Por los siglos de los siglos, los poderosos del mundo han pisoteado a sus súbditos como se les da la gana. Pasan por encima de cualquier cosa con tal de defender sus intereses: invaden países, y causan guerras, hambre y miseria. Inglaterra es uno de ellos, el poderoso imperio británico mira por encima de los hombros y con desprecio a todo el mundo, incluso a sus pares europeos de quienes se separó hace poco.
Los amos del mundo, los que deciden quién vive y quién muere, fueron humillados por un pequeñito con un corazón de gigante: Diego, que por allá en 1986 les dio una paliza que nunca olvidarán. Dos goles, dos nalgadas en su trasero blanco y obeso. Con uno les enseñó cómo se juega el deporte que ellos mismos inventaron, Maradona se paseó con el balón ante medio equipo inglés antes de poner el primero y luego con una trampita, al mejor estilo de los imperios que se pasan por la faja las normas, el Diego les hizo un gol con la mano, y les ganó un mundial con la mano, a los dioses del olimpo que decían que el fútbol era con los pies.
Menuda hazaña del pibe que tenía los cojones más grandes que las Malvinas. Él sabía lo que hacía y lo logró con la mano de Dios, que ese día se puso del lado de los humildes. Sería como robarles una billetera diría luego, y los ingleses no podrían hacer nada. ¿De qué les servían sus poderosos ejércitos y su gloriosa armada si el daño se los hizo en el espíritu, ahí donde las bombas nucleares no hacen daño?
Que era un mal ser humano, que drogo, que machista dicen los agachados... qué importa, fue un puto héroe, no un santo.
