Hace 60 años, el 25 de noviembre de 1960, aparecieron torturadas y asesinadas en el fondo de un barranco las hermanas Mirabal. El responsable fue Rafael Leonidas Trujillo, “el benefactor”, quien gobernó República Dominicana con puño de hierro durante tres décadas. Sin duda, una de las más sanguinarias dictaduras del Caribe, con el respaldo de Washington.
Cometió múltiples atropellos y crímenes contra la población. Con todo el poder del Estado y las fuerzas militares a su servicio, persiguió, encarceló, torturó y desapareció a sus oponentes. Dejó más de 50.000 muertos, incluidas las víctimas de la Masacre del Perejil contra inmigrantes haitianos.
Pero la era Trujillo también exhibió un despliegue inaudito de atropellos contra las mujeres. El tirano y sus secuaces se ensañaron con las niñas. Miles fueron acosadas, torturadas, violadas, prostituidas, compradas, vendidas, utilizadas para intercambio de favores y/o asesinadas, independientemente de su clase social. La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, da buena cuenta de ello. Por lo demás, es un comportamiento típico de dictadores tropicales y de gamonales andinos con poder.
Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, conocidas como las mariposas, fueron entusiastas luchadoras contra la tiranía. Pero también denunciaron todo tipo de violencia contra las mujeres. Su asesinato tuvo un impacto significativo en el país y en el mundo. Pocos meses después, Trujillo murió en un atentado.
Para preservar su memoria, el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe reunido en Bogotá en 1981, estableció el 25 noviembre como el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, ratificado por la Asamblea General de la ONU en 1999.
El legado de las mariposas está más vigente que nunca. No es otro que la lucha contra los atropellos de la tiranía, por la democracia, por los derechos de la mujer y contra la violencia de género. En el auge del descontento social de los últimos años con particular intensidad en contra del neoliberalismo, por la justicia social y por la defensa de la vida, la lucha feminista ha estado en primer plano.
Lo cierto es que el desarrollo tecnológico sin precedentes que ha experimentado la humanidad en este siglo convive con sociedades profundamente patriarcales, machistas y excluyentes.
En medio de la movilización social de Chile de finales de 2019 tuvo un impacto enorme “Un violador en tu camino”, dramatización que denuncia la violencia y el feminicidio y se difundió velozmente por las redes sociales en el mundo entero. Allí se expresa con claridad la conexión existente entre el Estado opresor/represor, el capitalismo y el patriarcado. También se destacan las múltiples versiones del canto feminista latinoamericano Vivir sin miedo.
No puede dejarse de lado que Latinoamérica es la segunda región, después de África, en donde se registra un mayor número de feminicidios por año. Según datos de la Cepal, de los 25 países con la tasa más alta de estos, 14 están en la región, donde en sólo dos de cada 100 casos los agresores son encarcelados. Pero además durante la pandemia se registra un incremento significativo de la violencia contra la mujer y los feminicidios.
La subordinación de la mujer en la sociedad moderna tiene raíces históricas. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels rebate las concepciones religiosas prevalecientes sobre el punto y señala que dicha subordinación fue el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas.
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La erradicación de la violencia contra la mujer está muy lejos de alcanzarse
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La nueva organización social, correspondiente al matrimonio monogámico, se basó en el predominio del hombre y la subordinación de la mujer y su fin expreso fue la procreación de los hijos cuya paternidad fuera indiscutible para garantizar la herencia, una vez apareció la propiedad privada. Este modelo alcanzó su pleno desarrollo en la sociedad capitalista.
El papel de la religión ha sido y sigue siendo decisivo en el reforzamiento de estos valores patriarcales y machistas y en la construcción de estereotipos en torno a la mujer, sus supuestos valores, obligaciones, sentimientos, debilidades, limitaciones, culpas.
En el mundo de hoy, el fundamentalismo religioso, tanto protestante como católico, insiste en afianzar todavía más esos mitos, como parte de la agenda de la extrema derecha global. Basta ver el peso que tuvieron en las elecciones de Brasil, Estados Unidos y Colombia.
La erradicación de la violencia contra la mujer está muy lejos de alcanzarse. En primer lugar, porque siguen prevaleciendo esos valores arcaicos que la legitiman y la justifican. En algunos países ha habido avances importantes en el terreno legal para prevenir y castigar las múltiples formas de violencia contra la mujer y los feminicidios. La movilización social ha sido fundamental, pero falta mucho por hacer.
En segundo lugar, porque el neoliberalismo, como expresión más voraz del capitalismo, despoja a las mujeres, en particular a las más vulnerables, de las mínimas garantías para atender el trabajo del cuidado. Reformas sucesivas y regresivas en el campo laboral y de seguridad social, como las impuestas por el gobierno colombiano en medio de la pandemia, dificultan cada vez más la perspectiva de la igualdad de la mujer en el trabajo y la sociedad.