Paola Jaramillo y su pasión por embellecer cadáveres

Paola Jaramillo y su pasión por embellecer cadáveres

Es paisa, tiene 31 años y prepara difuntos en la morgue, los baña, a ellos los afeita y a ellas las maquilla, los viste para se vayan bonitos de este mundo

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enero 08, 2022
Paola Jaramillo y su pasión por embellecer cadáveres

Con el sonido suave de una canción instrumental que se escucha de fondo a través de un radio pequeño de color rojo con gris que está a punto de caerse, puesto de cualquier manera en la esquina de una mesita que está junto a la otra metálica sobre la que están los cosméticos, Paola Jaramillo afeita con esmero el rostro de Orlando, un señor de 63 años que seis horas atrás murió en el hospital Santa Clara, en el centro de Bogotá. Se lo llevó un paro cardiaco. Solamente le deja el aún bigote negro salpicado por unas pocas canas bien blancas; luego lo despunta con unas tijeritas –para que se vea más bonito—dice ella.

Pone música mientras embellece los muertos porque los ruidos que se escuchan en el silencio de la morgue la distraen y le incomodan. Ruidos que muchas veces no son tan naturales ni se pueden explicar.

El cuerpo de Orlando entró al laboratorio de Paola hace una hora. El trabajo va por la mitad. Ha tenido que desinfectar el cadáver. Ha tenido que lavarlo. Ha tenido sacarle toda la sangre y cambiarla por un líquido químico a base de formol y glicerinas que preserva el cuerpo y evita la rápida descomposición. Falta volver a bañarlo. Falta vestirlo. Falta maquillarlo. Falta acomodarlo en el ataúd para entregarlo.

 - Paola Jaramillo y su pasión por embellecer cadáveres

Paola Jaramillo lleva siete años maquillando cadáveres en distintas funerarias de Bogotá. Foto: Leonel Cordero.

La oficina de Paola Jaramillo es la morgue de una funeraria en el centro de Bogotá, una habitación fría al fondo de una construcción antigua, enchapada en un baldosín de color blanco. Hay dos mesones de acero con bateas donde caen los líquidos del cuerpo y el agua con la que lavan a los difuntos. En una esquina del baño siempre está prendida una veladora a las Benditas Almas, a quienes le pide con la misma devoción con la que su abuela le enseñó.

Si el cadáver ha muerto naturalmente el trabajo de Paola puede tardar entre una y dos horas. Si la muerte ha sido violenta y el cuerpo viene de Medicina Legal o si toca hacerle reconstrucción, el tiempo fácilmente puede doblarse o triplicarse. La diferencia está en el tiempo que toma reconstruir con cera narices, labios, pómulos o en el tratamiento que se les hace a los órganos cuando el cuerpo ha sido sometido a autopsia; Paola tiene que realizar un trabajo adicional, retira los órganos del muerto, los preserva individualmente e inyecta con la sustancia de formol y glicerinas todas las extremidades, para luego volver a poner los órganos dentro del cadáver, y finalmente suturarlo con delicadeza antes de retomar la tarea de prepararlo para su última despedida.

Paola Jaramillo ha vivido la mayor parte de su vida en Bogotá pero aún conserva el acento paisa del Quindío, donde nació en Armenia hace 31 años. Arregla muertos desde hace siete, un oficio que tiene su nombre técnico: tanatopraxia.

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A los 10 años acompañaba a su mamá a limpiar y ponerle flores a tumbas olvidadas en el cementerio de Matatigres, en Bogotá. Foto: Leonel Cordero.

Desde niña le apasionaban los difuntos y los campos santos donde los enterraban. A los diez años acompañaba a su mama, Rosa Jaramillo, al cementerio del Sur, en el barrio Matatigres en el sur de Bogotá, a limpiar y ponerle al menos una flor a las tumbas olvidadas por sus deudos. Prefería este plan frente a los juegos en el parque del barrio, una cercanía con la muerte que para ella era tema de conversación mientras sus amiguitas se aterrorizaban.

La carrera de Bacteriología quedó a mitad de camino cuando en 2013 vio en televisión el documental de un tanatólogo español que explicaba su oficio mientras maquillaba un cadáver de una abuela, –yo quiero hacer eso—. Le encontró salida a su vocación infantil. No habían pasado tres días cuando ya estaba en la morgue de una funeraria en el centro de Bogotá con las manos dentro del cuerpo de una mujer que había sido asesinada el día anterior.

Convirtió esa morgue, a escondidas de la dueña, en su aula de clase y después de recibir lecciones básicas de anatomía y de manejo de cadáveres, se puso manos a la obra y en esas está desde hace siete años. Se matriculó seis meses después en el diplomado que dicta el Instituto de Medicina Legal con lo cual le dio peso a su oficio en la hoja de vida que le abrió el camino para trabajar en distinta funerarias de Bogotá. Paola siempre ha sido reconocida por la dedicación a los muertos.

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Paola lleva siete años alistando muertos para su última despedida. Foto: Leonel Cordero.

La familiaridad con los muertos es asombrosa y para Paola Jaramillo el cuerpo de cada difunto es un lienzo totalmente diferente en el que intenta plasmar la faceta más limpia del rostro, el último gesto humano con el que el cadáver llegó a sus manos, con el que cruzó el umbral de la muerte.

De tanto lidiar con cadáveres ha aprendido a leerlos, a ir más allá de un rígido ser humano y descubrir serenidad en ellos, pero también la huella de las vidas hostiles que han llevado, que “transmiten una energía pesada y no se dejan trabajar fácilmente y hacen mas lenta la preservación. Son cuerpos difíciles”.

Los recibe en la morgue como seres vivientes. Los saluda por el nombre con respeto. Les explica con su voz apaisada, que suena amable, en qué consiste la tarea que tiene por delante. Les habla como si la estuvieran escuchando. Tal vez sí. Tal vez, porque como dicen las viejas creencias populares y religiosas, el alma necesita de nueve días para despedirse y despegarse del mundo terrenal y ella los recibe en las primeras horas después de su partida. Con franqueza les pide permiso para tocarlos, para desvestirlos, para cortarlos y para maquillarlos.

Este oficio que muchos miran con recelo y morbo no es para Paola Jaramillo un simple trabajo remunerativo, es claramente una pasión y habla incluso de una satisfacción espiritual: el poder estar más cerca de la muerte y de los muertos, un camino del que nadie se escapa.

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