta se hace en el marco de la mayor impunidad y el mayor desafuero que ciudad alguna en Colombia pueda tener. Además, es una clara muestra de la incapacidad del gobierno actual para parar y detener el accionar de bandas delincuenciales que se han tomado la ciudad por su cuenta. Ni el alcalde, ni la policía, ni el ejército han podido impedir que la ciudad sea el campo de batalla de pandillas y extorsionadores que hacen imposible la vida y la convivencia en sana paz. Lo anterior demuestra claramente que el alcalde debería dar un paso al costado y dar oportunidad a aquellos que se sientan capaces de resolver o cambiar esta horrible situación.
Esta desafortunada intervención debería ser la cuota inicial para una revocatoria de mandato de un alcalde quizás bien intencionado, pero que asumió un cargo para el que no estaba preparado ni buscó estarlo. Es una muestra de que en la alcaldía de Quibdó se necesita no solo un estratega político diferente, sino además un nuevo jefe de comunicaciones y un cambio y relevo en las autoridades de todo orden, policía y fiscalía, las cuales lucen no solo impotentes e indolentes, sino torpes, asustadas y sin un plan de acción ante la barbarie.
Quibdó, a todas luces una ciudad fallida y sin futuro, con todos los indicadores en contra, sin ningún plan de acción válido para afrontar tantos problemas, en manos de la delincuencia de cuello blanco y de bandas criminales, debería hacer un alto en el camino y por primera vez en su historia unir a sus ciudadanos con un solo propósito: salvaguardar la vida y honra, cambiar a los que no hacen su trabajo y cerrarle el paso a los violentos.