Es sorprendente que si algo ha ido en detrimento de los derechos e inhibido la libre expresión de la personalidad de las mujeres a través de la historia de la humanidad han sido las normas oscurantistas de la Iglesia de Roma, que desde aquel burdo cuento del paraíso terrenal la ha culpado de ser la causante de la caída del hombre en el pecado y por ende de su desgracia. Desde entonces, por siglos, ha estado proscrita como ser secundario y encarrilada a acatar con total sumisión preceptos aberrantes que han coartado su legitimidad y su libre identidad.
Es la Iglesia Romana —la que de manera sistemática se ha opuesto a ultranza en los países católicos a que se apruebe una legislación para despenalizar el aborto y permitir que las mujeres dispongan de su cuerpo con total autonomía— la que con ceguera contumaz desconoce que el único camino para disminuir las muertes de mujeres y niñas que se practican abortos clandestinamente en forma insegura y bajo condiciones precarias de sanidad es la legalización del aborto de manera definitiva, respetando el ejercicio pleno de la autonomía reproductiva de la mujer.
El aborto clandestino es la mayor causa de discapacidad y mortalidad materna, casi diez mujeres mueren al mes. Además, el 70% de los embarazos no son deseados y en Colombia se practican 17.000 abortos legales al año y 400.000 clandestinos, miles de ellos en clínicas de garaje que no cuentan con medicamentos idóneos ni ofrecen la más mínima seguridad. De acuerdo con estudios e investigaciones de absoluta credibilidad, la legalización ha demostrado una disminución considerable de las muertes por aborto. Por ejemplo, en Carolina del Norte (Estados Unidos), la mortalidad materna se redujo en un 85% en solo cinco años después de haber sido despenalizado el aborto. Como este existen docenas de estudios que evidencian que la prohibición, en vez de solucionar el problema, lo agrava, dejando además consecuencias psicológicas de inseguridad, frustración y culpabilidad, que terminan siendo más perjudiciales que el mismo aborto como tal.
También hay que anotar que para que sea efectiva una ley de despenalización del aborto debe englobar de manera sine qua non un programa educativo riguroso a temprana edad en las escuelas; una educación sexual integral sobre las diferencias biológicas entre hombre y mujer; y la enseñanza imperativa de métodos anticonceptivos que la complementen. Sobre este tema hay mucha tela para cortar, pero hay una limitante por razones de espacio. El debate está abierto, existen argumentos e investigaciones minuciosas y reflexivas más favorables para su legalización que la rancia visión prohibitiva de la iglesia.